¿Quién mató realmente a George Floyd?

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El brutal asesinato del ciudadano afroamericano, George Floyd, ha logrado conmocionar al mundo. Desde el punto de vista informativo el tema logró quitarle cierto protagonismo al coronavirus, lo que es ya mucho decir.

Sin embargo, la rapidez con que vuelan las informaciones en la red, dificulta que podamos conocer por qué la sociedad norteamericana es tan recalcitrantemente racista, desde hace cuánto se cometen barbaridades de este tipo y quién está realmente detrás de la muerte de George Floyd.

La versión ya trillada, que ha circulado por todos los medios y redes, es que a Floyd lo asesinó Derek Chauvin, oficial de policía de 44 años de la ciudad de Minneapolis.

Estructuras de odio

Esa es una verdad a medias. En realidad detrás de este crimen horrendo se esconden causas estructurales, muy bien disimuladas, para mantener a muchas personas aletargadas, tragándose las mentiras de la industria cultural norteamericana.

El mecanismo de manipulación ideológica es bastante sencillo. Cualquiera puede ser un delincuente, pero si logra proyectarse como un paladín y además suministra contenidos que hagan que millones se identifiquen con él, entonces se produce lo que el comunicólogo español Vicente Romano designa como violencia simbólica.

Ese sería el kit del lavado de cerebros aplicado por EE.UU. a todo lo largo del siglo XX. Pero la cosa no queda allí, como apunta Noam Chomsky hay que tratar a las personas como sujetos de poca edad o como tarados, y lo más importante evitar que -como decía Walter Lipmann, padre norteamericano de los estudios sobre opinión pública- “el rebaño desconcertado brame y pisotee”.

Élites predestinadas

Cómo logramos eso construyendo consensos desde la escuela, los medios y las fábricas (¿ahora las redes?). Así se consolidó el poderío de la comunicación de masas a comienzos del año pasado.

Y como explica Chomsky, detrás de esa concepción hay un carácter profundamente elitista, porque si hay un rebaño que debe ser domesticado, para que no brame y pisotee, entonces debe haber una pequeña élite predestinada, por sus especiales dotes para guiar a la masa torpe y bruta.

Y aquí damos con la primera clave que derrumba uno de los grandes mitos de la sociedad norteamericana y explica en parte su racismo visceral: no son y nunca han sido una sociedad democrática, odian a las masas y consideran que sólo un pequeño y selecto grupo debe controlar a miles de millones.

God on line

Ahora bien de dónde mana ese poder supranacional y sobrehumano que les confiere a la cúpula norteamericana ese destino manifiesto. Nada más y nada menos que de Dios, sí el mismísimo todopoderoso es quien les da el espaldarazo para hacer lo que hacen y creerse “the best of the best”.

Esto lo explica muy bien el insigne historiador venezolano Vladimir Acosta, en su genial libro El monstruo y sus entrañas. En su tratado, el investigador refiere que los llamados padres fundadores de EEUU, al ser seguidores del protestantismo calvinista, abjuraban del catolicismo, y se consideraban un pueblo elegido.

Asimismo, le daban una especial importancia a los negocios, porque el éxito económico se consideraba una señal divina. Los ricos no chorrean “lodo y sangre”, al decir del viejo Marx, sino más bien están ungidos por una mano divina.

Fundamentalistas

He aquí una segunda clave: esta raíz derivó en el fundamentalismo religioso de un pueblo atrasado e ignorante intelectualmente.  Por eso, como explica Acosta, en ciertos estados de Estados Unidos, está prohibido hablar de la teoría evolucionista.

Contrario a lo que se ha hecho creer el fundamentalismo no es árabe, tiene su raíz en los Estados Unidos donde tienen su asiento más de 2000 sectas, desde los mormones, los puritanos y los adventistas, hasta la Iglesia Cristiana Nudista del Bendito Jesús Virgen, entre muchas corrientes.

Esto explica que desde comienzos del siglo pasado en Estados Unidos hay presidentes que hablan con Dios. El ser supremo les comunica qué hacer. Fue el caso de William Mckinley, quien aseguró recibir un mensaje divino antes de lanzarse a la conquista de Filipinas en 1898, cruenta guerra de por medio.

Más tarde su colega Harry Truman, aseguró que Dios había decidido que Estados Unidos fuera el primero en alcanzar la bomba atómica. De lo que se infiere que su utilización en Hiroshima y Nagasaki hacía parte de un plan divino. Y más recientemente (2003) George Bush (hijo) aseguró que al ordenar la invasión de Irak, cumplía la voluntad del Señor.

Núcleo racista

Y la tercera clave para comprender quién mató a realmente George Floyd es que, como explica Acosta, en la sociedad norteamericana: “el racismo es pues, componente esencial desde sus orígenes hasta hoy. Hay en ella un poderoso y enorme núcleo racista que puede irradiar hacia otros pueblos, adversarios, enemigos o simplemente inmigrantes”.

La lista de enemigos es extensa. El odio contra los afrodescendientes es la forma más conocida de racismo norteamericano, pero detestan también a los pobladores originarios (fueron exterminados casi en su totalidad), los chinos, los mexicanos, los árabes e incluso personajes de fenotipo caucásico como los italianos, los irlandeses, los judíos, los turcos, los polacos y los rusos, entre otros. La película Pandillas de Nueva York y Do The Right Thing, son bien ilustrativas de estos odios raciales.

Y la lista de atropellos contra la población afro también es extensa. Acosta reseña las masacres de Tibodaux, Luisiana (1887), donde tropas militares asesinaron al menos 300 negros de una plantación que protestaban por salarios dignos.

En Omaha, Nebraska (1891), Waco, Texas (1916), Elaine, Arkansas (1919) y Tulsa, Oklahoma (1921), se cuentan entre las agresiones masivas más sangrientas contra las comunidades afro en tierras del tío Sam.

Visto lo anterior, podemos concluir que el autor material del crimen contra George Floyd fue Derek Chauvin, él puso su rodilla en el cuello de la víctima, pero el responsable intelectual es el odio supremacista de las élites anglosajonas protestantes.

Como dice una canción de un grupo otrora contestatario: “el racismo, es una enfermedad del espíritu, del alma, el cuerpo y la mente”, y la cúpula gringa tiene todo eso podrido.

 

Fuentes bibliográficas consultadas:

CHOMSKY. Noam (2007). El control de nuestras vidas. Fica. Bogotá.

ACOSTA. Vladimir (2017). El Monstruo y sus entrañas. Galac. Caracas.

 


 

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