La única tierra prometida de Tarek William Saab | Por: Luis Alberto Crespo

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El héroe y el discreto, esto es del riesgo y la calma, han avivado la idea fija del motivo creador de Tarek William Saab, desde que atendiera (el inicio mismo de su oficio transfigurador de lo real) a la exigencia de la escritura de una poesía de la celebración del peligro y del sosiego amatorio, el arrojo del guerrero y la caricia de la amada. Sin apartarse nunca de ambos motivaciones y apenas propusiera una poesía y una poética cercanas (más no confundida por la influencia) con la estética de la acusación que definiera el verbo de Amanecí de bala de Víctor Noguera Mora, cuando diera relieve a la poesía de la iracundia y la carnalidad, la desmitificación del orden social y el goce del amante, el poeta de la generación de los ochenta que fuera en sus años bisoños Tarek William Saab se mantuvo fiel a la obediencia de una estética propia, a la vez antigua y nueva, la del canto a los héroes y a la elegía de su sacrificio y la voz del otro, el solitario y el del común, la celebración y la endecha, la aventura del amor realizado y su desamparo, su soledad.

Buscó, ha buscado siempre, la elaboración de una lírica allí donde el motivo de su obra, ya numerosa, el testimonio del devenir social y político, al que ha entregado harto tiempo su fervor secreto y visible y la moral del amor, ambos indistintos, los cuales despertaron el elogio de figuras de la poesía y la reflexión de alta valía como las de Juan Liscano y Jesús Sanoja Hernández, no más Tarek Willian Saab diera a conocer sus libros iniciales.

Sin apresuramientos, con la quietud que ha definido su búsqueda de sí mismo en la poesía y en existencia atenta a la soberanía de la justicia y la defensa de los valores humanos, en cuya salvaguarda no se ha apartado un punto en ese que hacer de doble propósito: el de testificar sobre un ideal de rebelión colectiva y la caricia amorosa, la inteligencia con el arrojo y la muerte que designa la existencia del héroe y el endiosamiento del cuerpo amado y su casi fatal derrota o desamparo, a lo que agrégase (y como un impromptus) el aliento religioso que anima la confidencia de uno y otro contenido del objeto totalizador que le exige a su oficio poético y humanístico, el decurso del motivo y la consecución de su finalidad.

¿Por qué no definir esta poesía como un encuentro con la autenticidad? No otro es el sentimiento que despierta su lectura invariable, para nada ambigua, errática si no reveladora, consecutiva: ella acusa una definición, una presencia clara, nítida, como sucede cuando transitamos su reciente antología En un paisaje boreal, no ha mucho editado por Monte Ávila, con prólogos de David Cortés Cabán y Christian Farías, su avisado glosador.

He aquí, reunido, cotejado por el propio autor, el estilo que particulariza esta obra, no sólo su idea fija, ya harto familiar después de tanto merecimiento, sino la huella que marca su feligresía con la poesía de Guinsberg y la beat generation, por nombrar la vanguardia de la poesía y la narrativa norteamericano a que es tan afín, en la que abrevara desde sus primeros logros, a más de las muy ocultas lecturas de otras vanguardias, tanto regionales como foráneas.

Apenas volvemos la página de esta selección nos amista su autor con su pasión por el hombre herido, lastimado en su cuerpo y en su interioridad, víctima, esta vez, de la fatalidad terrestre, como es su canto, su conmovedor canto a un desollado vivo, a Gulan Rubani, aquel joven pakistaní derrotado hasta lo insoportable por un hórrido sacudimiento telúrico, del que sobreviviera, enlutado y enloquecido, un nadie, guarecido a la sombra de un carpa, su sólo domicilio, su único hogar.

Y así, luego, unas páginas después, llevados por su énfasis humano, humano, demasiado humano, como reza un poeta latino, por querer decir intenso, telúrico y de mundo interior, leemos este, acaso, la más alta realización del poeta del oriente venezolano, de pronto nerudiano, pero frecuentemente él mismo. Solidarias del dolor del otro, heráldicas de lo insoportable, las Memorias de Gulan Rubani (escritas entre los años 2006 y 2007) bastarían para detenernos en la nostalgia que nos deja su lectura y celebrarlas. Ese ángel herido desgarrado en su túnica y en su espíritu dice largo de la conducta solidaria y militante (en el sentido más humano del término) con el que se muestra el salmista (porque el tono del salmo acentúa su donosura estética y su horma formal) hacia el ser emblemático que recorre su obra toda y es ya largamente conocida: el del guerrero de las montañas y el guerrero civil de la calle, pero asimismo el soñador, el sentimental y el de esa rabia ante la injusticia que elogiara Sanoja Hernández.

En un paisaje boreal el hombre sin el hombre común es nadie. Él nos busca para que nos encontremos con el hombre absoluto que somos, el hombre íntimo y el histórico afrentado a lo que nos priva de toda trascendencia. La heroicidad y el dolor que lo asedia, la fatalidad existencial y la llaga o la muerte que lo signa, despiden, como desenlace dialéctico, el encuentro con el aroma amoroso, tan definido, tan asiduo en la confidencia de esta poesía, como si entre la injusticia que mueve la acción del héroe, el castigo de la tierra convulsa o ardida que lo derriba y la dulzura del amor por mujer se atravesara un aroma de sobrevivencia, de ensueño, de rescate, si no. Es que lo íntimo, lo personal, ocurre en cualquier destino nuestro, allí donde la tierra del hombre y de su conducta imprevista nos desangran, nos humillan al tiempo que nos levantan, nos angelizan con el juntamiento de la bella o lo amado mismo, sin rostro, cuando nos toma por el corazón la nostalgia y eres tú, la amante, todos, la madre, el amigo o el padre Nemer, pastor de nubes, allá en el mediodía de El Tigre, la vastedad seca de Guanipa. Pareciera, a ratos, mientras transitamos esta Antología, que la confidencia de cualquier acto del vivir, el más crudo o el más inocente, deviniera misterio verbal, santo y seña del pálpito y del suspiro. Releamos aquel poema, Mollina: “Para salvarme hui/para salvarme/tomé del alivio la inocencia”. El recuerdo del guerrero termina en flor, adorno de otra, de la eterna rebeldía, la que arma contra la injusticia y también contra el desamor o bien exige su conjuro, la reconquista amorosa, su señorío, su sobreabundancia. Tarek William Saab, del mismo modo como se muestra explícito, sabe esconder su confidencia para volverla esplendor oscuro, penumbra blanca del lirismo. En mitad del dolor humano que lo conmueve y abraza, busca de continuo la canción que lo levante: “es la voz baja de la llaga”. Inquiere de esta suerte por la abstracción en medio de lo efusivo, de lo elocuente. Es el secreto develado de una luminosidad esotérica, si no nocturna.

Antes de irnos de esta lectura, reveladora del acendrado don poético de Tarek Wiliam Saab, dejemos este adiós de aliteraciones, bordes de abismos, desiertos de privaciones e imágenes sin sombra entre los fragmentos de Un tren viaja al olvido, aún a la espera de su edición integral:

caminando

caminando

caminando

con la fuerza de los nómadas

Tales versos se dirían la búsqueda de una tierra prometida, la única la que aspira alcanzar Tarek William Saab: la de la plenitud del poeta y del justiciero.

Caracas; 3 de diciembre del 2021

LUIS ALBERTO CRESPO

Poeta venezolano


 

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