El pueblo Brasileño votó y mandó a parar el circo de Jair Bolsonaro. Y con ello pesadilla de La Casa Blanca es cada vez más real. Se acaban los días de gloria de la derecha latinoamericana que logró retomar el poder político; haciendo uso de una maquinaria propagandística al mejor estilo de la guerra fría.
La victoria de Lula en Brasil además de reflejar la fortaleza moral del pueblo Brasileño en resistencia, deja clara la polarización de todo un continente. Atrás quedaron los resultados holgados y aplastantes, la batalla no solo es simbólica o netamente ideológica, es cuerpo a cuerpo y está directamente relacionada a la capacidad real de resolver los problemas del cotidiano y de conectar con las necesidades de los pueblos.
Por otro lado, y no menos importante, hay que dejar claro que aunque cambie el mapa político y económico de la región, no tiene sentido situar o alinear a todos los gobiernos en la izquierda. Lo que sí es válido, reconociendo los matices y las contracciones de cada proceso, es que la correlación de fuerzas contra el neocolonialismo está a favor; abriendo nuevos escenarios para la cooperación y la integración.
Por eso, más que resaltar la importante victoria de Lula y el Partido de los Trabajadores, hay que exaltar la derrota; debemos recordar una y otra vez que Jair Bolsonaro fue echado y con él se desechó un proyecto político fascista que se había convertido en el último bastión del Grupo de Lima. Punta de lanza del ataque contra Venezuela y la Revolución Bolivariana.