A Nayib Bukele, el presidente más joven de América, no le gusta la calle, ni los indígenas, ni patear mercados, ni fotografiarse con bebés ajenos. Al mandatario de El Salvador, de 39 años, le gusta su celular, los sondeos de imagen y “ejecutar, ejecutar, ejecutar”. Esto le ha bastado para romper con tres décadas de bipartidismo y transformar drásticamente el escenario político de un país marcado por la herencia de una sangrienta guerra civil (1980-1992) que terminó cuando él tenía apenas 10 años.
Para su asesor y biógrafo Geovani Galeas, Bukele es un líder multifunción capaz de gestionar los destinos del pueblo desde las pantallas de su despacho, con una personalidad política equiparable a la de Fidel Castro o Mao. Para su exabogada y actual opositora Bertha Deleón, Bukele es “un adolescente con poder, incapaz de mantener una conversación sobre los temas más importantes sin mirar permanentemente su teléfono”. Entre una imagen y la otra, están los cubrebocas y las camisetas con su rostro que se venden en el centro de San Salvador a 12 dólares la unidad y que lo pintan como un mesías que inaugura hospitales y se enfrenta a los oscuros poderes de la Asamblea. Todas las encuestas señalan que este domingo su partido Nuevas Ideas, que por primera vez presenta candidatos a unas elecciones, ganará por goleada y obtendrá el control total del legislativo.
En solo dos años en el poder, Bukele ha pasado de ser un joven político a liderar una especie de telecracia moderna, un fenómeno social aplaudido en casa y criticado fuera por la Organización de Estados Americanos (OEA) o Human Rights Watch, que considera que El Salvador va camino de convertirse en “una dictadura”. El nuevo Gobierno de Joe Biden ha marcado distancias con Bukele, pero en su feudo no tiene rival y acumula uno de los índices de popularidad más altos del continente, por encima del 71%. Las cifras revelan una habilidad que va más allá de un buen manejo de Twitter y hasta sus adversarios reconocen algunos logros en su mandato; entre ellos, haber reducido la violencia a niveles rara vez vistos en el país y una gestión de la pandemia que combinó un estricto confinamiento con ayudas directas de 300 dólares a la población.
Hijo de padre musulmán originario de Belén (Palestina), que impulsó la construcción de alguna de las primeras mezquitas en América Latina, Bukele lleva la política tan dentro como la publicidad. Dejó de estudiar Derecho después de cursar el primer año y comenzó a trabajar en la agencia de su padre, que se encargaba de la imagen del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), el histórico partido de la izquierda, al mismo tiempo que ejercía como representante de la marca Yamaha en El Salvador.
Comenzó su carrera política en el FMLN, bajo cuyas siglas llegó a ser alcalde de San Salvador (2015-2018). Durante esta etapa se dio a conocer como un eficaz gestor capaz de recuperar el peligroso centro de la capital. Su gestión estaba acompañada de frases y eslóganes como “tenemos que cambiar la historia” o “una obra un día”, hasta que en 2016 tuvo su primer encontronazo con la democracia. Bukele amenazó al fiscal general con que el pueblo lo iba “a sacar de la oficina” por llamarlo a declarar en un caso en su contra: estaba siendo investigado por, supuestamente, liderar a un grupo de informáticos que realizaron ataques al periódico La Prensa Gráfica y acudió a la cita acompañado de un millar de seguidores.
Por aquel entonces era solo un alcalde de 34 años con ínfulas, la estrella emergente de la política salvadoreña que crecía sobre las cenizas del bipartidismo, pero algunos rasgos de su forma de ejercer el poder ya estaban ahí: su repudio al resto de poderes cuando lo contradicen, el manejo de operaciones poco claras para favorecer su imagen y su enfrentamiento con la prensa. En los dos años que lleva al frente del Ejecutivo, sus ataques al periodismo incluyen a medios locales como El Faro, Gatoencerrado y Factum o a la agencia estadounidense Associated Press. Pero no se ha limitado a críticas contra los medios independientes, sino que ha impulsado una investigación por lavado de dinero contra El Faro por las subvenciones recibidas de donantes internacionales.
Al finalizar su gestión como alcalde de San Salvador se enfrentó también con su partido, que no pensaba en él como candidato presidencial. Para materializar sus ambiciones no le importó abandonar la formación y subirse en el último momento a otra formación, Gran Alianza por la Unidad Nacional (GANA), partido que acumula un rosario de casos de corrupción, pero que le proporcionó el registro electoral que necesitaba hasta que pudo formalizar legalmente su partido Nuevas Ideas (NI). Durante aquella batalla con su antiguo partido, con la derecha y con la prensa forjó su imagen de rebelde idealista que encandiló a los jóvenes.
Para explicar tan rápido crecimiento es necesario entender la putrefacción de la que surge debido a los escándalos de corrupción que han poblado las últimas décadas de la política salvadoreña y que han terminado con dos presidentes en la cárcel y otro fugado, evidenciando la agonía del sistema de partidos salido de la guerra. El publicista diseñó frases como “Que devuelvan lo robado”, que se han convertido en un eficaz eslogan de campaña que sus seguidores repiten como un mantra en cada mitin.
Durante estos años, las redes sociales han sido su gran aliado y a través de ellas Bukele ha cesado a ministros, ha supervisado obras públicas, ha criticado a la prensa, anunció su boda o mostró la ecografía de su hija. Si la explicación necesita ser más amplia recurre al Facebook Live. El propio Bukele se definió como “el presidente más cool del mundo” en un país donde solo el 10,7% de la población mayor de 18 años tiene Twitter, pero donde casi el 40% sigue por las redes la vida política del país, según la encuestadora LPG Datos encargada por la Universidad Centroamericana (UCA). Al efecto Bukele hay que sumar el relevo generacional de un país, con 29 años de edad de promedio, donde, según el padrón electoral, casi la mitad de los salvadoreños (48%) que podrán votar el domingo tienen una edad media de 38,9 años: la misma que el presidente.
Bertha Deleón fue abogada de Bukele entre 2016 y 2019 en dos procesos judiciales. Durante muchos años fue su persona de confianza en los tribunales hasta que el 9 de febrero del año pasado cortó con él definitivamente a través de un mensaje de WhatsApp: “La cagaste”, le escribió a su teléfono personal cuando el mandatario entró acompañado de los militares en la Asamblea para obligar a los diputados a que aprobaran un préstamo para seguridad. “Pero me dejó en ‘visto’ y nunca más hemos vuelto a hablar”, dice Deleón, hoy distanciada de Bukele y candidata del partido Nuestro Tiempo. Aquel domingo de febrero fue un punto de inflexión de su carrera política y la señal de alarma para la comunidad internacional, que desde entonces sigue con lupa sus pasos. “Me sobreestima en cuanto a mi capacidad de planificar, yo hago lo que creo que tengo que hacer”, dijo a EL PAÍS aquella noche, dando a entender que “el pueblo” lo había llevado hasta allí.
“Bukele tiene un discurso de odio en un país violento. Es un hombre brillante en lo publicitario porque no hay que olvidar que viene de ese mundo”, señala Deleón. La abogada describe a Nayib Bukele como “un tipo adicto a las encuestas sobre su imagen y lo que piensa la calle, incapaz de atender una conversación porque está permanentemente mirando el teléfono”. Una de las críticas más duras de su antigua colaboradora tiene que ver con el desprecio del mandatario a los acuerdos de paz, calificados de “farsa” y firmados cuando él tenía diez años, y que pusieron fin a una guerra civil que dejó 100.000 muertos. “Vivió en una cuna de oro con una infancia protegida y nunca sufrió la guerra”, señala.
Gobernar el país con un teléfono
Su origen privilegiado, su discurso beligerante y su pose cool no necesariamente entran en cortocircuito en su imagen pública, sino que son diferentes facetas que ha sabido explotar. Bukele ha montado un modelo de telecracia moderna desposeída de ideología para hablar de eficacia. Piensa que con un teléfono es posible gobernar un país, dicen sus asesores, y sabe que el mejor jefe de prensa es él mismo. Bukele prefiere hablar con la gorra para atrás por Instagram con el rapero René Residente antes que dar una entrevista a la CNN. Su cuenta de Twitter sirve para subir un selfi desde la Asamblea de las Naciones Unidas antes de hablar frente a todos los líderes mundiales o para distribuir fotos del interior de las cárceles con cientos de pandilleros casi desnudos, esposados y hacinados, para mostrar una imagen de mano dura inflexible frente a las maras que tanto rédito le da.
Según el mandatario, el descenso de la violencia, que ha pasado de 50 homicidios por cada 100.000 habitantes cuando llegó al poder a casi 19, se debe a los efectos de su Plan de Control Territorial que ha desplegado al Ejército en todas las esquinas del país y a la mano dura exhibida tanto en la calle como en las prisiones, autorizando incluso a disparar a matar si es necesario. Según las revelaciones de El Faro, esta pacificación se debe a un pacto con las pandillas que el mandatario ha negado.
Casado con Gabriela Rodríguez, una psicóloga infantil con quien comenzó a salir hace una década, casi todas las fuentes consultadas coinciden, sin embargo, en señalar a sus hermanos como las únicas personas en quienes confía. Karim, Ibrajim y Yusef Bukele Ortez componen el anillo de poder más influyente alrededor del presidente salvadoreño. Son sus hermanos, hijos como él de la pareja formada por Armando Bukele Kattán y Olga Ortez, cuatro de los 10 hijos de Bukele Kattán. Aunque no tienen cargos públicos oficiales, numerosas fuentes confirman que son los principales estrategas y los hombres que hablan al oído del presidente.
“No hay ideología, ese es un planteamiento del siglo XX y Bukele es un presidente del siglo XXI”, defiende Geovani Galeas, uno de sus asesores, durante una entrevista en la capital del país. “El eje ideológico de Bukele dejó de ser izquierda/derecha para ser ‘ellos’, el 2% de la población que concentra la riqueza, o ‘nosotros’, el 98% de la población agraviada por 200 años de corrupción”, responde.
Galeas, autor de dos libros sobre Nayib Bukele, sostiene que para el mandatario es suficiente con su teléfono para gobernar sin necesidad de perder horas y horas en desplazamientos. Según Galeas, que describe el despacho de Bukele como una mesa con varias pantallas delante, la principal virtud de Bukele es que es multitask —o sea, es capaz de hacer varias cosas a la vez— y el principal problema “será encontrarle un reemplazo”, dice. El autor compara al joven mandatario con Fidel Castro o Mao en la línea de la teoría de la personalidad relevante, apuntada en los viejos manuales comunistas.
Su discurso ha calado en la población salvadoreña, que históricamente alimentó el flujo migratorio hacia Estados Unidos con un éxodo de ciudadanos que huyen de la violencia, la pobreza y la falta de oportunidades en su país. En el último año, el porcentaje de salvadoreños en las caravanas ha disminuido debido, entre otras cosas, a los nuevos aires que corren en el país y las medidas de Bukele para impedir la salida de migrantes como la creación de una patrulla fronteriza, la detención de los supuestos convocantes de caravanas o las 16.000 personas que han terminado en centros de internamiento por saltarse el confinamiento obligatorio.
Cuando en junio de 2019 Nayib Bukele formó su nuevo Gobierno, cambió a todos los ministros excepto a uno, Nelson Fuentes, ministro de Hacienda. Fuentes describe a Bukele como un hombre enfocado en “ejecutar, ejecutar y ejecutar el presupuesto para cumplir cuanto antes y lo mejor posible a los ciudadanos”. Un año después de incorporarse al Gobierno, en junio de 2020, Fuentes dejó el cargo por supuestas presiones del mandatario para utilizar la Hacienda Pública en contra de sus enemigos políticos. “Un ministro siempre recibe presiones”, dice. “A mediados del año pensé que teníamos visiones distintas de cómo lograr la estabilidad del país y creí que lo mejor era irme”, aclara sobre su salida y el complicado estado de las cuentas públicas resultado del disparado gasto público en medio de una caída del 8% del PIB a causa de la pandemia. “Mis preocupaciones son distintas de las del presidente. Fueron momentos difíciles”, señala en la única entrevista concedida desde entonces a un medio de comunicación.
Hace dos años, el telegénico Bukele logró una abrumadora victoria, que no necesitó de segunda vuelta, al derrotar al histórico FMLN, heredero de la guerrilla, que gobernó el país los últimos ocho años. Desde entonces ha gobernado enfrentado a una Asamblea controlada por la oposición, una situación que está a punto de dar la vuelta si su partido Nuevas Ideas logra la victoria por goleada que prevén las encuestas. Con ello tendría el control de la Asamblea y, por tanto, la posibilidad cambiar la Constitución, la Fiscalía o la justicia… poderes que por el momento se escapan a su control.
A Bukele no le interesa esconder sus ambiciones de poder, ni busca mostrarse simpático. Las pocas veces que lo ha intentado deja una extraña sensación de frivolidad más propia de un milenial que de un jefe de Estado. Como el día en que se grabó en un Ferrari a gran velocidad en uno de los países más pobres del continente. O el día que envió decenas de órdenes a sus subordinados y terminó ordenando también a la población que se fuera a dormir. O, más recientemente, cuando cambió su foto de perfil y puso la foto de un pájaro para contrarrestar los memes que se burlaban de sus delgadas piernas. En confianza, cuando está cómodo, le gusta demostrar que antes de ser presidente tuvo una discoteca. Así que cuando quiere agradar a su interlocutor, toma la botella y vierte el ron dando pequeños golpes en la boca de la botella calculando el número de onzas que debe servir como el viejo barman que fue. Es uno de los pocos gestos afables que le reconocen quienes están cerca de él.
Aficionado a los videojuegos, amante de los lujos y los coches caros, Bukele ha logrado sortear su vida pública sin necesidad de aclarar si es católico, musulmán o evangélico diciendo, simplemente, que “cree en Dios”. Precisamente Dios fue el recurso utilizado por Bukele para resolver el momento más crítico de su vida política, cuando aquel el 9 de febrero de 2020 miles de sus seguidores le exigían frente a la Asamblea que tomara por la fuerza el recinto legislativo. Bukele había recibido previamente una llamada de la Embajada de Estados Unidos que le pedía prudencia pero, ante los suyos, no dijo nada. Solo guardó silencio durante unos segundos, levantó el dedo y señaló al cielo como el lugar de donde venía la orden de retirarse. Después de unos minutos, la enardecida masa se fue calmando hasta que se retiraron pacíficamente del lugar. El publicista había vuelto a ganar y juró cobrarse la venganza este domingo.
JACOBO GARCÍA
Publicado en elpais.com