Las caras de la mano

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Por: Raúl Cazal

Los propulsores del neoliberalismo durante décadas han tratado de convencer de la inutilidad del Estado a través de su aparato oficial de comunicación, los medios hegemónicos. Mediante diferentes formas de propaganda venden al mercado como sinónimos de “libertad”, “flexible”, “dinámico”, “crecimiento, “futuro”, pero sobre todo “democrático”, como lo señala Pierre Bourdieu en “La nueva vulgata planetaria”.

El mercado es la falacia hecha realidad para quienes creen que la mano invisible es la salvación a todos los males. Venden ficciones y pretenden que buena parte de la realidad sea visto a través de este cristal, como intentaron infructuosamente con el testimonio del ex agente estadounidense de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) John Perkins, que apareció bajo el título Confesiones de un gángster económico.

Prekins reveló los mecanismos que utilizan los gobiernos de EEUU para subyugar a países que poseen reservas energéticas y minerales, mediante el endeudamiento y la corrupción. Cuando no logran su objetivo, envían a los “chacales”.

Así denomina a los agentes de otra agencia que asesina a quienes son un problema, como fueron las muertes “accidentales” de los presidentes que conoció: Jaime Roldós y Omar Torrijos.

El manuscrito lo presentó a un editor de una multinacional y éste le propuso que lo reescribiera como una novela. “Podríamos lanzarte como novelista, a lo John LeCarré o Graham Green”, fueron las palabras que cualquier escritor le gustaría escuchar. Pero Perkins no se dejó seducir y consiguió que una modesta editorial lo respaldara para que su testimonio no fuera leída como una ficción.

La pandemia que hoy sufrimos se expresará en novelas o películas para que sea “digerible” la tragedia. Esperamos cuenten que esta se debió a la inacción de estados nacionales por estar pendiente de la “economía” más que de la salud de su población y terminó siendo un búmeran.

Los principales titulares ya no son las muertes por el covid-19 sino la caída de la bolsa o del PIB de los países que hasta hace un año se ufanaban de pertenecer a un club de ganadores y que recomendaban a los pobres que ahorraran para cuando vinieran las vacas flacas.

Resulta que las empresas y sus dueños, que también hicieron suya la receta, la echaron a un lado y ahora cifran sus esperanzas en que el Estado, a quien consideran “autoritario”, les de la mano visible.

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