La fuerza y su determinación en la propiedad de la tierra | Por: Francisco Ojeda

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Es el problema de la tierra para Venezuela y seguramente para el resto de las naciones americanas, un problema antiquísimo. Es un problema que como sociedad, nos hace, nos caracteriza. Hay en los límites y proyecciones del problema de la tierra y de la cuestión agraria en general, no solo los trazos fundamentales de lo que somos hoy, sino que, así mismo, vestigios de los problemas que aun hoy nos aquejan y nos comprometen para con el desarrollo económico y social.

Un sin número de expresiones económicas y sociales de nuestra Venezuela actual están íntimamente ligadas o tienen algún tipo de vinculación con el trabajo de la tierra y, por consiguiente, el régimen de apropiación que opera sobre ella. Y ese régimen, para tener una idea cabal de su alcance y su naturaleza, debe observarse a partir de la lente histórica. Hay en sus inicios, en los hechos y subterfugios que lo hicieron posible, “la guía más reveladora y orientadora, la que permite componer el esquema interpretativo más ajustado a nuestra entraña histórica y social como nación”. (1)

Lo primero que puede decirse es que el simple estudio del ordenamiento, aparataje y funcionamiento de la estructura jurídica en la cual se dilucidaban los problemas de la tierra durante la colonia, nos arroja a las más brutales y sangrientas arbitrariedades que dieron factibilidad a la estructura real de la propiedad de la tierra. “En suma, en la base histórica de gran parte de la propiedad agraria venezolana se halla generalmente un acto de fuerza legalizado”. (2)

El arrebañamiento por un lado o el simple mover de linderos en prejuicio de los resguardos indígenas, fueron practicas de apropiación indebida de la tierra. De esta forma, los repartimientos y las mercedes de tierra, orígenes primarios de la propiedad individual de las tierras, fueron creciendo. La fuerza era quien privaba aquí. Si el indígena reclamaba, desaparecía las más de las veces. Luego, le bastaba al terrateniente con el soborno y la amenaza para que escribanos y demás funcionarios modificaran los títulos de propiedad y se amasara así, de esta pueril forma, grandes lotes de tierras en pocas manos. La composición, ese fue el término empleado para referirse al artilugio legal con el cual formalizar la corrupción, la vejación y la violación al derecho indígena sobre los territorios por ellos histórica y ancestralmente ocupados. Mediante el pago de la composición muchos vieron crecer sus linderos, sus posesiones y apalancados en ello también creció su explotación para con el indio, primero, y para el esclavo, posteriormente.

En una sociedad eminentemente agrícola como lo era la sociedad colonial a la cual hemos estado haciendo referencia, la acumulación de la tierra resultaba un hecho fundamental de movilización puesto que ello constituía un rasgo característico de la riqueza. La posesión o no de grandes cantidades de tierra otorgaba un sitial dentro de la estructura de clases y, los intereses de clase se defienden con fuerza.

A finales de la época colonial, veremos la cuestión agraria dentro de las principales banderas de la lucha por la independencia. Con lo mismo veremos a Boves y más tarde a la guerra larga, la guerra de Ezequiel Zamora. La tierra fue y es una constante. Ya en el Estado mágico petrolero y sus muchas formas de apropiación de la renta, veremos bien acomodarse a los viejos terratenientes como resurgiendo de un largo letargo, en torno a Gómez y su Banco Agrícola y Pecuario, en torno a la Junta Revolucionaria del 46 y su Corporación Venezolana de Fomento. Se acomodaban bien y así percibían su porción de renta, cuales clientes de una dinámica forzada a una “justa” redistribución.

Y mientras crecía el presupuesto para la actividad agrícola ellos reproducían, como en la colonia, sus mecanismos de cooptación de la tierra, de sojuzgamiento al pequeño productor, ese minúsculo obstáculo que ayer indio, hoy campesino, se interponía a sus intereses históricos.

(1) German Carrera Damas. “Conferencia sobre La Cuestión Agraria en Venezuela” 1968.

(2) Idem.

FRANCISCO OJEDA

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