Elecciones presidenciales en Bolivia: ¿Crónica de un golpe continuado?

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Este domingo 18 de octubre, el pueblo boliviano tendrá la oportunidad de acudir a las urnas electorales para elegir un nuevo presidente. Sin embargo, por desgracia, no puede decirse que estemos a las puertas de una genuina fiesta democrática. Y es que, indistintamente de los resultados, estos comicios más bien parecen la crónica de un golpe continuado.

Hoy en día nadie duda que el histórico líder indígena, Evo Morales, salió del poder por la vía del golpe militar institucional. El único organismo que avalaba la tesis de un presunto fraude electoral, echó para atrás en su postura ¿Cómo no pensar que la usurpadora, Jeanine Áñez, y su régimen de facto, no están desesperados por lavarse la cara?.

Con la mayor desfachatez, la Organización de Estados Americanos (OEA) no ha tenido más remedio que admitir que nunca hubo fraude en las últimas elecciones libres de Bolivia. En aquellos comicios ganó Morales con un amplio margen de 10 puntos. De manera que ha quedado claro que todo se trató de una vil componenda gestada entre los cuerpos de seguridad y el poder legislativo, para dar al traste con uno de los gobiernos más exitosos en la historia reciente de la nación del altiplano.

El mejor de la historia

Analistas e investigadores de talla internacional, como Ignacio Ramonet, no dudan en afirmar que Evo Morales ha sido con mucho el mejor presidente en la historia de Bolivia. Y, ciertamente, el líder indígena, basado en un proyecto nacionalista, logró en pocos años mejoras sustanciales en el plano social. Todo enfocado en una más justa redistribución de la riqueza, para aminorar las necesidades de millones de desposeídos.

La clave del modelo boliviano radicó precisamente en retomar el control de las riquezas (fundamentalmente los yacimientos gasíferos). Y manejar ese recurso poniendo como norte las reivindicaciones, tanto tiempo relegadas, para la inmensa mayoría de pueblos indígenas. Un viraje de 360 grados en un país que figuraba entre los más desiguales, en la región más desigual del mundo.

Sin embargo, como ha sucedido en otras regiones latinoamericanas, prevalece una oligarquía local racista, supremacista y fanatizada religiosamente. Estos grupos han hecho hasta lo imposible por bloquear las transformaciones.

Para nada se trata de algo exclusivo de Bolivia, este delictivo accionar parece un calco al carbón de la conducta de la extrema derecha en el continente. Ejemplos dolorosos abundan en Venezuela, Ecuador, Nicaragua, Paraguay, Brasil y Honduras. Por no citar los casos ya crónicos de Colombia, Chile y Perú.

Fraude cantado

Pero una vez consumada la felonía, como ha sucedido en otros episodios históricos, a las fuerzas golpistas les urge un baño en las aguas “democráticas”. Para hacer un poco más presentable su desfigurado rostro ante la opinión pública local e internacional.

En ese contexto tan poco favorable, llega a la línea de partida, la fórmula del Movimiento al Socialismo (MAS) boliviano, encabezada por Luis Arce. Todas las encuestas la dan como favorita con un margen de entre 9 y 10 puntos. Le sigue el eterno derrotado, Carlos Mesa, de la Comunidad Ciudadana con un 34%. Y en tercer lugar figura el candidato de Creemos, Fernando Camacho, con 16,7%. Este último representa la opción de la extrema derecha boliviana.

Ahora bien, en un intento por parecer democrática, Jeanine Áñez se abstuvo de postularse. No obstante, bloqueó las posibilidades de Evo Morales de inscribirse como senador ¿Por qué tanto miedo? Y, violando las leyes internas, ha hecho reiterativos llamados a votar en contra de Arce.

Todos estos elementos llevan a sospechar, como ha señalado Ramonet, que el fraude está cantado. Ello podría dar pie a dos escenarios: 1) escamotear los resultados de Arce, quien tiene opción de vencer en primera vuelta, si saca una ventaja de más de 10 puntos. Y, 2) forzar una segunda vuelta, donde se arreciarán las irregularidades y el ventajismo del régimen de facto.

Garras de extrema derecha

Igualmente, desde ya se avizora que la opción de Camacho podría adherirse a la propuesta de Mesa. De ocurrir esto, Mesa quien supuestamente se presenta como de centro izquierda, terminaría reo de la extrema derecha.

Como se ve lo que está en juego no es la natural renovación de un poder de elección popular, cuyo mandato ha fenecido. Lo que anima este proceso electoral, consecuencia del golpe a Evo, es el interés de presentar como legítimo un gobierno abiertamente transnacional y de base dictatorial. El fin último es mantener al pueblo fuera del poder político.

En contrapartida, las fuerzas populares, hostigadas y reprimidas sanguinariamente por los cuerpos de seguridad, siguen en pie de lucha. Como demuestra la historia, a pesar de las artimañas no han podido extinguir la idea de transformación. Por la justa reivindicación el pueblo sigue en resistencia tras el fatídico golpe de noviembre pasado.

Mandando para el pueblo

Y no puede ser de otra manera. Sobre todo en un pueblo que, como decía Maquiavelo, una vez que se ha acostumbrado a ser libre, difícilmente permita que lo vuelvan a subyugar. Evo Morales, instauró un gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo.

Efectivamente, gracias a su gestión económica, cuyo arquitecto fue precisamente Arce, el líder indígena logró reducir la pobreza a más de la mitad en la última década. El indicador pasó de 38% a 17%, entre 2006 y 2017. El desempleo descendió de 8,1 a 4,2%. Y 62% de la población obtuvo ingresos medios.

Asimismo, en el referido período 2006-2017, el ingreso per cápita anual pasó 1 mil 120 dólares a 3 mil 130. De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), la inversión estatal en salud aumentó en 173%, entre 2007 y 2014. Son sólo algunas cifras que retratan de cuerpo entero los aciertos de un gobierno que mandaba obedeciendo el pueblo.

Las encuestas dan una preferencia mayoritaria por ese modelo de reivindicación popular. Todo indica que las grandes mayorías, históricamente marginadas, añoran su regreso. Saben, porque lo disfrutaron, que la fórmula del MAS significó un gobierno que los representaba y actuaba en favor de sus propios intereses.

Basta ver que un régimen usurpador como el de Áñez dé rienda suelta a la expresión popular y respete el mandato de las mayorías. Parece casi como un milagro, porque ya fue capaz de dar un golpe de Estado. Cuesta trabajo no sospechar que estas elecciones sean la crónica de un golpe continuado.

 


 

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