El capitalismo: una mirada trágica, cruel y desgarrante

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La fotografía, esa magia capaz de tomar para siempre un espacio de tiempo, tiene en una de sus más grandes virtudes la capacidad de hacer presente a la historia. Y cuando se habla de la historia colectiva, esa magia definitivamente junta matices. La fotografía no tiene una mirada neutral. En ella está contenido el sentir de quien la realiza, también su propio tiempo, pero sobre todo su tiempo colectivo, en el que transcurre por esta aventura de vivir, o más bien por este desafío.

Y es que cuando se habla del capitalismo, la vida es un desafío. El capitalismo es su enemigo, la mira desde la crueldad, se alimenta de ella, la despedaza, la limita, la detiene. El capitalismo ha seguido andando, no se ha detenido, pero sus expresiones sí han sido alcanzadas por la mirada sospechosa de quien se convence de estar frente a frente con las mayores injusticias y las convierte en fotografías que hablan, que gritan, que denuncian y las aleja del olvido.

La más grande de todas: la guerra. El capitalismo es guerra. La vida entregada a la suerte o más bien subyugada. La guerra para que unos pocos tomen territorios que abonen recursos a sus ya infinitas riquezas materiales. La guerra para que unos cuantos exacerben su ego aplastando países y con países todo lo que los integra: culturas, pueblos, niños, niñas, naturaleza, cotidianidad, silencios.

8.500 niños y niñas mueren diariamente de hambre en el mundo y 1.300 millones de toneladas de comida son desechadas anualmente. El capitalismo es hambre y basura. El hambre no es catalogada como pandemia. No se contagia pero se expande. No hay vacuna que la cure. Hay suelos para la siembra, pero no hay voluntad política. Las imágenes que revelan el hambre son peligrosas. No se venden. El capitalismo es irracional.

El capitalismo no tiene Patria, y tampoco permite tenerla. De 2014 a 2020 más de 20 mil personas se han ahogado en el Mar Mediterráneo huyendo de la guerra en Siria y Libia. Millones huyen todos los días por las condiciones de vida precaria que llevan a colocar en la balanza morirse en el mar o morirse en la tierra. Refugiados les llaman, pero la mayoría no alcanza a llegar a un refugio. Son recibidos con armas o con rejas. Son silenciados. No aparecen en los grandes medios.

El capitalismo es crueldad. La cajita feliz invita a jugar, pero en las cárceles no hay cajita feliz. Tras el largo camino por kilómetros y kilómetros desde Centroamérica hasta la tierra prometida, miles de niños y niñas fueron secuestrados por la policía gringa, separados de sus padres y madres y confinados en cárceles.

Según cifras de la ONU, más de 300 mil están detenidos en centros para inmigrantes en el mundo. De estos, más de 100 mil en la tierra de la libertad: Estados Unidos, 3 mil de ellos condenados a cadena perpetua. A Michelle Bachelet, comisionada para los DD.HH. de la ONU no le alcanza la voz para denunciarlo, tampoco se le quiebra, sencillamente no le interesa como no le interesan los crímenes de los carabineros en Chile. Bachelet es muda cuando le conviene. Su voz, es la voz tendida al poder de las élites.

Una cosa es el capitalismo, y otra distinta lo que quiere mostrar. Para Susan Sontag, “una sociedad capitalista requiere una cultura basada en imágenes. Necesita suministrar muchísimo entretenimiento con el objeto de estimular la compra y anestesiar las lesiones de clase, raza y sexo. Y necesita reunir cantidades ilimitadas de información para poder explotar mejor los recursos naturales, incrementar la productividad, mantener el orden, hacer la guerra, dar trabajo a los burócratas”.

Ninguna de las imágenes anteriores es útil a su industria de entretenimiento. Todas muestran una cara real, trágica, cruel, desgarrante. No anestesian las lesiones, al contrario, las mantienen vivas. No invitan a la contemplación, sino a la indignación y a la opción de sumar voluntades para revertir un sistema enemigo de la vida.

 


 

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