De la agricultura al petróleo, el inicio de un proceso

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Por: Francisco Ojeda Barrera

Algunos apuntan, no sin acierto, que los grandes males que hoy acaecen a nuestra sociedad emanan de una realidad económica subordinada a los intereses del gran capital foráneo. Intereses de ayer que persisten hoy. Desde la corona española, pasando por los ingleses y holandeses, hasta llegar a los yankees, encontramos que nuestro desarrollo productivo y el desenvolvimiento económico ha estado a merced de foráneos titiriteros. Hoy vivimos los resultados de tal desarrollo histórico atrofiado y, si algún sector lo ha padecido con mayor fuerza, es el agrícola.

Antes de la llegada del petróleo a nuestra economía, como nación vivíamos casi exclusivamente de la agricultura, del sistema agro-productivo tradicional. Este sistema, vale decir, fue siempre profundamente básico. Sus niveles de tecnificación fueron mínimos, la diversificación de los subsistemas escaso, y la realidad del hombre y la mujer de aquella Venezuela rural se caracterizaba por la precariedad y la enfermedad. Y aunque mucho se habla de una Venezuela exportadora de grandes lotes de café y cacao, la realidad nos dice que sería más preciso hablar de grandes terratenientes productores de unos pocos rubros agrícolas. Nuestro sistema fue desarrollado con tanta timidez que, al inicio de la crisis mundial de la agricultura en el siglo XIX, ya nuestros productos se tambaleaban en el mercado internacional y, con el quiebre de 1929, fuimos eliminados definitivamente por Colombia y Brasil de los mercados internacionales de la agricultura.

El siglo XX conseguía a Venezuela, en términos económicos, a punto de quebrar con su antigua rutina productiva. Cipriano Castro primero y luego, en 1908, Juan Vicente Gómez, encabezarían un orden que intentaba la modernización del Estado venezolano a partir de la centralización del poder político y económico, en detrimento de los caudillos regionales que en gran medida habían sido la constante en los numerosos conflictos sucedidos durante el siglo XIX.

La llegada del año de 1910 funcionó como punto inicial hacía la modernización de la nación en función a dos elementos fundamentales: primero, la explotación de los pozos petroleros de gran envergadura y posteriormente, la llegada de la inversión de capitales extranjeros, con los Estados Unidos a la cabeza, auspiciada por el gobierno central. Tal como se comenta a continuación: “Llegó la explotación industrial del petróleo, por las compañías extranjeras, y poco a poco el país comenzó a girar en torno a la venta de esta riqueza fabulosa. Las ventas petroleras, riquezas no producidas con los recursos de nuestro país, superaron a las ventas agrícolas. El Estado comenzó a descansar en el petróleo y los ricos terratenientes perdieron sus intereses en la agricultura para arrimarse al petróleo por medio de una actividad urbana al amparo del Estado.”[i]

Los sucesos de esta incipiente situación en la cotidianidad de la vida campesina tuvo efectos inmediatos, pues una vez descubierto el petróleo y empezada su explotación fácil y rentable, los sectores dirigentes de la sociedad se volcaron a él, comenzando un lento pero ininterrumpido proceso de abandono de la agroproducción.

Paralelo a estas fluctuaciones en el sector agrícola, el presidente Gómez, haciendo uso discrecional de las arcas y recursos del Estado, entregaría concesiones para explorar, producir y exportar el petróleo a enormes corporaciones foráneas, principalmente provenientes de los Estados Unidos de Norte América, dejando al Estado venezolano como simple observador. De estas concesiones otorgadas por Gómez, los ingresos percibidos por la nación resultaban importantes, no obstante, el porcentaje de la repartición resultaba mínimo y totalmente invisible para los sectores populares de la sociedad, entre los que se contaban, naturalmente, el campesinado.

Las concesiones otorgadas por el estado venezolano generaron, además,  una nueva problemática en lo que se refiere al régimen de propiedad de la tierra debido a que “la influencia del petróleo como factor favorable a la concentración de la propiedad territorial agraria, se manifestó con fuerza en las tierras de dominio público, es decir, en los terrenos nacionales, municipales y baldíos en general. Los caudillos militares (sus favoritos) y asesores intelectuales, obtenían por vía de donación o a precios irrisorios tierras de ese tipo y luego las cedían a las empresas sobre la base de jugosas comisiones.”[ii]

A través de este mecanismo de compra y venta de las tierras de dominio público, se cimentaron las fuerzas de control entre el Estado y las compañías petroleras.

Para Maza Zavala, el papel de la agricultura y de la explotación petrolera en la economía nacional se reflejó a través de los siguientes datos: “en 1913 la exportación de café representaba el 59.1% del total y el cacao el 17.9%. Ésta situación se modificó radicalmente en 1926 cuando la importancia del café en el comercio exterior disminuyó al 25.9% y el cacao al 4.9%. En esta última fecha la exportación de petróleo y sus derivados comprendían el 64.2%. Esta tendencia se fue acentuando en los años posteriores. En 1936 el café había descendido al 5.2%, mientras que el petróleo llegó a abarcar el 90.1% de las exportaciones venezolanas. Por entonces, la situación de la agricultura era crítica debido al constante descenso de los precios en el marco de la gran depresión.”[iii]

De esta forma, Venezuela pasó de ser un país rural, pre-capitalista y monoproductor agropecuario, a un país de orientación minero-extractiva en función de las necesidades de los países metropolitanos. Este vuelco, violento desde toda interpretación, ancló a la agricultura venezolana y, por si fuera poco, toda la cultura que la circundaba. Así, de esta forma, comienza el abandono del sector agrícola de nuestro país.

[i] MICHEO, Alberto. La producción agrícola. Caracas. Centro Gumilla. 1983. Pág. 38.

[ii] BRITO FIGUEROA, Federico. Historia económica y social de Venezuela. Tomo II. Caracas. Ediciones de la biblioteca UCV. Pág. 381.

[iii] MAZA, Zabala. La crisis: antecedentes, factores, responsabilidades y salidas. Caracas. Ediciones de la UCV. 1985. Pág. 36.

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