Vergüenza étnica: como una clase desprecia sus propias raíces indígenas y africanas

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Esta semana se conmemoró un nuevo aniversario del Día de la Resistencia Indígena en Venezuela. Con el cambio de nombre el gobierno nacional ha querido rendir un merecido tributo al legado de los pueblos indígenas originarios y a las raíces de su rica cosmovisión.

Como recuerda el poeta venezolano, Gustavo Pereira, tenemos un «costado indígena» y otro «africano», que aunque han pretendido ser borrados por cierta historia oficial, están presentes en nuestra cotidianidad, bien sea en el habla, en la gastronomía, en las creencias religiosas. En la música o en el baile, entre muchas otras manifestaciones culturales.

En esta materia en particular el pensamiento y la acción del Comandante Chávez, destacaron por la vocación de inclusión y respeto por nuestras raíces en su conjunto. Así se han logrado avances significativos, como la creación de un ministerio para los Pueblos Indígenas. Su representación parlamentaria y el reconocimiento explícito, que se hace en la Carta Magna, de Venezuela como un Estado multiétnico y pluricultural.

Vergüenza de si mismos

No obstante, persisten como pesadas rémoras elementos de vergüenza étnica y endorracismo, de una clase social que desprecia sus propias raíces, por ignorancia. Pero también, porque han sido captados por un sistema de representación, cuya violencia simbólica hace que se identifiquen con quien los ha oprimido por siglos.

Así como explica el comunicólogo español, Vicente Romano, operaría una suerte de síndrome de Estocolmo cultural. Es decir, usted termina renegando de su esencia, con lo cual pierde su identidad. Y sigue ciegamente a una clase o a un grupo, que trágicamente nunca le acepta ni le reconoce como un integrante legítimo. Aparte de que le infligió daños increíbles a sus propios ancestros.

Ha sido desde siempre la tragedia cultural de la gran mayoría de los pueblos latinoamericanos y caribeños. Por un lado, la historia oficial literalmente borró el testimonio de cientos de páginas de heroísmo vibrante de la resistencia indígena y africana. Y, por otro, nos quedamos con la leyenda «negra» de que los indios son flojos, no tenían alma y los negros eran lujuriosos e ignorantes.

Esto da pie al fenómeno del endorracismo. Que como explican diversos autores: «Según los investigadores, el endorracista subestima su propio origen africano o indígena. Se hace valer como blanco para tratar de establecer una especie de dominio y de superioridad sobre otras personas con rasgos más cercanos al africano o al indígena. Este complejo se desarrolló durante un régimen de castas donde el blanco era superior al indígena y el indígena superior al negro«.

Idealizando al conquistador

En contrapartida el blanco ibérico se presenta como un dechado de virtudes. Sin embargo, una ojeada muy por encima de las crónicas de la época dan cuenta de la soberbia y la crueldad en su máxima expresión.

La conquista representó una verdadera matanza. Se estima con cálculos muy conservadores que al menos 80 millones de seres humanos fueron asesinados. Ilustrativa de esa violencia extrema pueden resultar algunos extractos del Requerimiento. Esa infame proclama que el conquistador leía a pueblos inermes, que muchas veces le habían brindado la mayor hospitalidad posible. La estrafalaria advertencia de no rendirse como esclavos y entregar sus tierras era como sigue:

«Si no lo hiciereis, o en ello dilación maliciosamente pusiéreis, certifícoos que con la ayuda de Dios yo entraré poderosamente contra vosotros y vos haré guerra por todas las partes y maneras que yo pudiere, y os sujetaré al yugo y obediencia de la Iglesia y de Su Majestad, y tomaré vuestras mujeres e hijos y los haré esclavos, y como tales los venderé y dispondré de ellos como Su Majestad mandare, y os tomaré vuestros bienes y os haré todos los males y daños que pudiere, como a vasallo que no obedece ni quieren recibir a su señor y le resisten y contradicen; y protesto que las muertes y daños que de ella se recrecieren sea a vuestra culpa, y no de Su Majestad, ni mía, ni de estos caballeros que conmigo vinieron y de cómo os lo digo y requiero, pido al presente escribano que me lo dé por testimonio signado«.

En fin, toda una «invitación humanitaria». En el sentido que manejan del derecho humanitario, las élites actuales del poder.

Sangrienta masacre

Fue un proceso sencillamente sanguinario, un guerra total desbordante en crueldad. En otro episodio, como relata el propio conquistador, Bernardo de Vargas Machuca, en su libro Milicia Indiana, se explica cómo se tendían celadas alrededor de los deudos de indígenas asesinados.

«También es buena emboscada dejándola echada donde se hubiere hecho alguna justicia, porque luego acuden a cargar al muerto y allí lo lloran (…) Y al tiempo que lo cargan es bueno salir de la emboscada; y no son pocos los que se hallan a este entierro«.

A diferencia de otras civilizaciones precolombinas consideradas «más avanzadas», como los Incas y los Aztecas, que sucumbieron relativamente rápido al dominio español. El proceso de conquista en Venezuela fue tortuoso. El indígena venezolano destacó por su fiereza en el combate y su capacidad de hacer una verdadera guerra de guerrillas.

Fue el cacique Guaicaipuro un líder indiscutido de ese proceso de resistencia, que retrasó varias décadas que los españoles pudieran ejercer el control de lo que hoy es Venezuela. Esto a pesar de la superioridad militar y tecnológica de las tropas invasoras. Pero la derrota de los pueblos indígenas estuvo muy asociada al malinchismo y la traición.

Raíces traicionadas

En ese contexto fue Francisco Fajardo uno de los más sanguinarios esbirros de su «su majestad el Rey». Con el agravante de que por su rama materna corría sangre indígena por sus venas. Sin embargo, se valió del dominio de una de las lenguas originarias para hacer la guerra a sus hermanos, con el falso lema de que era mejor ser conquistados que exterminados.

Fajardo fue el as bajo la manga del imperio español para tratar de «pacificar» lo que hoy se conoce como la gran Caracas. Territorio que bajo el dominio compartido de una mancomunidad de guerreros increíbles, se presentó por décadas como una fortaleza inexpugnable.

Hoy, 528 años después, personas ignorantes vierten odio en redes sociales por el cambio de nombre la Autopista Francisco Fajardo por el del glorioso Cacique Guaicaipuro. El eco de sus últimas palabras retumba hoy todavía: «venid, venid extranjeros; venid a ver como muere el último hombre libre de estos montes».

Esta importante arteria vial capitalina ahora se llama Gran Cacique Guaicaipuro, por decisión soberana del presidente constitucional, Nicolás Maduro.

No obstante estos «influencers» de pacotilla, apelan al odio y al endorracismo. Han pretendido burlarse del cambio de nombre autorizado por el gobierno nacional, calificándolo como un ritual de brujería.

Como dicen por ahí: «atrevida es la ignorancia».

La letra de una buena canción de la agrupación argentina Fabulosos Cadillacs, les define a la perfección «hijos bastardos de colonias asesinas«. Les cuesta mucho trabajo asumirse, actuar y pensar como hombres libres. Siguen reos de su vergüenza étnica, que les lleva a despreciar sus propias raíces.

No obstante, Venezuela una patria asediada y acosada por nuevos poderes hegemónicos resiste con heroísmo. Con la mirada fija en un horizonte de gloria, donde se reconozca por igual la valía del trípode de nuestras raíces: un costado indígena, otro africano y otro español. Las tres vertientes conforman como dijo el padre Bolívar un compuesto. Y parafraseando al genio Libertador, podemos decir que ese compuesto acrisolado nos permitirá mostrar al mundo antiguo la majestad del mundo moderno.

 

 


 

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