Las 7 «sucursales» del Pentágono en Colombia: el peligro de bases militares en tierras de una «hermana traidora»

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Preparando el terreno:

Curiosamente en diciembre del año pasado, Mike Pompeo decía que la intervención militar estaba totalmente descartada en Venezuela y que la salida debía ser pacífica y democrática. Esta declaración abrió una serie de acciones dentro de la administración de Donald Trump que produjo cualquier tipo de especulaciones acerca de si el gobierno de Estados Unidos mantenía su confianza en el «plan» llamado Juan Guaidó.

En ese momento todo parecía indicar que intentaban levantar la imagen del autoproclamado, posicionarlo ante la opinión pública como un estadista de alto calibre y una víctima recurrente del régimen. Por eso le incluyeron como invitado de primer nivel en un foro amañado para convertir a Maduro de una vez por todas, en un consumado terrorista. «La amenaza inusual y extraordinaria» estaba viva.

Pero en enero de 2020, hubo un movimiento militar atípico, que encendía las alarmas en el continente: el Comando Sur de Estados Unidos anunciaba la realización de ejercicios militares conjuntos con Colombia. El pretexto para esto no podía ser más pediátrico. En un comunicado oficial, el Comando Sur informaba:  «Personal experto de EE.UU. y de Colombia van a practicar el trabajo conjunto para construir interoperabilidad y van a compartir experiencia estratégica y práctica».

En este extraño y semánticamente poco confiable vocablo interoperabilidad, estaba la clave de todo esto. ¿Por qué necesitaban en ese momento, demostrar coherencia, sincronización y armonía dos ejércitos que llevan casi 20 años de ejercicios conjuntos, de maniobras militares, de transferencia de tecnología y de acompañamiento técnico y profesional?.

«La Haine.org, proyecto de desobediencia informativa», publicaba en 2014: «En lo que podría entenderse como una nueva Escuela de las Américas, el 18 de mayo pasado el gobierno de Colombia puso en marcha un proceso de entrenamiento para oficiales de las fuerzas armadas de varios países latinoamericanos. Lo hace a través de becas jugosas y la oferta de una exitosa experiencia acumulada en contrainsurgencia y control poblacional.

Aunque la noticia pasó casi desapercibida en la vida mediática y política continentales, contiene dos graves señales. Por un lado, representa un avance serio del proceso de contrarreformas manifestado en los avances de la derecha en América latina, mundo árabe y Europa. Pero al mismo tiempo constituye un grave peligro para una América latina que había comenzado a ganar una relativa autonomía político-militar respecto de Estados Unidos. Aunque esta suerte de Escuela de las Américas local y tercerizada fue patrocinada desde tiempos de Álvaro Uribe, el gobierno de Juan Manuel Santos, y el actual gobierno de Duque, no han hecho nada sustancialmente distinto.

La agenda de la política exterior colombiana es exactamente la misma desde esa época, lo que no quiere decir que en años anteriores a la llegada del uribismo, no se dejaran rodar aventuras infelices contra Venezuela. A nadie en sus cabales le cabe duda que detrás de todo esto están el Departamento de Estado y el Comando Sur.

Las razones que justifican la existencia de las bases instaladas en territorio colombiano son, sin duda alguna, el gobierno de Nicolás Maduro, el chavismo como movimiento y sus Fuerzas Armadas, educadas en el antiimperialismo, y que serán los primeros objetivos no manifiestos de una «iniciativa regional» de este tipo.

Cuántas son y de qué van

Palanquero, Apiay, Bahía Málaga, Tolemaida, Malambo, Larandia y Cartagena. En Colombia, la controversia por la instalación de las bases, no fue poca, sobre todo, porque el acuerdo no pasó por el Congreso, como era debido. De hecho, este fue el argumento por el cual, en 2010, la Corte Constitucional lo derogó y le ordenó al Gobierno volver a presentarlo, lo que finalmente no hizo.

Ya para ese momento había un nuevo presidente, Juan Manuel Santos, quien como ministro de Defensa fue uno de los protagonistas de este cuestionado acuerdo. Ante el fallo de la Corte, Santos anunció que lo acataba, como era obvio, pero recordó que esta decisión no afectaba acuerdos previos entre ambos países.

Desde entonces es poco o nada lo que se ha hablado del tema. Apenas una vez, en 2015, debido a que el historiador Renán Vega denunció en el informe, que presentó a la Comisión Histórica del Conflicto y sus Víctimas, que 53 mujeres habían sido violadas por militares estadounidenses apostados en la base de Tolemaida. Denuncia que, aunque se investigó, nunca fue esclarecida.

Y, desde entonces, la presencia de militares estadounidenses en Colombia ha permanecido en un bajo perfil. Pero nadie duda de su actividad allí. Lo explica Sebastián Bitar, de la Escuela de Gobierno de la Universidad de los Andes (ULA), en su libro «La presencia militar de Estados Unidos en América Latina: bases y cuasibase», publicado en 2017.

De acuerdo con un funcionario «de alto rango del ministerio de Defensa» que Bitar entrevistó en 2012, tras el fallo de la Corte, «el presidente Santos entendió que los acuerdos de seguridad con Estados Unidos no tenían por qué ser formales o públicos para tener los efectos que ambas partes deseaban. Colombia continuó albergando operaciones estadounidenses en su territorio bajo acuerdos de cooperación previos, las cuales incluían entrenamiento militar, confiscación de drogas y operaciones relacionadas con comunicaciones y vigilancia, entre otras».

Es lo que Bitar denomina «cuasibases»: «que no son aprobadas por las asambleas legislativas locales y no están sujetas a la supervisión institucional (y) proporcionan instalaciones que apoyan las operaciones de Estados Unidos en los países que las albergan».

Pueden ser de tres tipos: «Gas And Go«, acuerdos que le permiten a aeronaves estadounidenses aterrizar y abastecerse de combustibles en las instalaciones de su aliado; de acceso temporal, es decir, con tiempos de permanencia estipulados; y de acceso por largo plazo. Por ejemplo, en 2012, Estados Unidos todavía operaba desde siete instalaciones militares en Colombia y tenía 51 edificios y 24 instalaciones en arriendo, de acuerdo con el “Base Structure Report” (un inventario de bienes e instalaciones militares) de ese año.

Para el 2013 esa cifra es de 32 edificios de propiedad de Estados Unidos en Colombia y 12 en arriendo. Desde entonces, el «Base Structure Report» no ha vuelto a reportar instalaciones militares gringas en suelo colombiano. Simplemente dejaron de hacerlo. En lo que a operaciones se refiere ha habido algunas, cubiertas y encubiertas.

 

Para qué han servido y para qué podrían servir:

En 2013, el Washington Post dio a conocer que la inteligencia estadounidense, en especial la CIA, había sido clave para la realización de varios operativos en contra de jefes guerrilleros. Otras operaciones han sido menos «secretas«. Sobre todo: ejercicios conjuntos, brigadas e intercambios. Al igual que operaciones que, aunque dirigidas desde otros territorios, no afectan de alguna forma a Colombia. No pasa lo mismo con Venezuela. Para la Republica Bolivariana, cada movimiento colombiano es pieza fundamental de cara a un desenlace dramático, que seguramente Estados Unidos intentará hacer properar en algún momento.

De estas operaciones hay dos claves: el «Continuing Promise 2017″, un programa para brindar servicios de salud a comunidades empobrecidas en Colombia, pero que realidad sirven como tapadera para tareas de inteligencia militar, y en muchos casos, de oscuras operaciones que tienen a la DEA como protagonista y al Palacio de Nariño como cómplice. Puntualmente, Mayapo, en La Guajira; y los ejercicios militares realizados por Estados Unidos, Brasil, Colombia y Perú, en la Amazonía, a finales de 2017, en virtud de la iniciativa AmazonLog 17. Maniobras que, valga decirlo, generaron preocupación en Venezuela.

Apenas semanas hace, Colombia fue escenario de otro evento que ejemplifica lo que ha sido la cooperación de Estados Unidos con ese país: una serie de entrenamientos militares en la capital. ¿Por qué un ensayo militar en un escenario urbano como Bogotá?  El trasfondo de todo esto, con bases o sin ellas, sigue siendo el mismo: Nicolás Maduro y las FANB son enemigo en la mira de EE.UU. Solo con la complicidad colombiana tropas de infantería y divisiones aerotransportadas pudieran tener fácil acceso a Venezuela. Una operación militar en contra de Maduro, necesita a Colombia como plataforma estratégica.

Prueba de que esta sigue siendo la prioridad para Estados Unidos: en febrero de 2018, el entonces comandante del Comando Sur, el almirante Kurt W. Tidd. Tidd se reunió con quien era ministro de defensa, Luis Carlos Villegas, y luego visitó Tumaco, escenario de una masacre en la que murieron siete campesinos, en medio de una operación de erradicación de cultivos de coca; matanza por la que se investigan a varios militares y funcionarios de la DEA. Valga citar las palabras del mismo almirante Tidd ante el Senado estadounidense. El militar dijo que consideraba a Colombia «nuestro socio estratégico más importante en la región y un aliado de primer orden para lograr restablecer la democracia en la region». Elocuente comentario.

Con bases o sin ellas, Colombia es clave para los intereses de Estados Unidos y aunque no sea de forma permanente, su presencia militar es constante, sea en las «cuasibases» como las llama Bitar, o sea mediante el entrenamiento en conjunto y la cooperación, bien con tecnología o bien con recursos.

En Febrero 2020, Estados Unidos inició ejercicios de traslado de tropas a varias de esas bases. ¿Por qué trasladar unas divisiones aerotransportadas? ¿Por qué brigadas de paracaidistas? Aceptar las becas del gobierno norteamericano para ser entrenados en «seguridad y defensa» por el país que más ha violentado a otras naciones en los  últimos 50 años, es una contradicción de resolución compleja para el gobierno bolivariano, y es directamente funcional al aislamiento político que han diseñado para Nicolás Maduro, en medio del brutal asedio actual.

No es una especulación irreflexiva, tarde o temprano, la bota imperial intentará un nuevo disparate. La desesperación de los enemigos de Venezuela es directamente proporcional a la magnitud de la amenaza. La FANB está preparada para reaccionar, venga de donde venga el ataque; aunque por los vientos que soplan, Caín volverá a golpear a Abel.

 


 

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