La política es un lenguaje, se protege entendiendo el poder de las palabras, pues ninguna es neutral o a ciegas y desde la comprensión de esto, es que la construcción de un enfoque innovador para la teoría de los significados en ella toma una perspectiva que nos invita a deconstruir la identidad de este lenguaje, que nos pone de cara al futuro para comunicarnos desde él, o dicho en otras palabras, para protegerlo como la perspectiva que nos convoca, porque ya es posible.
No se transforma lo que no existe, pues entonces este tiempo que verbalizamos como futuro se gesta desde el razonamiento del aquí y el ahora, en el que nos es posible visualizarnos como conocedoras y conocedores, especialmente, como protagonistas de nuestro contexto y por lo tanto como narradores y narradoras en primera persona del cómo han resultado las acciones tomadas en tiempos anteriores y gestar métodos para mejorar las realidades del presente que nos permitirán accionar en el futuro.
Es así como entonces, nos es posible codificar este lenguaje que es la política desde esto que somos hoy, porque tenemos claro hacia donde vamos, lo que nos hace capaces de nombrarlo todo, pues si la política deja de hablar del futuro, canibaliza lo efímero del presente y nos deja con el sabor a veces agrio, a veces tambaleante, de la nostalgia del pasado, pues aunque la línea transversal de un proceso revolucionario parte del estudio y reconocimiento de su historia, y del accionar en los territorios desde el ahora, no es una sentencia definitoria aquello que reza que, “todo tiempo pasado fue el mejor”.
Con esto no quiero decir que todo es entonces prescindible, porque no es cierto, pero lo que sí es cierto es que esas experiencias que forman parte de lo que somos son transferibles y mutables para la coordinación de una narrativa que involucre todas las aristas de un sistema democrático en el que la pasión por la política se mantenga como el pulso en el que se encuentran todas las fuerzas del pueblo.
Hay que hablar de futuro, pues cuando dejamos de hablar de él, por miedo, duda o desconfianza, este deja de ser un objetivo compartido para ser un horizonte sombrío. La aceleración de la historia y de nuestras vidas hace que reduzcamos el debate sobre el futuro a la ciencia ficción o al panóptico digital y artificial, cuando sabemos que no es posible hacer patria sin este tacto tácito que es lo humano, para crear nuestras propias herramientas que combatan cualquiera de las formas en las que se presente la adversidad y así reivindicar esta historia colectiva que somos.
¡Seguimos y seguiremos venciendo, palabra de mujer!