Pedro Castillo, un hombre común a punto de una hazaña extraordinaria

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Pedro es un nombre muy común, pero en estos días en Perú todos saben de quién hablan cuando lo mencionan. Es Pedro Castillo, un profesor de escuela de 51 años; un hombre con una vida común a punto de conseguir una hazaña extraordinaria: poder ser presidente de su país.

Viene de la vida rural del “Perú profundo”, un término que se puso en boga entre los presentadores de la televisión cuando se percataron que un hombre desconocido del campo había ganado la primera vuelta sin que nadie lo viera venir.

Este maestro pasó del anonimato a convertirse en una potencial opción popular para ocupar la presidencia que tradicionalmente ha estado tomada por la oligarquía.

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De reacciones rápidas

Tiene en el acento esa cadencia provinciana del peruano que evoca una conmovedora candidez campesina; pero eso es solo una impresión, porque Pedro Castillo es un hombre más ágil de lo que sus adversarios estiman.

Habla pausado, como si estuviera dando una clase a niños de primaria, pero cuando lo retan, responde rápido y da en el ángulo donde solo anidan las telarañas.

En una ocasión Keiko Fujimori quiso pasar de lúcida dando un saludo especial a los maestros, pero solo a los que trabajan y no a los que están de licencia sindical, echándose un literal lance a las canillas del Profesor.

Pero Castillo en vez de recibir el golpe, se ingenió una gambeta que dejó a Keiko con las ganas de no haber querido nunca tirar puntas de juego sucio.

El maestro respondió asumiendo que estaba de licencia sindical para dedicarse a la política y que en cambio ella estaba en lo mismo pero con licencia de la justicia.

El momento fue tan épico que si la vida real tuviera los efectos especiales de la televisión, Castillo hubiera sido celebrado con los famosos lentes negros con que se premia la astucia.

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Un fenómeno popular

Este maestro rural ha puesto de cabeza a la derecha peruana y regional, y al mismo tiempo despierta entusiasmos entre la izquierda, aunque es bastante cierto que luce titánico que pueda hacer demasiado ante la determinación de una clase política conservadora que se ha propuesto impedir que gane o que gobierne.

Pedro Castillo es la sal de una campaña presidencial que empezó siendo desabrida, una carrera por el poder que registró el hito histórico de más candidatos en un momento en que había el menor entusiasmo por votar.

En su contra se ha descargado una campaña de miedos que lo pintan como un grotesco comunista ortodoxo, simpatizante de “dictaduras” y amigo de terroristas.

Le han pintado como un minotauro de la izquierda, como un inflexible marxista con los embelesos patriarcales y machista, ya que se opondría al matrimonio igualitario y el aborto.

Un hombre común con un objetivo extraordinario

Castillo se hizo a sí mismo con obstinación heroica. Estudio primaria a pesar de que la escuela le quedaba a 2 horas de camino. Estudió y completó la secundaria, aunque antes tuvo que parar 2 años para trabajar. Se hizo maestro y defendió las causas gremiales de sus colegas.

De joven trabajó de todos los oficios para poder sobrevivir. Lavó baños, vendió helados y periódicos, y desde cada uno de sus oficios contempló la realidad de medio país que hoy le invoca como una esperanza.

Descubrió en los eventos cotidianos la enorme desigualdad de su país. La inmensa pobreza en una nación rica gobernada por políticos avaros que han extendido la tradición perniciosa de presidentes, que una vez terminan su periodo, comienzan un duelo con la justicia.

A la callada, este hombre después de granjearse en la primera vuelta poco más del 16%, ahora medio Perú le quiere votar. Pero así como despierta un gran entusiasmo, sus posibilidades han despertado los efectos dormidos de una sociedad domesticada por condicionamientos anticomunistas.

Ha revelado las contradicciones intelectuales y morales de sus adversarios, esos que según queriendo salvar al país le votarán a Keiko, sabiendo conscientemente que escogen a una comprobada corrupta porque según “es el menor de los males”.

 

 


 

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