Palestina: Un Genocidio Interminable | Por: Atilio Borón

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La humanidad se enfrenta a una de sus noches más oscuras, donde las pesadillas iluminan con mortecinos relumbres la conciencia atormentada de los vivos. No de todos, pero sí me animo a decir que de la mayoría. Es que desde hace poco más de dos semanas hemos regresado a los horrores del genocidio y los espectros del Tercer Reich resurgen con fuerza. Es cierto que, en un sistema imperialista como el que vivimos, aquél, el genocidio, es una práctica recurrente. Pero rarísima vez ocurre en la escala masiva que estamos viendo en estos días, bombardeando a mansalva a una ciudad, Gaza, que ostenta la mayor tasa de densidad de población por kilómetro cuadrado sólo superada por Singapur y Hong Kong.

Al momento de escribir estas líneas, al atardecer del domingo 22 de octubre, el número total de víctimas de estos ataques ya llega a cuatro mil 469, de los cuales cuatro mil 385 en Gaza a los que se deben sumar otros 84 ultimados en Cisjordania. Según lo anotan observadores calificados, de ese total unos mil 700 son niños, ancianos y mujeres. Pero esta cifra seguramente subestima el número de víctimas que aún hoy yacen bajo las ruinas de numerosos edificios de todo tipo: viviendas, escuelas, templos, refugios de la ONU y hospitales atacados por el régimen neonazi israelí.

Escombros imposibles de remover por falta de equipamientos adecuados y combustibles para mover bulldozers y retroexcavadoras. Cuando esta tragedia termine el número será muy superior a lo que se está calculando en estos días.

En el Occidente hegemonizado por Washington la opinión predominante es que la brutal retaliación ordenada por el régimen de Netanyahu es la merecida respuesta a los asesinatos y secuestros de israelíes cometidos por Hamás cuando (¡inexplicadamente, debo decir!) penetró en el territorio de «Israel». Pero esta narrativa soslaya que esta acción, por más condenable que sea, es respuesta a décadas de continuas atrocidades y violaciones a los derechos humanos perpetradas por los sucesivos gobiernos israelíes y por un Estado que, al violar las distintas resoluciones del Consejo de Seguridad, se ha convertido en lo que jurídicamente se denomina “un estado canalla”.

Un Estado cuyas políticas, como lo recordara el notable periodista israelí Gideon Levy, produjo el inhumano encarcelamiento de dos millones de personas durante casi veinte años, hacinados y privados de regulares abastecimientos de agua, alimentos, energía eléctrica, medicinas, combustibles y los insumos más elementales que requiere una vida civilizada. Nada bueno, concluye Levy, podía originarse como fruto de tamaña crueldad. (1)

La historia de esta verdadera limpieza étnica viene de muy lejos. Recordemos que desde la fundación misma del Estado de «Israel» su gobierno destruyó un mínimo de 500 aldeas palestinas, provocando el inicio de un interminable torrente de refugiados -800 mil en los primeros meses- que demolidas sus casas, destruidos sus sembradíos y robados sus campos se vieron forzados a abandonar la tierra de sus ancestros. A medida que pasaba el tiempo «Tel Aviv», con el indisimulado respaldo de Estados Unidos y la mayoría de los indignos gobiernos europeos, alimentaba sin pausa su política de conquista y robo territorial.

Unos 700 mil colonos se instalaron en tierras que pertenecían a familias palestinas con el total respaldo de las mal llamadas Fuerzas de Defensa Israelí, en realidad, un brutal ejército de agresión y ocupación de países vecinos.

Esos colonos nada tienen que ver con la bucólica imagen de un inocente farmer que difunde la corrupta prensa de Occidente y sus no menos corruptos políticos y gobernantes. Son grupos que disponen de permanente entrenamiento militar, tienen en su poder armas de guerra, y atacan, maltratan, torturan e inclusive matan a palestinos o palestinas que osan resistir a su despojo bajo la complaciente mirada de las autoridades y las fuerzas de seguridad de «Israel».

Tragedia que se desenvuelve en los Territorios Ocupados en donde habitan casi siete millones de palestinas y palestinos, a los que hay que sumar casi seis millones más de la diáspora dispersa por todo el mundo. Un pueblo expulsado de su tierra y convertido en un paria internacional. Dadas estas dramáticas circunstancias se comprende que es muy difícil para cualquier palestino ser amable con los causantes de esta tragedia

Días pasados tanto Estados Unidos como Gran Bretaña y Francia vetaron una propuesta del Consejo de Seguridad de declarar un alto al fuego en Gaza. La misma había sido presentada por Rusia. Otro tanto ocurrió con otra postulada por Brasil. Ni Estados Unidos ni las viejas potencias coloniales europeas tienen el menor interés en poner fin a la ocupación y la matanza en curso. Y el régimen israelí está embarcado en un derrotero que se asemeja bastante a la “solución final” propuesta por Hitler para resolver “el problema alemán”: exterminar a todos los judíos. Por un retruécano de la historia, ahora es el supuesto representante del pueblo judío, el Estado de «Israel», quien ocupa el lugar del régimen nazi y adopta como propia su criminal política genocida.

Hay un escandaloso paralelismo entre la valiente resistencia de los judíos asediados por las SS en el gueto de Varsovia y la de los palestinos en Gaza. Sólo cambia el nombre del señor de la muerte: Hitler antes, Netanyahu ahora.

Una nota final sobre la hipocresía de las “democracias occidentales”, que critican al “terrorismo” de Hamas pero cierran beatíficamente sus ojos ante el mucho más grave terrorismo de Estado israelí. Además se trata de gobiernos, comenzando por el de Estados Unidos, que reclutaron a los terroristas jihadistas de Afganistán, los Talibán; a los de Al Qaeda y Daesh, y les ofrecieron dinero, armas y cobertura mediática y diplomática para desestabilizar o tumbar gobiernos que no eran de su agrado en diversas partes del mundo, fundamentalmente en Siria, Irak y Libia. En otras palabras, cuando juegan para el imperio y sus secuaces, los “terroristas” se convierten en virtuosos “combatientes por la libertad.” Pero quienes tienen la osadía de oponerse a la prepotencia imperial son ipso facto anatemizados como “terroristas”, aunque su única arma sea la palabra. Este inmoral doble estándar habla con elocuencia de la descomposición moral de la tradición política de Occidente y de su deriva criminal Esa fue el infortunio que segó la vida de una notable poetisa palestina, Heba Abu Nada, muerta hace un par de días en unos de los recientes ataques sobre Gaza, y cuya postrera poesía escrita en el fragor del bombardeo dice así.

«La noche en la ciudad es oscura, excepto por el brillo de los misiles;

silenciosa, excepto por el sonido del bombardeo;

aterradora, excepto por la promesa tranquilizadora de la oración;

negra, excepto por la luz de los mártires.

 

 

ATILIO BORÓN

Almayadeen.


 

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