Está en etapa embrionaria una Organización de Naciones Unidas paralela. Aunque parezca paradójico, la engendra la misma ONU, en una especie de reproducción celular por mitosis.
¿Está claro? Simplifico: el foro mundial tiene un conjunto de oficinas y agencias especializadas en aspectos específicos del planeta. Vaya por caso, en derechos humanos. Si la organización no quiere comprometer a su alta comisionada en un asunto particular (caso Venezuela, por ejemplo), designa o contrata una “misión independiente” que haga el trabajo (sucio o no, pero siempre interesado). De esta manera, crea una dependencia paralela a la de la señora Bachelet.
Estados Unidos, como imperio, es el padre de este paralelismo. A través de la Usaid fabrica ONG que se arrogan las atribuciones de la FAO, Unicef o la Unesco. O empresas privadas que la ONU termina contratando como quien cancela por adelantado su funeral. En ocasiones, primero debilita esa rama de la ONU. Por los años 70, cuando la Unesco se dedicó a investigar el injusto orden informativo internacional, le retiró su aporte económico. Hoy lo hace con otra institución mundial por no acatar sus órdenes: la Organización Mundial de la Salud.
El imperio acepta el concierto de las naciones mientras obedezca a su batuta. De lo contrario, se va con su música a otra parte. No es casual que acabe de sancionar a los magistrados de la Corte Penal Internacional y que, en su reciente intervención virtual en la Asamblea General, Donald Trump haya exigido a la ONU juzgar a la República Popular China “por expandir en el mundo el coronavirus”. Fiscal, juez y parte, pues.
Todavía EE.UU. no se asume como una ONU paralela, aunque en muchos ámbitos actúe como tal. El precipitado ocaso del unilateralismo no se lo permite y lo obliga a guardar las formas. Prefiere entonces llevar el paralelismo en forma parcelada. Como esa “misión independiente” que pirateó un informe sobre derechos humanos contra Venezuela. Puesto que lo permite, Naciones Unidas está pagando la soga con que se le ahorcará.
El imperio no acata las resoluciones aprobadas por la Asamblea General. Los países del llamado tercer mundo y los no alineados luchan por la democratización del foro mundial. Cuando esto apenas se vislumbre como una realidad, EE.UU. dirá: la ONU soy yo.
EARLE HERRERA
Profesor universitario
Publicado en ÚN.