Escrito por: Gabriela Molina Galindo y María Alejandra Portillo García*
América Latina entra al siglo XXI abriendo paso a una reconfiguración del modelo hegemónico de dominación que estaba establecido. La llegada de la Revolución Bolivariana en Venezuela, la Revolución Ciudadana en Ecuador o la Revolución indígena en Bolivia productos de los movimientos sociales de distinto carácter que venían gestándose en estos países, confluyeron en el nacimiento de un nuevo momento histórico para la región que hoy por hoy permanece en constante movimiento con avances y retrocesos.
Esta pugna entre el nacimiento de lo nuevo y la muerte de lo viejo, conocida encrucijada planteada por Gramsci, se presenta con contradicciones propias de la construcción de proyectos de trascendencia cuya fundación debe coincidir con la ruptura de las bases y culturas roídas del viejo tiempo. El contenido orgánico de esta pugna definirá el carácter político del devenir histórico.
Ante estas realidades surgen preguntas: ¿Cómo se ubica dentro de esta pugna la cuestión de género? ¿Cómo se puede avanzar para concretar en políticas públicas las demandas de los movimientos sociales en este aspecto que es trastocado por distintas vías de dominación? ¿Cómo se transforma la noción de Estado en América Latina como respuesta de estos antagonismos?
Indagando en la dimensión histórica, dentro de la configuración del poder en las colonias se fijó un pacto de control del hombre dominado como dominador y es uno de los muros que prevalece aún en los propios movimientos de izquierda, en palabras de Breny Mendoza:
«La subordinación de género fue el precio que los hombres colonizados tranzaron para conservar cierto control sobre sus sociedades. Es esta transacción de los hombres colonizados con los hombres colonizadores lo que explica, según Lugones, la indiferencia hacia el sufrimiento de las mujeres del tercer mundo que los hombres, incluso los hombres de izquierda del tercer mundo manifiestan con su silencio alrededor de la violencia contra las mujeres en la actualidad». (2014:92)
Esta realidad coloca al frente de los movimientos sociales y organizaciones políticas una exigencia en cuanto a la construcción de referentes teórico-culturales que broten de las luchas concretas que se han dado a través de los siglos y que permitan visibilizar y romper con esta posición de opresión a lo interno de las luchas revolucionarias, progresistas y de las izquierdas, pues fragmentan los horizontes de unidad en la construcción de proyectos históricos comunes.
En este contexto los aportes de las epistemologías del Sur son fundamentales, dentro de los cuales, podemos destacar el impulso de una progresiva regeneración de los tejidos políticos, sociales, culturales y económicos frutos de la puesta en común de los pueblos del sur global, que visibiliza la necesidad de superar las profundas fragmentaciones entre las interacciones de género/clase/color, que han sido heredadas por los procesos de colonización y explotación en los que se cimenta la modernidad.
Esta interseccionalidad permite ver desde la totalidad las realidades que limitan o potencian la vida no sin contradicciones.
En ese sentido, los territorios colonizados aparecen como reflejo de una distorsión espectacular del poder y las estructuras de las potencias coloniales que impide la construcción de identidades colectivas vaciándolas de elementos propios de su historicidad. Aníbal Quijano define a estos procesos y lógicas de explotación como la Colonialidad del Poder, basada en las nociones de clase/color imponiendo finalmente un modelo capitalista, patriarcal y eurocéntrico.
Sin embargo, la propuesta de Quijano es puesta en tensión, desde los feminismos críticos latinoamericanos, al señalar que la noción de “raza” al ser general encubre la noción de género, en palabras de Lugones citada por Mendoza:
«Considerar que género es un concepto anterior a la sociedad y la historia, como hace Quijano [2008], tiene el efecto de naturalizar las relaciones de género y la heterosexualidad, y peor aún —nos dice Lugones [2007]— sirve para encubrir la forma en que las mujeres del tercer mundo experimentaron la colonización y continúan sufriendo sus efectos en la postcolonialidad». (2014:93).
La profundización sobre La Colonialidad de género, propuesta por esta autora, resitúa la problemática de la mujer señalando que no sólo es racializada sino que además en el proceso de coloniaje se resignifican, por un lado, las formas de interacción con los hombres de la comunidad que habían sido sus compañeros al convertirlos también en fuentes de dominación, y por otro, el hecho que al mismo tiempo, fueron reinventadas como ‘mujeres’ de acuerdo a códigos y principios discriminatorios de género occidentales. Ibid.
El proceso de colonización crea entonces las bases no solo para la división racial del trabajo, en la cual el salario era un derecho solo del hombre blanco europeo, sino además la división del trabajo asociada al género en la cual hay que evidenciar la doble explotación y los efectos en la construcción de las subjetividades femeninas, al respecto señala Mendoza citando a Lugones:
«[…] [S]in la colonización no se hubiesen podido establecer los estados naciones de Occidente ni los capitalismos patriarcales racistas. Es comprendiendo este proceso que llegamos a ver la confluencia del sistema heterosexista, del sistema de género colonial moderno del que nos habla Lugones, con el capitalismo y la democracia liberal». (2014:96)
La propuesta para aproximarnos desde el punto de vista teórico, desde la praxis y la vida cotidiana se ubica entonces en la interseccionalidad género/clase/color para poder reflexionar sobre el pensar y el hacer desde las múltiples determinaciones, estas perspectivas además incorporan las nociones de diversidad y pluriculturalidad.
Los Estados progresistas del Sur Global vienen paulatinamente incorporando algunos de estos elementos en las agendas públicas, producto de las luchas desde la resistencia y los proyectos emancipatorios de los movimientos feministas, campesinos, trabajadores, e intelectuales, movimientos como el de los zapatistas, Madres de la Plaza de mayo son ejemplo de esto.
Estos Estados y los gobiernos como espacios operativos de la política vienen redefiniendo sus alcances e interacción con el poder popular organizado y la noción de género. Vemos como proliferan movimientos de base popular surgidos desde la luchas de las mujeres, así como también históricos movimientos sociales tienen entre sus líderes y su militancia constitutiva un número cada día mayor de mujeres, cuestión que no necesariamente sucede en las instancias de mayor jerarquía en los procesos de toma de decisiones. De igual modo, temas como las familias de diversa estructura, las migraciones, trata de personas, narcotráfico, producción, propiedad de la tierras y educación son aspectos en lo que se viene avanzando, pero también son elementos de agendas pendientes.
Asimismo, es vital evidenciar el aumento incesante de las cifras de femicidios en América Latina, cifras que dan cuenta de una lucha diferida en la arena política de las decisiones, estas contradicciones han sido visibilizadas por los movimientos sociales de la región quienes denuncian que incluso en los países progresistas se ha silenciado bajo la “táctica” de proteger asuntos de poder político.
Son más de 7 mil mujeres que han sido asesinadas en los últimos 3 años en la región, como expresión de una dominación que se concreta finalmente en el acto de acabar con la vida, es decir de concretar la disposición absoluta de un cuerpo que se convierte en espacio de lucha política.
Estas realidades se complejizan ante los escenarios pandémicos del covid-19, el necesario aislamiento y distanciamiento social somete a millones de mujeres, niñas y niños a la violencia dentro de la esfera del hogar, que se considera una esfera dentro del mundo de lo privado, despolitizando este espacio de carácter profundamente político.
Es por esto que en la actualidad, las propuestas del feminismo crítico desde las epistemologías del Sur, resitúan la noción de género como elemento estructural que da un horizonte de sentido al repensarnos desde América Latina como mujeres, hermanas, madres, hijas, esfuerzo orgánicamente articulado con las trasformaciones de las masculinidades toxicas, por masculinidades creadoras, las luchas de resistencia por la emancipación implica nuestra emancipación colectiva.
(*) Licenciada en Ciencia Política, Magister Scientiarum en Ciencia Política, Doctora en el Programa Ciencias para el Desarrollo Estratégico de la UBV, Ph.D. Ciencias Estratégicas para la Seguridad de la Nación. Coordinadora nacional del Programa de Formación de Relaciones Internacionales. Investigadora adscrita al Centro de Estudios Sociales y Culturales UBV.