Médicos de ciencia y de conciencia | Por: Clodovaldo Hernández
Hay pocas amenazas más serias para el modelo de salud del capitalismo reinante que un profesional formado en la doctrina de la Medicina Social.
Si se trata de casos individuales (émulos de José Gregorio Hernández, actuando por su cuenta), a los dueños del negocio no les preocupa tanto. Incluso pueden darles “una ayuda”, sobre todo si va acompañada de una reducción de impuestos y de una campaña de relaciones públicas. Pero si se trata de una política gubernamental, reaccionan con la dureza del amo que defiende sus “propiedades”.
Así puede resumirse la historia de la Medicina Integral Comunitaria de Venezuela en un recorrido que ya pasa de tres lustros. Desde el primer día y, hasta el sol de hoy, ese plan gestado por los comandantes Fidel Castro y Hugo Chávez ha sido tratado como una amenaza por las fuerzas conservadoras del país –y más allá–, especialmente por quienes se enriquecen con la enfermedad ajena.
La vanguardia cubana siempre supo que era crucial hacer la revolución en el campo sanitario, tal vez porque se amalgamó la visión estratégica de Fidel con la condición de médico de Ernesto Guevara, el Che. La Revolución Bolivariana aprendió temprano la lección. El Comandante Chávez, mucho antes de marcar el rumbo socialista para el proceso político que encabezaba, ya se desvelaba por darle acceso al pueblo a unos servicios de salud que habían colapsado en la etapa final de la IV República y que eran pasto de una acelerada y depredadora privatización.
Nació primero, en 2003, la Misión Barrio Adentro, sostenida por personal sanitario de Cuba. Luego, en 2005, se firmó el Compromiso de Sandino, cuyo objetivo fue crear las instituciones necesarias para formar profesionales de la salud con un enfoque opuesto al de las universidades nacionales hasta entonces.
Cinco años más tarde, en 2010, Chávez se mostraba esperanzado porque, según dijo en una graduación de médicos integrales comunitarios, “cada nuevo profesional que insertemos en la red hospitalaria pública es un paso más hacia la desmercantilización de la salud y hacia su socialización”.
Tras la prematura muerte de Chávez (irónicamente por causa de una infausta enfermedad), el programa de formación de Medicina Integral Comunitaria ha ido avanzando como todo en el país, a trancas y barrancas, enfrentando enormes obstáculos, sufriendo toda clase de sabotajes y campañas externas e internas.
Ricardo León es fruto de ese esfuerzo, pues egresó en la primera promoción de la Escuela Latinoamericana de Medicina “Salvador Allende” (ELAM). Es especialista en Medicina Interna, investigador del Observatorio de Salud, Medio Ambiente e Impacto Social de Venezuela (Osimaven) y un destacado influencer en el campo sanitario, que da la pelea en el siempre punzante debate interno venezolano. León dice que: “la medicina integral comunitaria se propone formar profesionales de la salud de ciencia y de conciencia. Es una carrera diseñada y creada en la gesta emancipadora por la salud colectiva y la medicina social”.
Desde su cuenta Twitter @Ricardointerni1 debe ocuparse con frecuencia de una tarea dura: responder insultos y descalificaciones con argumentos. Frente a quienes dicen que los médicos integrales comunitarios no son verdaderos doctores (sino piratas, brujos o curanderos), él responde que “el programa nacional de formación tiene un diseño innovador, una visión que trasciende al paradigma del médico tradicional” y asegura que los estudiantes deben cumplir al menos 14 mil horas de clase, que equivalen a seis años y medio de formación.
“Además de cursar las ciencias básicas de la Medicina y la salud que se ven en la carrera tradicional de Medicina, deben aprobar otras unidades curriculares que permiten formar un médico capaz de cambiar el modelo de la gestión de salud en todos los niveles de la vida, sobre todo en el nivel comunitario, de insertarse en el liderazgo de los lugares donde vive la gente. Formar a un médico integral comunitario es formar a un líder de los equipos de salud que nacieron bajo la égida de Barrio Adentro para transformar las pautas de la salud. No es lo mismo un médico que se ha formado para la atención de la enfermedad, que para los cuidados integrales. Es mucho más amplio porque no se basa solo en el eje salud-enfermedad, sino que abarca todos los procesos que determinan la salud”.
Otro combatiente en esta lucha doctrinaria es Adleys José Coraspe Daza, un médico egresado de la Universidad de Oriente, con especialización en Medicina Crítica en la Universidad Central de Venezuela que, luego, revolución mediante, encontró el rumbo de la medicina social con una maestría por la Universidad de Ciego de Ávila, Cuba, y la participación en el nuevo enfoque de los estudios de las ciencias sanitarias.
“La construcción de una nueva institucionalidad pública, planteamiento realizado por ‘el Zambo de Sabaneta’, me impulsó a contribuir en ese proceso de cambio, en la persecución del sueño de vida en que es posible fortalecer el poder popular desde este campo, construir un modelo centrado en la salud colectiva, no en la enfermedad, con el pueblo como hacedor”, dice el doctor Coraspe, director del Núcleo Bolívar de la Universidad de Ciencias de la Salud “Hugo Chávez Frías”.
“Soy egresado de dos universidades que forman a sus estudiantes para el libre ejercicio de los oficios y profesiones, pero tenía mi rebeldía y con la idea de ser un médico al servicio público, alejado del ejercicio mercantilizado, he acompañado a este ‘sueño’ de Chávez y Fidel, que también es mío: formar nuevos médicos de ciencia y conciencia, hombres y mujeres parecidos a los ‘Médicos Descalzos’ de Mao Tse Tung –expresa–. Considero este mi aporte al proceso revolucionario”.
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Odiadores de clase media
La Medicina Integral Comunitaria es otro de los puntos de fricción entre la Revolución Bolivariana y la clase media (incluyendo a quienes se creen parte de ella, sin serlo). Ha pasado lo mismo que en áreas como la educación y la cultura: el proceso político que arrancó en 1999 ha permitido el acceso de un sector social que estaba excluido y eso no les gusta a quienes antes ostentaban el privilegio.
Estudiar Medicina se había consolidado como un fuero de cierto segmento social. Afloraban (afloran, mejor dicho) incluso algunos rasgos hereditarios, como si la Medicina fuese un título nobiliario. La mayoría abrumadora de quienes tenían posibilidades de cursar la carrera eran jóvenes egresados de colegios privados de alta gama, pertenecientes a familias de clase media y media-alta.
Esto ha configurado un gremio médico que solo conoce los dramas de los pobres cuando “hacen la rural” o durante el tiempo que trabajan en algún hospital para completar su formación. De resto, las miras están puestas en tener una consulta privada y, últimamente, en emigrar a países donde los médicos venezolanos son apreciados por su formación universitaria (gratuita, pagada por el Estado, dicho sea de paso).
La ventana abierta por Fidel y Chávez amplió el horizonte. Por eso los médicos integrales comunitarios tienen tantos odiadores en ciertos círculos resentidos. ¿Habrá remedio para eso?