La metamorfosis de Esther Yáñez ¿Interés o convicción? | Por: Daniel Córdova

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“Sólo los imbéciles no cambian de opinión, cuando cambian las circunstancias”. La frase del tristemente célebre expresidente colombiano, Juan Manuel Santos, define a muchas personas que por diversas razones terminan renegando de sus convicciones iniciales de una manera rabiosa. La periodista española, Esther Yáñez, radicada en el país desde hace algún tiempo, acaso sea un ejemplo bastante ilustrativo de este curioso fenómeno de la conversión o metamorfosis política. Algo tan usual, como inexplicable.

Seguramente, sin proponérselo el expresidente Santos dotó de una especie de slogan o grito de guerra a los nuevos conversos de la era digital. La oración tiene, como decían los publicistas de la vieja escuela, “punch” y conecta con una idea central, bastante extendida en tiempos de posmodernidad y posverdades: no conviene casarse con nada, ni con nadie y si lo vas a hacer que al menos valga la pena haber estirado bien la mano.

Pero esta construcción semántica tampoco es exclusiva de Santos. Aquí en Venezuela tuvo un exponente aventajado: nada más y nada menos que el señor Teodoro Petkoff. Histórico dirigente de la izquierda “acomodada”. Quien luego terminaría dulcemente de “pipí agarrado” con la derecha ultramontana, como dice mi buen amigo y maestro, Clodovaldo Hernández.

Bandazos de bandazos

A Teodoro le publicaron un libro de entrevistas para homenajear su colosal bandazo ideológico. Un texto que pretendió ser polémico, bajo el sugestivo título de: Sólo los estúpidos no cambian de opinión, pero que no logró la trascendencia esperada, más allá de la cháchara que montaban «Los Robertos» en su programa humorístico de VTV. En realidad, este tema ha sido de objeto de discusiones interminables. Y por supuesto de extensas y –muchas veces tediosas- disquisiciones filosófico-conceptuales.

Esta circunstancia tan antigua como sorprendente, le ha pasado a cientos de exizquierdistas. Nuestra amada Venezuela es una mina. En el campo de la comunicología se vienen a la memoria dos ejemplos emblemáticos. El primero es el influyente profesor, Antonio Pasquali, quien en su obra, quizás, más difundida y conocida Comprender la comunicación fue un crítico demoledor del mensaje “epitáctico” de los medios de masas. También condenó los efectos idiotizantes de este tipo de contenidos. No obstante, a medida que pasaron los años quebró lanzas por derroteros diametralmente opuestos.

El segundo caso es la señora Marta Colomina “intelectual” y luego presentadora de entrevistas. En sus inicios con el polémico libro El huésped alienante, realizaba críticas contundentes a la industria televisiva, que luego desechó por completo.

Por la plata…

En las antípodas de estos escarceos ideológicos, hay hombres como el recordado antropólogo venezolano, Rodolfo Quintero. Este sí un intelectual vertical, cónsono con sus ideas hasta el final de sus días. El querido profesor ofreció algunas pistas en su libro La cultura del petróleo.

En varios pasajes brillantes, Quintero ajusta cuentas con una izquierda de cafetín que al final del día terminó haciéndole el mandado a la derecha que decía combatir. Pero no lo hicieron de gratis, el sistema fue socavando de a poco las bases de esa izquierda seduciéndola e integrándola. En un país con tanto dinero, la tarea no resultó difícil porque había “gordas migajas” para repartir.

Y más allá de nuestras fronteras, pero también dentro del vecindario de la Patria Grande, el caso más resonante de un espectacular salto de talanquera, como decimos en criollo, fue el de Mario Vargas Llosa. Laureado escritor que de militar en el partido comunista peruano, terminó siendo parte de la realeza española. Vaya bandazos.

Otro intelectual imprescindible, por su valía y rectitud, como el sociólogo argentino, Atilio Borón, desmenuza la situación de Vargas Llosa de manera magistral con el libro El hechicero de la tribu. El siguiente pasaje no tiene desperdicio:

Confesiones

“Por regla general, nuestros recuerdos representan románticamente el pasado. Pero cuando uno ha renunciado a un credo o ha sido traicionado por un amigo, lo que funciona es el mecanismo opuesto. A la luz del conocimiento posterior, la experiencia original pierde su inocencia, se macula y se vuelve agria en el recuerdo. En estas páginas he tratado de recordar el estado de ánimo en que viví originariamente las experiencias [en el Partido Comunista] relatadas, y sé que lo he conseguido. No he podido evitar la intrusión de ironía, cólera y vergüenza; las pasiones de entonces parecen transformadas en perversiones; su certidumbre interior, en el universo cerrado en sí mismo del drogado  (…). Aquellos que fueron cautivados por la gran ilusión de nuestro tiempo y han vivido su orgía moral e intelectual, o se entregan a una nueva droga de tipo opuesto o están condenados a pagar su entrega a la primera con dolores de cabeza que les durarán hasta el final de sus vidas”.

Como explica Borón, esta suerte de confesión corresponde a Arthur Koestler. Destacado ex comunista de la extinta URSS. Más allá de cualquier valoración estamos en presencia de un verdadero dilema moral. No se trataba de un mero oportunista, he aquí una genuina cavilación.

Salvando las enormes distancias, cabe preguntarse qué realmente hay detrás de este giro copernicano que ha dado Yáñez. Una periodista que desde su llegada al país ha hecho carrera en medios alternativos como Telesur y Russia Today, entre otros. Y que según ella misma dice, siempre escribe como piensa.

¿Chavista de prebendas?

Al inicio de su temporada en Venezuela muy distintos eran su pensamiento y sus crónicas. Yáñez hasta hacía “buenas migas” con el chavismo y el proceso revolucionario. Era asidua visitante del Cuartel de la Montaña, de las Rutas Nocturnas del centro capitalino y los guateques de San Agustín. Hasta estuvo invitada en el popular programa Con el Mazo Dando, que conduce el primer vicepresidente del PSUV, Diosdado Cabello. Logró hacerse una reputación de periodista combativa, que venía aquí, a la patria de Bolívar a contribuir con la difusión de la verdad de Venezuela.

Pero de eso queda muy poco, en realidad nada. Yáñez ahora sólo ve polarización, muerte, hambre y destrucción. Pretende ser irreverente, pero no pasa de ser una pose. Despacha con ignorancia supina temas densos como el subdesarrollo, así como la rica cosmogonía espiritual y cultural de un pueblo que se ufana de conocer. Pero estando físicamente aquí, en realidad está a años luz de distancia espiritual. Por eso le resulta imposible comprender ese legado mestizo, donde confluyen la raíz indígena, africana y europea. Aunque trate de disimularlo, es evidente su visión eurocéntrica de la realidad.

Se vale de ardides para traicionar la confianza de sus propios entrevistados, exponiéndolos al escarnio público o ridiculizándolos. Otras veces encubre a sus supuestos declarantes con el manto oprobioso del anonimato, desde donde lanza dardos venenosos. En fin, se emplea a fondo en todas las artimañas del comunicador que se cree impune e inalcanzable. Tal vez en Yáñez haya una fuerte de mezcla de egos con un eurocentrismo pretendidamente contestatario. O simplemente ha habido una ausencia total de sensibilidad para comprender una cultura que ya no acepta tutelajes de ninguna especie.

¿Nueva droga?

O peor aún una ausencia total de ética. Cada quien es libre de tener su propio punto de vista. Lo que siempre desentona es camuflar oscuros intereses, tras un ropaje de supuesta combatividad. La pregunta que queda en el aire es simple: ¿La conversión, o más bien la metamorfosis de Yáñez ha sido por convicción o por un interés meramente crematístico?

El bloqueo criminal de EE.UU., así como las penalidades que ha supuesto desde el punto de vista económico, nos ha dado grandes lecciones. Con pérdidas estimadas en más de US$ 120 millardos. Ahora sabemos que hay revolucionarios de 100 dólares el barril y otros que, cuando bajaron los precios, se les acabó el combustible ideológico-espiritual ¿Qué le habrá pasado a la señora Yáñez?, parafraseando a Koestler ¿Cuál será su nueva droga? Cada quien ha de sacar sus propias conclusiones.

 

DANIEL CÓRDOVA

Periodista.


 

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