La dictadura de la vulgaridad | Por: Ana Hurtado

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Ellos se han tomado la potestad de oficializar los conceptos. Dicen al mundo qué es dictatorial, qué está bien y qué está mal. Al estilo Göebbels, de tanto repetirlo por diferentes canales, la gente lo asimila sin detenerse al planteamiento de: ¿Y por qué así? Ya desde la Guerra Fría, el país que quiso hacerle creer al mundo que había derrotado al fascismo, – no siendo así-, empezó a imponer una dictadura invisible aunque a veces no tanto, sobre qué pensar, qué hacer, cómo razonar, qué consumir y a fin de cuentas: cómo ser.

Y aquel que no quiera obedecer a la imposición, es satanizado y lo más bello que hacen con él es llamarle terrorista o patrocinador de ello.

Lo que efectúa este imperio con el mundo es sin más una muestra de neofascismo. Un fascismo que muta con los años y se va adaptando a las sociedades y al contexto para perpetuarse junto al capitalismo que le hace el juego y se usan mutuamente. Junto a la mediocridad.

Con el plan Cóndor gestaron un laboratorio en países de Latinoamérica. Formaron gobiernos títeres con unas fuerzas armadas especializadas en la represión del pueblo y en el mantenimiento del poder del ejecutivo, pero totalmente inútiles en materia de defensa. No preparadas por ejemplo para invasiones militares, pero si lo pensamos un poco, ¿quién podría invadir militarmente sino los Estados Unidos? Y en caso de que así fuera, unas fuerzas armadas débiles en este aspecto siempre les convendrían.

Jamás darán una puntada sin hilo. El fascismo es enemigo de los pueblos, de la gente. No de los gobiernos.

Intentan perpetrar planes en otros países para que si resultan, puedan expandirlos a otras latitudes. Es Venezuela en palabras de Diosdado Cabello un ejemplo de ello. Lo que intentan hacer con ella, los planes de subversión que alientan, la maquinaria sucia contra su gobierno, no es ni más ni menos que una continuación de la “escuela de las Américas”, queriendo que el pueblo se asesine y se mate entre él. Así lo enseñaron y así siguen queriendo que sea.

Antes no le llamábamos fascismo pero ¿acaso no lo es? Nos ha tocado una época en la que nos han enseñado cómo era el fascismo pero no la capacidad para ver lo que es ahora. O lo identificamos a tiempo en cada manifestación, o acabará siendo demasiado tarde en muchos de los casos.

Debemos estar preparados para el contexto actual. No se resuelve un problema ahora con la misma metodología que hace cincuenta años. Los tiempos cambian y así es. Son algunos desdichados que incluso en nombre de la Revolución han llegado a acusarnos de “perestroikos” a aquellos que insistimos en que el tiempo cambia, que no es ni más ni menos el famoso “sentido del momento histórico” del concepto de Revolución de Fidel.

Cuando decimos que los tiempos cambian es para abordarlos en la manera revolucionaria que corresponde ahora, para hacer que este sistema cultural y social siga estando en la avanzada y no se quede anquilosado en el tiempo.

Pero nosotros no nos quedamos en las voces de aquellos que sin capacidad para hacer y transformar nada, critican a los que intentan que el hombre y la mujer nueva sigan estando preparados para lo que venga.

Nosotros queremos alentar a pensar y a pensarnos. Queremos no ser dogmáticos y beber de las fuentes que puedan enriquecernos. Sabemos que para que las revoluciones se mantengan necesitan que sepamos interpretar los deseos y los intereses del pueblo mediante, entre otras vías, la del diálogo permanente.

No hay manera de que tengamos sentido de pertenencia sin sentir que importamos, que nuestros problemas son tenidos en cuenta.

Los pueblos, muy a pesar de los Estados Unidos, no son ratones de laboratorio. Muy a pesar también de los que dicen que son revolucionarios pero que viven en 1960 y no saben lo que es el contexto histórico, los pueblos son heterogéneos. Y por lo tanto deben ser conducidos y guiados.

En la cátedra sobre la Revolución Cubana que estoy cursando en el Instituto de Historia de Cuba, aprendí algo: La sociedad debe verse reflejada en los líderes. Y tanto Fidel sabía como Díaz Canel sabe que se tiene que abrir espacio a todos los que no sean enemigos de la Revolución. No sólo a los revolucionarios. Hay que conquistar almas, hay que leer y ver para luego poder creer.

Pero todas estas tareas se dificultan porque no es fácil ser un soplo de viento sano, en un mundo bajo un régimen dictatorial.

El planeta vive una dictadura, no quizás como las que nos han enseñado que existen, pero sí en un sistema donde nos han quitado la capacidad de discernir. Hay muchas formas de dictaduras, al igual que hay muchas modos de democracia. Como está fuera de contexto sacar los tanques a la calle e invadir países (aunque si tienen que hacerlo lo hacen), recurren a otros instrumentos, como la persuasión de mentes y la colonización cultural que despoja a los hombres y mujeres de su vínculo de pertenencia e identidad.

Y todo se torna vulgar y decadente. Porque la gente cree que está viva, pero tienen el corazón y el sentido muertos, aunque la ciencia certifique lo contrario.

Es la dictadura de la vulgaridad. Aquella que entra en los hogares y en las familias para que sus miembros dejen de amar, para que los artistas dejen de crear, para que todos dejemos de creer y solo sigamos el patrón que nos ponen delante. La vulgaridad que es enemiga de la libertad, de la autonomía y del deseo de hacer.

Solo pide libertad el que no es libre. Una pandilla de gente esclava de un sistema capitalista que los usa, pide libertad para Cuba, que saben que es libre. Pero la libertad no es gratis. Lleva sacrificio, sufrimiento, lleva resistencia. Lleva pasión.

Y los vulgares no es que no estén dispuestos, es que no pueden. Dentro de su falta de libertad, hasta para pensar sin imposición, su forma de vida es la de continuar satisfaciendo a países que los tratan como inmigrantes, por mucha residencia o nacionalidad que puedan obtener.

EL capitalismo es racista y clasista. Y a la hora que sea, el que no nació en sus tierras occidentales e imperiales, puede ser desechado y será también mirado con desprecio.

Mientras te están colonizando ideológica y culturalmente y consumes su estilo de vida, ni escribes, ni lees, ni piensas. Solo hablas y repites.

El individuo libre hace sin esperar felicitación de un amo, porque sabe que no lo tiene, que la causa mayor que defendemos, poderosa, nos hace a todos libres.

Y sabiendo que no necesitamos aplausos, porque la mayoría de las veces cuando te aplauden no es porque estés haciendo algo bien, sino porque le conviene al que aplaude. ¿Por quién nos conviene ser aplaudidos u ovacionados? ¿Por una patrulla de vulgares cuya aspiración es tener la libertad de elegir entre McDonalds o Burger King?

No, gracias. Nosotros trabajamos sin escuchar los gritos de los demás, porque solo del trabajo y la constancia nace el sentido de la vida.

Los que eligen el camino contrario al del amo imperialista, suelen ser señalados y rechazados por la sociedad, pero esto no dice nada del rebelde, sino de la sociedad.

¿Qué se ve en la sociedad del llamado primer mundo? Hombres con ansias por poseer. Pero los grandes hombres nunca han tenido esta moral de esclavos. La ambición material denota obligatoriamente una vulgaridad e infertilidad mental.

El capitalismo, el imperialismo, el fascismo y sus diversas modalidades hoy, mueren por mantener una supuesta paz basada en incapacidad de pensamiento constructivo y creativo, para perpetuar la vulgaridad de concepciones en sociedades que se rinden al poder establecido.

Ahora, a las masas vulgarizadas les interesa el éxito, la novedad material y el no complicarse en pensar qué está mal y qué principios rigen la vida. Para la dictadura de lo vulgar es fácil controlar a sus súbditos con una normalización de ideas para detener cualquier progreso social que pueda cuestionarla.

Se valen de medios de comunicación también vulgares al más puro estilo viejas de pueblo en un corral el siglo pasado. A veces no nos damos cuenta de que este nuevo mundo hunde a los genios y hacen que desaparezca la originalidad.

Nosotros los revolucionarios debemos generar desde cero y hacernos a nosotros mismos, como a pensarnos también. Sabemos que la Revolución hay que contarla por cualquier sitio, con los principios que la fundan. La fidelidad no está solo en la palabra y el pensamiento sino en la actitud ante la vida.

No necesitamos opiniones meramente ajenas cuando tenemos convicción profunda. Sólo los esclavos moralmente, los inseguros y débiles buscan en la fuerza de los demás la que a ellos mismos les falta.

Para plantarle cara a lo vulgar, debe ser cada día.

Innovando, cambiando lo que sea necesario. Lo mejor para no resolver nada es hablar sin parar. Vale más la actuación de una persona que la discusión de cuarenta sin accionar.

El hombre vulgar pretende enterrar al revolucionario y que su genialidad desaparezca. Es esclavo de lo pasajero y vive por premios, recompensas y felicitaciones.

Vivir sin pensar en estos últimos y al margen de los mismos asegura que la obra valga por si misma, sin interferencias, sin que nadie tenga la tentación de acercarse a ella por la etiqueta del reconocimiento o el año en que se concedió.

¿Por qué tanta mediocridad en este período? Porque escasean los hombres y mujeres capaces de sentir que pueden crear obras grandes, nuevas miradas del mundo; porque necesitamos mujeres y hombres que arranquen la desidia y nos devuelvan la esperanza. A ellos pero también a nosotros. No por nada, sino porque nunca podemos dejar de tenerla.

Porque al igual que Marx esperó a Lenin para que por primera vez se practicaran algunos de sus pensamientos, o genialidades como Beethoven, Copérnico o Galileo no vieron los frutos de su obra y pensamiento en vida, nosotros sabemos que los resultados casi nunca son inmediatos. Quizás ni los lleguemos a ver como nos gustaría. Pero no por ello debemos dejar de pensar, hacer y en último lugar decir.

Solo así seguiremos siendo libres y luchando contra la vulgaridad de los que nos adversan. Humildemente, lo creo.

 

 

cubadebate.cu


 

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