En el mundo hiperconectado de las redes sociales es común escuchar hablar de los fake news. De hecho para los más jóvenes, y en general, cuando se trata de mentiras, bien sea un tuit, un vídeo, una foto o algún comentario, se le designa sencillamente como un fake. “Pilas, que eso que retuiteó fulano es un fake” o “no le pares que son puros fakes”.
La figura del fake, está estrechamente relacionada con otro concepto relativamente nuevo que es el de la posverdad. Hace apenas 4 años este vocablo compuesto fue la palabra más dicha, según el prestigioso diccionario de Oxford.
Aunque se trata de un debate, en pleno desarrollo, ya se van develando algunas pistas. Sabemos que los fakes, son noticias inventadas, por lo general con una finalidad específica. Aunque algunas veces se trata de espontáneos, cuya única finalidad es jorobar la paciencia. Tanto en un caso como en otro, resulta difícil precisar cuál es la fuente original que crea y emite los fake.
Más allá de la verdad
La avalancha de contenidos es tal que se produce el fenómeno de la sobreinformación a niveles nunca vistos. Ese terreno de la hipercirculación se termina convirtiendo en campo fértil para ataques, desde el anonimato. Y por una razón de morbo o por querer ser los primeros en replicar algo llamativo las informaciones falsas circulan 10 veces más que las verdaderas.
En cuanto a la posverdad, resulta esclarecedor el aporte del comunicólogo español, Ignacio Ramonet. Según este autor, se trataría de “verdades” basadas en emociones y no en los hechos. Ejemplos recientes del enorme poderío de estas posverdades son, por un lado el triunfo electoral de, Donald Trump, en la presidencia de Estados Unidos para su primer período. Así como la salida del Reino Unido de la Unión Europea, mejor conocida como el Brexit.
Si lo analizamos desde el significado más elemental de ambas palabras, pos y verdad, el constructo verbal alude a algo o alguien que está después o más allá de la verdad. O también, una mentira que se presenta como verdad y que puede incidir en la conducta y/o creencias de miles de millones.
Un poderío semejante no lo habrían siquiera imaginado, los padres de la publicidad y las relaciones públicas, como Edward Bernays y Walter Lippmann. Esto a pesar de que la mentira y las ofertas engañosas han estado en las bases fundacionales del nuevo edificio comunicacional. Una estructura soportada en los medios de masas, primero y ahora más recientemente en las redes sociales.
Historial de mentiras
Igualmente, los fakes no son nada nuevos en el mundo comunicacional. Un pionero en estas lides fue el periodista norteamericano William Randolph Hearst. Este editor figuró como uno de los primeros potentados de los incipientes emporios de los medios de comunicación.
Dejó su impronta como el padre del amarillismo, forma escandalosa y poco ética de hacer periodismo. Es celebre su frase a un corresponsal en Cuba en 1898: “Ponga usted las fotos que ya pondré yo la guerra”. O también “I make news”, es decir “Yo hago las noticias”.
Ciertamente, hizo ambas cosas. Puso la guerra y “fabricó” las noticias. Su publicación en primera plana de una foto de la explosión del acorazado Maine, señalando a España como responsable, fue una de las excusas de EE.UU para entrar con guerra con la nación hispana.
De la guerra EE.UU obtendrá el control indirecto de Cuba, Puerto Rico, Filipinas y Guam y también posteriormente del canal de Panamá. Luego se sabría que el titular en primera plana de Hearst era una invención. Y que la explosión en el Maine había sido producto de un “accidente” interno. Más que fundador del amarillismo, se podría decir que fue el primer gran maestro del fake.
A medida que la tecnología se fue perfeccionando, se depuraría también el alcance de las mentiras y su poder de convencimiento. La llegada de la radio y la televisión marcaron hitos.
Guerra y espectáculo
La travesura de Orson Welles, una tarde de domingo de 1938, recreando un pasaje de la novela La guerra de los Mundos, ratificaba el poderío de las comunicaciones. En aquella emisión el actor y director norteamericano alertaba ficcionadamente acerca de una invasión de marcianos. Pero la audiencia se tomó el asunto muy en serio y se desató la histeria colectiva.
El episodio que no deja de ser anecdótico y es materia obligada de estudio en el ámbito de la comunicación de masas, sentaba las bases de lo que vendría luego. Especialmente con una industria manejada por personajes para nada escrupulosos.
En las últimas décadas del siglo XX y en pleno apogeo del reinado de la televisión, la humanidad asistiría atónita a la difusión de mentiras monumentales, en vivo y directo. Un autor como Guy Debord acuñó visionariamente el concepto de la sociedad del espectáculo.
Básicamente, según Debord, estaríamos hablando de un sistema, donde: “En el mundo realmente invertido, lo verdadero es un momento de lo falso”.
Ramonet añade que: “La fragmentación de la actualidad en un mosaico de hechos separados de su contexto tiene como objetivo principal distraer, divertir en función de lo accesorio. Y evitar que se reflexione sobre lo principal en función de la información”.
El año de 1989, de aciaga recordación en Venezuela, fue convulso en muchas regiones. En especial en la Rumania de Nicolai Ceaucescu. En la mira del mundo occidental, las televisoras de la época idearon una puesta en escena para derrocar al tirano.
Hito de las mentiras
La difusión del genocidio de las fosas de Timisoara, seguramente figura en la historia como la más grande estafa o fake mediático. El filósofo italiano, Giorgio Agamben, citado por Domenico Losurdo, lo resume de este modo:
“Por vez primera en la historia de la humanidad, cadáveres que habían sido enterrados hacía poco tiempo o que se hallaban aún en las mesas de las morgues fueron desenterrados apresuradamente y mutilados para simular ante las cámaras de televisión el genocidio destinado a legitimar un nuevo régimen. Lo que el mundo entero tenía ante sus ojos como la realidad real en las pantallas de televisión, era la absoluta anti-verdad y, aunque la falsificación era a veces evidente, fue de todas maneras autentificada como real por el sistema mediático mundial, para que quedara claro que lo real no era a partir de entonces otra cosa que un momento del movimiento necesario de lo falso. Verdad y falsedad se hacían así imposibles de distinguir una de la otra y el espectáculo se legitimaba solamente mediante el espectáculo.
Timisoara es, en ese sentido, el Auschwitz de la sociedad del espectáculo. Incluso se ha dicho que si después de Auschwitz es imposible escribir y pensar como antes, después de Timisoara ya no será posible mirar una pantalla de televisión de la misma manera”.
Lo de Timisoara marcó el inicio de una nueva era. La lista de mentiras es extensa. Durante la primera guerra del Golfo se acusó a Saddam Hussein de haber sacado a 312 recién nacidos de sus incubadoras para dejarlos morir en el frío. Luego se sabría que todo había sido un montaje de una agencia publicitaria contratada por EE.UU para demonizar a Hussein.
“Armas de destrucción masiva”
La estocada final contra Irak vendría 10 años más tarde con la tristemente célebre invención de las armas de destrucción masiva. Otro gigantesco fake, para justificar una guerra que todavía no termina.
Ese mismo año 2002, se valdrían de la misma técnica, pero esta vez en Venezuela para justificar un golpe de Estado, contra el entonces presidente, Hugo Chávez. Las tomas editadas de Puente Llaguno presentaban a las víctimas como victimarios. Este gran fake de la mediática, que le dio la vuelta al mundo, fue magistralmente desmontado por el documentalista, Ángel Palacios.
No obstante, el periodista responsable de semejante patraña fue “galardonado” con el premio Príncipe de Asturias. En el establishment mundial de la mentira, el que miente en forma más espectacular, obtiene las mayores recompensas.
Mentiras en Trípoli
Más tarde, le tocaría el turno a Libia. En plena guerra de invasión contra el líder Muamar El Gadafi, con un ardid televisivo se mostraban imágenes grabadas en Qatar, como si se estuvieran produciendo en la plaza verde de Trípoli. En las tomas se mostraba a los “rebeldes”, más bien mercenarios, triunfantes sobre las tropas de Gadafi.
Hoy se sabe que fue una burda mentira de la televisora Al Jazeera. Las imágenes darían la vuelta al mundo y motivaron que los “rebeldes” fueran reconocidos por 13 embajadas en el mundo.
Más recientemente, también en Venezuela con el parapeto de un supuesto concierto internacional para la entrega de “ayuda humanitaria”, se quería encubrir un plan de invasión contra el país. Luego se presentaron imágenes de violencia y se pretendió endilgarle al chavismo las acciones agresivas, cuando en realidad fueron ataques de grupos opositores.
La Fuerza Armada Nacional Bolivariana repelió dignamente el intento de invasión. El documental La Batalla de los puentes, del cineasta, Carlos Azpúrua, desnuda magistralmente la mentira.
Ahora cuando está anunciada una campaña de máxima presión contra Venezuela. Y visto que el sistema mundial es adicto a la guerra, mentiras y vídeos, conviene estar más alerta que nunca. Es seguro que arreciarán los fake, contra el país. Y en este caso la fuente sí está clara. Todo provendrá de la Casa Blanca de los EE.UU.