El Fondo Monetario Internacional (FMI), ha pontificado recientemente sobre la situación Venezolana utilizando su retórica técnica “especializada” para referirse a las razones que según el organismo, son las causantes de la »crisis» en país.
Según cifras oficiales de reciente publicación, la economía de Venezuela se contrajo 7,1% en el tercer trimestre de 2015. Se ha encogido por siete trimestres consecutivos desde el inicio de 2014. La inflación en Venezuela aumentó un 141% a finales de septiembre de 2015, reportó el Banco Central venezolano. De manera increíble, algunos expertos creen que esa cifra subestima el problema real. El FMI proyecta que la inflación en Venezuela se incrementará en 204% para 2016.
Pero más allá de lo visible, está el hecho innegable de que la aplicación de medidas recetadas por el Fondo, han causado estragos en las economías de los países. Basta lanzar una mirada rasante a los escenarios económicos de la región en lo últimos años para poder verificar la peligrosidad de aplicar las directrices de este ente financiero.
Venezuela se ha resistido a lo largo de los años a aplicar los modelos impuestos desde el organismo. El Comandante Chávez, lanzo en una jugada valerosa y osada, al ALBA, como una alternativa para el desarrollo económico en la región. Esta propuesta era una clara afrenta al ALCA, que EE.UU. intentó impulsar sin éxito, especialmente por el debilitamiento que la alternativa bolivariana causó al proyecto. En líneas generales, el ALCA representaba un desventajoso escenario para los países sudamericanos y una gran ganancia política y económica para el coloso del norte, que tendría un canal expedito para la comercialización de sus productos en el exterior, en medio de condiciones favorables por demás. Este acto de rebeldía prendió las alarmas de muchos. El Presidente Venezolano iba en serio.
Ya en 2008, Chávez hablaba de la insostenibilidad del modelo económico mundial, por su carácter depredador y voraz, y porqué era imposible pensar que un sistema labrado a costa de la miseria y explotación del ser humano, pudiera mantener un ritmo de crecimiento estable. En el marco de la Conferencia Internacional de Economía Política, otro escenario de rebeldía, Chávez profetizaba que el modelo económico representado por el FMI “debía desaparecer de la faz de la tierra”.
Nicolás Maduro, por su parte, hizo desde 2013 un duro llamado a no ceder ante el Fondo al respecto. Aseguró, en ese momento, que quienes pretenden entregar el país al FMI no volverán. “Nuestro pueblo merece paz, ante las peores condiciones de esta guerra económica, el bloqueo, las sanciones, nosotros le garantizamos al pueblo paz, trabajo, educación, salud, protección social, seguridad social. ¡Señores del FMI no volverán, nunca, jamás volverán!”.
La crisis venezolana tiene origen, en buena parte, en la sostenida conspiración mundial para hundir la gestión de Nicolás Maduro. La misma Casa Blanca ha reconocido como ha “apretado la soga” sobre el gobierno venezolano.
El registro de desastres originados por la fidelidad a las recetas del Fondo, es nutrido y sustancioso. Pero centrémonos tan solo en el caso Argentino. Tras una devaluación del 20%, a pesar de que se perdieron casi 5.000 millones de dólares de reservas y se colocaron las tasas de interés locales, en más de 40% para frenar la subida del dólar, el gobierno de Mauricio Macri decidió anunciar el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional. Según datos del Banco Central de la República Argentina, desde que asumió Macri (diciembre 2015) se fueron del país 75.000 millones de dólares en concepto de fuga de capitales, pagos de intereses, remisión de utilidades y dividendos, y turismo.
Esta enorme salida fue financiada con los 90.000 millones de dólares que ingresaron en concepto de deuda externa y capitales especulativos. Se gastaron dólares en fines no productivos que se financiaron con dinero que había que devolver y por la que había que pagar intereses. El esquema, no pudo sostenerse en el tiempo.
Recordemos: en medio de una de las peores crisis financieras en décadas, Malasia dijo no al Fondo Monetario Internacional. 20 años después Malasia exhibía un desarrollo enorme de su economía, y el crecimiento de sectores como el textil y manufacturero se había elevado a niveles impensables.
América Latina, en gran parte, ha sido penetrada como nunca por la política de EE.UU. y los ajustes de su brazo financiero, el FMI. Los ajustes del FMI son iguales para todos los países de la región. Comienzan con una primera torcida del brazo, eliminando o reduciendo los gastos públicos. Sigue la aplicación del ‘shock’ privatizando todos los bienes públicos, ahorros de los trabajadores acumulados durante décadas en cuestión de unos pocos decretos. El siguiente paso es ‘flexibilizando’ la relación entre los trabajadores y los dueños de la propiedad (empresarios), que reduce en forma significativa los salarios.
La aplicación de los ajustes las realizan regímenes ‘fuertes’. Tienen que convencer por las buenas o por las malas a los trabajadores que su sacrificio es para el beneficio del país. Las medidas represivas van de acuerdo con la resistencia del pueblo: Pinochet en Chile, Fujimori en Perú, Salinas de Gortari en México y tantos otros. En Panamá, los ajustes del FMI favorecieron a los dueños del capital de manera extraordinaria. En la década de 1970, el 66 por ciento de la riqueza producida en el país formaba parte de la masa de salarios que recibían los trabajadores. Para principios del siglo XXI la relación se había invertido, el 66 por ciento de las riquezas iban a los empresarios y sólo el 34 por ciento restante llegaba a los trabajadores y sus familias.
El siglo XXI ha visto explosiones sociales en toda la región, como consecuencia de las políticas de ajuste. En Argentina ya lo experimentaron dos veces. En Perú y en Ecuador también. En Haití es un Estado permanente de insurrección y represión. Lo que algunos llamarían un ‘empate catastrófico’. A fines del siglo pasado y principios del actual, las medidas de ajuste (neoliberalismo) demostraron que eran inútiles. Le permitieron a los dueños del capital apropiarse de más riquezas, creando personajes con miles de millones de dólares en sus haberes. Pero, al mismo tiempo, lanzando por el precipicio de la pobreza a decenas de millones de trabajadores. La receta neoliberal probó ser insostenible.
Aunque la mediática mundial categorice a Maduro como un «tirano incapaz», buena parte del planeta sabe, que detrás de todo esto, está un durísimo castigo a una nación (la más rica del planeta en términos de hidrocarburos) que se ha resistido, por 20 años, a dejarse desangrar por los vampiros financieros mundiales.