Los Estados Unidos (EE.UU.) de Norteamérica figuran en el imaginario colectivo del mundo moderno como la meca de las libertades democráticas. Sin embargo, a la luz de acontecimientos recientes, y otros no tanto, la primera pregunta que surge es si se trata realmente de una ¿democracia o una plutocracia?
Según la versión más simplificada del término la democracia vendría a ser un gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Mientras que una plutocracia, sería un sistema donde los ricos tienen la mayor preponderancia en el gobierno y el Estado.
Votan las élites
Como es sabido, en el sistema electoral norteamericano no existe la figura del voto directo y universal para elegir al presidente de esa nación. A diferencia de lo que ocurre en buena parte de los países que se consideran democráticos, en EE.UU. el voto del ciudadano está supeditado a una vetusta estructura de Colegios Electorales.
En consecuencia, la última palabra no la tiene el pueblo, sino los electores colegiados de cada estado. Pero además, como explica el historiador venezolano, Vladimir Acosta, para adjudicarse los votos ganadores opera una peculiar metodología de «caída y mesa limpia».
Extraña lógica
Es decir, al candidato que gana en un determinado estado, así sea por un voto, se le endosan todos los votos colegiados que la corresponden a esa entidad federal. En conclusión, por esa extraña y elitesca lógica, puede darse el caso que la opción con menos votos populares, se termine imponiendo en los Colegios Electorales. Y ello baste para hacerse con la primera magistratura de la República.
Por lo tanto, la primera falla de origen de este sistema «democrático» es que la soberanía no reside en el pueblo, porque no puede ejercerla a través del sufragio. Este sistema data de los mismos orígenes de la vida republicana estadounidense y ha permanecido invariable en el tiempo.
Más con menos
La cifra total de votos en los Colegios electorales es de 538. De manera que para ganarse el derecho de gobernar la nación más poderosa de todos los tiempos, bastan sólo 270 sufragios. Son cifras paradójicas en una nación de casi 330 millones de personas. Y cuyo padrón electoral congrega a más de 230 millones de almas.
Pero además la densidad demográfica de los estados, también termina siendo un factor determinante y excluyente. Así por ejemplo, un candidato puede resultar presidente si gana tan sólo en 11 de los 50 estados de la Unión.
De ahí, precisa Acosta, que si triunfa en California (55 votos), Texas (38), Florida (29), Nueva York (29) y Pennsylvania (20). Igualmente, en Illinois (20), Ohio (18), Michigan (16), Georgia (16) y Carolina del Norte (15). Y asimismo, en Nueva Jersey (14) y Washington (el estado, no el distrito, 12), un contendiente lograría los 270 votos que se requieren para ganar. Esto sin importar que haya sido derrotado en los otros 39 estados.
Pura democracia
Democracia pura. Esta lógica, bastante bizarra, permite comprender mejor por qué un Donald Trump con 62.984.828 votos, se «impuso» a su más cercana rival, Hillary Clinton, quien obtuvo 65.853.514, en las presidenciales de 2016.
Este peculiar sistema que combina el voto popular con el mecanismo de «caída y mesa limpia», pasa por democrático cuando ambas votaciones son coincidentes. Pero como explica el historiador Acosta, no siempre ocurre así:
«Y en esos otros casos, sucede que el candidato que gana el voto popular no gana la mayoría de los estados, o no gana los estados más grandes, es decir, no logra la mayoría exigida de votos de los Colegios, porque la ha obtenido el otro candidato, el que ha llegado segundo en la votación popular. Y es entonces este último el que gana. Sin contar otros muchos casos de negociaciones y trampas en las alturas, entre partidos y Congreso, esto ha ocurrido ya seis veces en las elecciones presidenciales estadounidenses», la penúltima en 2000 y la última en 2016, según destaca Acosta.
Club selecto
Otro elemento decisivo para hacer de la democracia norteamericana un sistema altamente excluyente, es que no cualquiera puede hacer carrera política. Tampoco alguien común puede ser parte de esos «súper» electores de los Colegios electorales.
Al principio el voto era censitario, es decir sólo podían sufragar los terratenientes y empresarios (mujeres, afroamericanos y pobres estaban fuera). Eso luego se modificó pero sólo formalmente, porque ahora con el fenómeno de la corporativización de la política, esta actividad está supeditada al control de mafias económicas.
Sólo para pesados
La política norteamericana se ha convertido en un club selecto, cuya membresía está restringida a actores de peso económico, bien del ramo inmobiliario, militar o de los hidrocarburos, entre muchos otros. Ejemplos abundan, desde Donald Rumsfeld, Dick Cheney o el propio Trump.
Como explica Acosta, todos los altos funcionarios de la política norteamericana: «alcaldes, gobernadores, Representantes y Senadores son desde millonarios, hasta multimillonarios y billonarios, y que por una vía u otra el poder político se reparte entre las familias y los miembros de esa élite».
La guinda del pastel
Por si todo esto fuera poco, la crisis del sistema norteamericano, por el agotamiento de su sistema económico expansivo, ha sacado a relucir su cara más autoritaria. El actual presidente estadounidense, Donald trump, ha amenazado varias veces con una suspensión de las presidenciales, previstas para noviembre, ante la posibilidad de que le cometan un supuesto fraude.
En esta pelea de cero suma cero, los republicanos han desempolvado viejas prácticas. Y en el caso de no poder impedir los comicios, se teme que puedan incluso activar la vieja figura de las patrullas electorales para amedrentar a los votantes demócratas o coaccionarlos para que se abstengan.
«Para lograr estos propósitos, los estrategas de campaña y el Comité Nacional Republicano han elaborado un diseño que comprende los siguientes aspectos: sólido respaldo financiero, estructuras de coordinación, acciones legales en estados competitivos y ejecución de las operaciones el día de las elecciones. Este andamiaje es necesario para asegurar la selección, reclutamiento, entrenamiento y despliegue efectivo de las patrullas electorales de Trump en los lugares de votación claves de los estados decisivos», según denuncia Rafael González Mora, para el medio digital Progreso semanal.
Cúpula inmoral
Entonces, no le falta razón al ministro del Poder Popular de Relaciones Exteriores venezolano, Jorge Arreaza. El alto funcionario denuncia que los norteamericanos no tienen moral, ni potestad para exigir a otros países condiciones electorales. Igualmente, para el canciller bolivariano es significativo que en 2019, 200 mil votantes fueran borrados del padrón electoral en el estado de Georgia.
Mr. @SecPompeo: la plutocracia de EEUU es la que no ofrece condiciones para realizar elecciones. Sólo como ejemplo, 200 mil votantes fueron borrados del registro en Georgia en 2019. Hoy, el Servicio Postal reconoce su incapacidad para que millones de estadounidenses puedan votar. https://t.co/83RhTraOiD
— Jorge Arreaza M (@jaarreaza) September 2, 2020
Cabe nuevamente la pregunta, son los EE.UU. una ¿Democracia o una plutocracia?, lamentablemente, queda claro que se trata de lo segundo. No puede sorprender tampoco que en esa nación el 1% de la población concentre en su manos 2/3 del Producto Interno Bruto (PIB) y el 99% restante tenga que arreglárselas con el tercio restante.