Cada vez son más los que le piden a Bolsonaro que por fin haga algo para afrontar el problema de la pandemia. Lo hicieron cuando estaban a tiempo, luego cuando el problema se tornó grave, y aun en el peor momento, hay quienes todavía no pierden la esperanza. Más de 500 empresarios, banqueros y economistas suscribieron una carta abierta al presidente para que se atienda en el país la crisis generada por el virus.
Los remitentes, como quien lanza una botella al mar, enviaron el mensaje al presidente, pero sin mencionarlo nunca. Resienten que la situación interna se ha tornado crítica, y esto afecta la salud y la economía.
Cuando el país se aproxima al tope fatal de los 300 mil fallecidos, Bolsonaro no se da por aludido. Todavía no son suficientes las fuerzas en el congreso para destituirle, y en esa situación el mandatario contempla un signo de protección divina.
“Pueden estar seguros, mi fuerza viene de Dios y de ustedes. Mientras sea presidente, sólo Dios puede sacarme del puesto. Seguiré estando junto a ustedes” dijo el presidente en una reunión con amigos y partidarios con los que celebró sus 66 años.
Bolsonaro es el problema
Negar la enfermedad, subestimar la situación, esquivar la gravedad de los miles de fallecidos y atacar las medidas de prevención son parte de la rutina fatal y más prolonga de un político que todavía se sostiene en el poder a pesar del más grotesco genocidio perpetrado por su inacción.
Pero lo increíble del caso es que la comunidad internacional no reacciona con firmeza. Los organismos de derechos humanos no se dan por enterados que la doctrina de Bolsonaro se ha convertido en un operativo de exterminio sistemático contra sus propios habitantes.
Desde Washington tienen responsabilidad en este drama luego de admitir sin un gesto de arrepentimiento que presionaron a Brasil para que no comprara la vacuna rusa, porque en la prioridad de La Casa Blanca no está la de salvar vidas sino la de no perder influencia por un remedio que no es de su fabricación.
Especialistas sanitarios advierten que Brasil es una amenaza sanitaria para la región. Venezuela empieza a sufrir las consecuencias de ello, y la vicepresidente Delcy Rodríguez lo viene denunciando. Hasta ahora Bolsonaro sigue sin actuar, pero no faltan quienes todavía no pierden la esperanza.
