Estado Unidos si bien presume ser el modelo más virtuoso de la democracia occidental, la realidad revela que al menos su sistema de elección está muy lejos de ser “el más democrático”.
Este es un tema que siempre surge en cada elección con un renovado ánimo de cuestionamiento para que sea transformado, pero increíblemente el deforme sistema electoral norteamericano es una tradición tan arraigada que hace parecer tan natural que la gente vote, pero no elija.
El proceso de elección es un complejo engranaje de segundo grado, en donde los votantes eligen delegados a un Colegio Electoral que escoge al presidente.
Distopía electoral
El paradigma de la democracia occidental estadounidense es la comprobación orwelliana de que en política 2 más 2 no siempre son cuatro; y que al menos su forma de votar es lo más parecido a una distopía, en donde no siempre gana el que saque más votos populares.
En la recia tradición electoral norteamericana, los 50 estados tienen un valor de votos distinto ante el colegio electoral. Entidades como California significan 55 delegados, mientras que otros como Wyoming, Dakota del Norte y Sur, o Montana apenas tienen 3 votos.
En términos crudos de democracia estadounidense, no todos los estados o los electores en el país valen igual. Esta relación bastante dispareja estaría supeditada a la lógica de estados más poblados que otros.
El péndulo electoral
También en la naturaleza electoral presidencial, las campañas se esfuerzan en unos estados más que en otros; en cada proceso se mencionan los llamados estados péndulos, esos que no son en definitiva el feudo de nadie.
Tal es el caso de La Florida, en donde Obama ganó dos veces pero que en 2016 lo ganó Trump. El Estado del Sol es el caso más codiciado, pero no es el único. Para esta elección hay 7 estados más en el que la situación no está clara para ninguno de los dos candidatos.
Estos llamados estados péndulos representan poco más de 100 votos electorales y hay que recordar que para ser presidente en los EE.UU. se necesitan al menos 270.