Con su claro predominio en el plano de los símbolos y de la ideología, el sistema capitalista es muy hábil para ocultar, o mantener en el olvido, ciertas historias y hechos que, de dárseles amplia divulgación, resultarían extremadamente impopulares.
Son, como explicaba con claridad meridiana el filósofo venezolano, Ludovico Silva, los aspectos ocultos del «taller de producción». Mediante el cual desde la superestructura (religión, colegios, medios de comunicación, y ahora redes sociales), se encubren hábilmente los aspectos más sórdidos e impublicables de la estructura de explotación del hombre por el hombre.
Falso prestigio
En ese contexto, en el mundo de hoy nadie pudiera pensar que una empresa de tanto prestigio internacional, como la alemana Volkswagen, estuviera tan empantanada. Esto por su apoyo a regímenes repudiables como el nazismo, o la férrea dictadura brasileña de entre 1964 y 1985.
Pero es así. La transnacional del ramo automotor ostenta el título de ser el mayor fabricante de vehículos del mundo. Ello por sus 45 fábricas en 21 países, que abarcan Europa, América, Asia y Oceanía. No obstante, la precede un pasado para nada democrático y mucho menos transparente.
Al fabricante que produce más de 10 millones de vehículos anuales, y tiene 3 modelos entre los autos más populares de todos los tiempos (el famoso escarabajo, el Golf y el Passat), le antecede un prontuario delictivo de delación y tortura.
Todo se remonta a los orígenes, a comienzos del pasado siglo XX, cuando el fundador de la empresa, Ferdinand Porsche, hizo buenas migas con el tirano, Adolf Hitler. Así surgió el proyecto de fabricar un «auto del pueblo» de bajo costo y de gran rendimiento. Lo que en efecto se logró con el popular escarabajo. Sin embargo, los nexos entre el nazismo y la Volkswagen, así como con otros regímenes autoritarios, nunca desaparecieron del todo.
Tortura en la planta
Tras la caída del Nazismo, gracias al Ejército revolucionario ruso, Porsche fue encarcelado y la fábrica fue operada un tiempo por los británicos. Como refiere el articulista de RT, Luis Gonzalo Segura, la sucursal de la planta inaugurada en Brasil, a la postre se convertiría en centro de delación de sindicalistas y trabajadores de ideas revolucionarias. Y también, incluso, algunos centros de ensamblaje operaron como pequeños centros de tortura.
Este reprochable proceder ha salido a la luz pública, recientemente, en la sociedad brasileña. Pero lejos de hacerse verdadera justicia en este caso, el actual mandatario brasileño, Jair Bolsonaro, ha salido en defensa de la transnacional, en lugar de proteger al pueblo trabajador.
Como dicen por ahí Dios los crea y el Diablo los junta. Bolsonaro es uno de los líderes de extrema derecha mundial, tristemente célebre por su fanatismo religioso, su machismo, su homofobia, su racismo. Y sus simpatías abiertas por regímenes dictatoriales, así como las prácticas de tortura. Nada lo diferencia del pensamiento ideológico-político del nazismo.
«La empresa alemana fue parte de la maquinaria autoritaria militar brasileña y nexo de unión con el terrible régimen nazi. Una prueba de ello la encontramos en Franz Paul Stangl, responsable de 400.000 muertes en los campos de concentración de Treblinka y Sobibor y, también, empleado de Volkswagen en la fábrica de San Bernardo do Campo, utilizada para interrogar y torturar a los sindicalistas. Para más señas, San Bernardo do Campo se encuentra en el municipio de San Paulo, en el que vivió Josef Mengele, otro tétrico personaje del régimen nazi», precisa Segura.
Burla al pueblo
Luego de décadas en el olvido, este caso se reabrió por la denuncia efectuada por antiguos trabajadores en 2015. La diferencia se «resolvió» con el pago de una suma ridícula. La transnacional desembolsó 36 millones de reales brasileños, cerca de 5,5 millones de euros. Literalmente una migaja, en comparación con las fabulosas ganancias anuales de esta compañía y el terrible sufrimiento ocasionado a los afectados.
Por su parte, el Gobierno de Bolsonaro debería ser el responsable de abrir un proceso contra la fábrica automotriz germana. Ello para forzar el pago de una multa millonaria por su deleznable conducta. Eso, según explica Segura, sería imprescindible para compensar al resto de víctimas. Igualmente, se sentaría un precedente para impedir que en el futuro se repitan actuaciones como estas. Sin embargo, con un mandatario que hace apología de la tortura, es bastante poco probable que esto ocurra.