Llegó junio. Han pasado 17 meses y unos cuantos miles de millones de dólares desde que EE.UU. y sus socios en Venezuela pusieron «todas las opciones sobre y debajo de la mesa» para forzar la salida del poder del presidente Nicolás Maduro y llegar a Miraflores. Tiempo y recursos que parecen suficientes para que la potencia militar «más poderosa» del mundo, triunfe en el «rescate» de un país que pide a gritos su libertad. ¿Qué pudo salir mal?
Trump en un búnker
Las opciones sobre la mesa se reducen a un búnker en la Casa Blanca. La peligrosa prepotencia de Trump tiene una justificación, que no es otra que la necesidad de esconder la farsa que representa. Pues un presidente «electo» con la participación del 25% de votantes, que obtuvo menos votos que su contrincante; no podía tener otro destino que no fuese huir de un pueblo enardecido.
El nuevo coronavirus tomó por sorpresa a parte del pueblo estadounidense, que se descubrió huérfano en medio de un sistema de salud privatizado y un Estado incapaz de responder a una emergencia. Realidad que ya conocían las minorías étnicas y los afroamericanos que llevan más de 300 años discriminados y humillados en una sociedad profundamente desigual. La rabia e indignación ante un nuevo asesinato de un ser humano, por un policía al que no le gustó su color de piel, se tradujo en fuego.
Guaidó en Twitter
Conspiran, fracasan en sus planes, escriben tweets amenazantes y se encierran en una embajada. Ese parece ser el destino común de la «dirigencia» opositora venezolana que nunca asume responsabilidades sobre sus actos y que en medio de la pandemia decidió arreciar los ataques contra el pueblo.
Aunque Juan Guaidó insiste en decir que «está en el lugar de siempre» y está cumpliendo la cuarentena promovida por Nicolás Maduro, su paradero luego del fracaso de la operación Gedeón, ha resultado todo un misterio, no porque haga falta su presencia, sino por la inminente posibilidad de que no pague por sus crímenes, apoyado por gobiernos injerencistas.
Maduro en Miraflores
Miraflores hoy más que nunca se vislumbra como símbolo de grandes disputas geopolíticas. El único que continúa en el lugar de siempre es Nicolás Maduro. Vuelve a encontrar rutas de avance en medio de tormenta, mostrando a la comunidad internacional su capacidad de liderazgo en el manejo de la crisis interna del coronavirus; vulnerando incluso el bloqueo y el poderío de las potencias, gracias a viejas alianzas con países también asediados por el gobierno de EE.UU.
Maduro, a quien hace pocos meses dibujaban como un «dictador aislado», ahora es señalado como líder de las multitudes que protestan en las calles de EE.UU. y los voceros del autoproclamado, hasta firman un convenio en el que reconocen su autoridad.
