El arte de la política: San José Gregorio Hernández frente a un mundo enfermo.
Por: David Gómez Rodríguez
El Dr. Jose Gregorio Hernandez es, además de santo, patrimonio cultural inmaterial de Venezuela y un milagro necesario para el mundo enfermo de hoy, que se libró de una pandemia, pero que enfrenta una enfermedad peor: el resurgimiento del fascismo. Todos esperamos que el santo de los pobres sepa bien qué vacuna poner a la humanidad frente a la guerra de los magnates que se reparten la paz, como si fuesen tierras raras y pozos de crudo. Todos tenemos fe en ello, ya que, todo santo es un espejo de las enfermedades de su tiempo y representación simbólica de la odisea del hombre que busca curas en el desierto. En tal sentido, frente a las enfermedades que sufre el mundo hoy, San José Gregorio Hernández tiene el reto de ser tan buen político como médico.
En un rincón de Caracas, una pintura de Palmira Correa retrata al santo frente a su feligresía, no sabemos si es una misa o una asamblea, pero José Gregorio es quien protagoniza la obra de arte popular. Mientras tanto, en el Vaticano, el Papa Francisco exige una «paz duradera» en Ucrania y clama por detener el genocidio del pueblo palestino. Con estos escenarios uno pudiera afirmar que el mundo occidental está más enfermo que el Pontífice. Pero ¿Podrá San José Gregorio Hernández hacer el milagro de la sanación? Para los más devotos no hay duda de ello y seguro atribuyen al santo, y no a Trump, las posibilidades actuales de un alto al fuego.
El Papa Francisco pide paz en Ucrania asegurando que «La guerra es el fracaso de la humanidad», pero lamentablemente sus palabras se han ahogado hasta ahora en el estruendo de los misiles. Pues, Zelensky se aferró hasta el último momento a la ayuda militar occidental como un paciente a un respirador, consciente de que sin ella se develará la verdad: Vendió a Ucrania y convirtió a su país en otra víctima del brazo armado del imperialismo. Me refiero a la OTAN, que desde su fundación el 4 de abril de 1949, ha ejecutado invasiones militares en todo el mundo para impulsar cambios de gobiernos y acciones desestabilizadoras en beneficio de EEUU y Europa. Recordemos, por ejemplo, los Balcanes (1992), Kosovo (1999), Afganistán (2001), Irak (2003) y Libia (2011). ¿A qué santo se aferraron estos pueblo mientras fueron masacrados? Me pregunto mientras leo una noticia que narra cómo el parlamento ucraniano prohibió las iglesias ortodoxas.
Europa, otrora paladín de la “democracia”, hoy es un continente antipopular y febril. Como hemos dicho, la extrema derecha gana terreno en Alemania, Francia e Italia; la OTAN juega con la tercera guerra mundial al amenazar a Rusia; y el invierno energético obliga a la UE a comprar gas a EEUU y países africanos, mientras impulsan políticas antimigratorias. El Papa Francisco, un líder espiritual cuya autoridad moral es tan grande como su compromiso con las causas justas y su gusto por el fútbol, con sus 87 años y un pulmón que amenaza con colapsar, parece encarnar la agonía de los pueblos de Occidente, que no son lo mismo que sus sanguinarios gobernantes.
Solo buscando la bondad de esos pueblos podremos avanzar a otro mundo, a una nueva modernidad… Ese es el puente por el cual podemos cruzar para realmente garantizar la paz. Es por eso que el Papa mantiene un diálogo abierto y franco con líderes como el Presidente Nicolás Maduro, con el cual quizá no comparte todo en lo ideológico, pero existen objetivos comunes en los cuales trabajar, como la paz y la beatificación de un hombre aclamado por el pueblo. De esta forma la fe es también un acto político, pues logramos colectivamente que se escucharan las oraciones de un pueblo que resiste y que ha aprendido a ganar sus batallas entre asambleas, campañas y elecciones.
Otra situación es la de Ucrania. En su última homilía, el Papa Francisco comparó la guerra en el país eslavo con «un cáncer que metastatiza». El líder religioso instó mas de una vez a Zelensky a dialogar y negociar la rendición con valentía, pues en las condiciones actuales de su ejército y su economía lo único que producirá es más dolor y muerte a su pueblo, es el mismo argumento que ha utilizado Trump para ponerlo contra la pared de la Oficina Oval y básicamente obligarlo pactar una capitulación. “Si Estados Unidos nos abandona, estamos acabados«, espetó un ucraniano a The New York Times.
¿Puede un santo como José Gregorio Hernández sanar a un mundo enfermo, amenazado por la guerra? Creo que Palmira Correa diría que sí, con alegría y optimismo; lo afirmaría con la misma convicción con la que sonríe y camina a pesar de las dificultades que le impidieron por mucho tiempo levantarse. Palmira Correa no pinta batallas, pinta milagros, tradiciones y héroes en su taller en La Pastora. Es por eso que, mientras los líderes políticos mundiales fallan frente a la humanidad, el arte y la fe tejen redes de esperanza con el colorido del arte popular.
Son muchas las razones por las que José Gregorio Hernández es beatificado, la acción no responde solo a un acto litúrgico, sino a una necesidad profunda, que tiene que ver con lo espiritual, con lo político y también con lo patrimonial, esto último podrán constatarlo en el artículo de Octavio Sisco Ricciardi titulado Sombrero y nimbo bien puestos, publicado en el diario Últimas Noticias. José Gregorio, médico de los pobres, con su beatificación quizá no cure a Europa ni detenga misiles de una manera espectacular, pero su imagen, replicada en murales, estampitas, velas y escapularios; recuerda que aunque no baste rezar, el milagro de la paz siempre será esperado y bienvenido. La paz y la justicia sea con ustedes ¡Amén!