La XV Cumbre de los BRICS, en África y en este convulso 2023, no pudo ser más oportuna. Sobre todo, para quienes esperan con ansias el quiebre definitivo de la golpeada hegemonía política y económica de las potencias occidentales.
En este sentido, la agudización de las contradicciones en el seno del sistema-mundo trae grandes desafíos para la alianza de economías de mercados emergentes; liderada por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica. Haciendo de la XV Cumbre en Johannesburgo un escenario para crear rutas de avance en medio de las sanciones económicas, la crisis ambiental y el debilitamiento del dólar.
En este punto, sumar alianzas se vuelve vital. No solo para impulsar la operatividad de monedas distintas al dólar, sino para apalancar la integración económica; punto de honor para fortalecimiento de las relaciones políticas contra hegemónicas. La posibilidad de incorporar nuevos miembros también brinda acceso privilegiado a los BRICS a recursos estratégicos, dando oxígeno a los países con un ritmo de expansión más lento.
Aunque encontrar equilibrio entre los intereses nacionales y la urgencia de la cooperación para el desarrollo global inclusivo, es una proeza que requiere más que buena voluntad; no hay duda de que los objetivos trazados en la primera cumbre en 2009 son alcanzables. Hay un avance tangible que impacta en el 23% del PIB mundial, el 42% de la población y más del 16% del comercio mundial; haciendo de esta alianza una amenaza real para el viejo mundo proimperialista.
Desde Ekaterimburgo a Johannesburgo el mensaje es claro: “promover el diálogo y la cooperación entre nuestros países de manera gradual, proactiva, pragmática, abierta y transparente” no es una tarea de 5 países, es una necesidad global.
