El huracán Chávez cumple un año más y lleva su viento alrededor del mundo | Por: Geraldina Colotti

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No se puede pensar en Hugo Chávez, en su cumpleaños, sin que la voz tiemble: así como tembló la voz de su “hijo político” Nicolás Maduro, al borde de las lágrimas; al anunciar su desaparición física el 5 de marzo de 2013. “Chávez no murió, se multiplicó”, gritó de inmediato la multitud presente en el velorio, alimentando una cola de 17 kilómetros durante días. Un mensaje de redención para los pueblos del planeta, que enciende las esperanzas de los más humildes, enseñándoles a no olvidar sus orígenes.

En su programa, Aló Presidente, una verdadera escuela de formación y comunicación, el Comandante decía, en efecto: “Si uno pudiera volver, y pedir adonde, yo le diría a Papá Dios: mándame al mismo lugar. En la misma casita de palmas, inolvidable, al mismo piso de tierra, las paredes de barro, un catre de madera y un colchón de paja y gomaespuma. Y un patio grande lleno de arboles frutales. Y una abuela llena de amor y una madre y un padre llenos de amor, y unos hermanos, y un pueblito campesin a la orilla de un río”.

Pobre, pero feliz. Un mensaje disruptivo de orgullo, pero de lucha, para decir que quienes creen en un mundo justo comparten siempre lo poco que poseen y no lo que les sobra. Así enseña Cuba. Así enseñó Fidel, con el que se formó Chávez, y que lo acompañó hasta el final, y lo lloró.

Pobre sí, pero no resignado, porque era consciente de que son las clases populares las que producen la riqueza —de la que no pueden disfrutar en el sistema capitalista— basado en el privilegio de unos pocos. Y que hay que cambiar las cosas, incluso sacrificando la vida.

Chávez dedicó su vida a construir una Venezuela socialista, basada en la democracia participativa y protagónica. Su viaje comenzó a mediados del siglo XX en Sabaneta, el 28 de julio de 1954: un año después del asalto encabezado por Fidel Castro al Cuartel Moncada en Cuba, el 26 de julio de 1953. Un mes después del golpe de Estado en Guatemala contra el presidente Jacobo Arbenz, el 27 de junio de 1954. Casi un mes antes de iniciada la larga y sangrienta dictadura de Alfredo Stroessner en Paraguay el 15 de agosto de 1954.

El 24 de agosto del mismo año, se da el golpe de Estado en Brasil y Getulio Vargas se suicida. Unos meses antes, el 7 de mayo de 1954, se había producido la capitulación del ejército francés en Dien Bien Phu, en Indochina. Y pocos días antes de que naciera Chávez, la primera guerra de Indochina había terminado con la victoria de Vietnam —Viet Minh— un país hasta entonces colonizado por Francia; habiéndose proclamado el nacimiento de la República Democrática de Vietnam el 2 de septiembre de 1945.

Cuatro meses después de nacer Chávez, el 1° de noviembre de 1954, comenzaría la guerra de Argelia. Y casi un año después, entre el 18 de abril y el 24 de abril de 1955, tendría lugar la famosa Conferencia de Bandung, Indonesia, que vio nacer los conceptos de «tercer mundo» y «no alineados».

La gran historia, la que «absorberá» al Comandante, como él le explicará a Ignacio Ramonet en el libro Mi primera vida; en el que el periodista español contextualiza el nacimiento del «niño pobre de Sabaneta». “Claro”, dice Chávez, “cuando uno nace es como un becerro o un pájaro, inconsciente. Más tarde, sin embargo, tiene la posibilidad de volverse o no consciente”.

“En mi caso” —explica—, tomando como ancla la célebre frase de Fidel, “La historia me absolverá”… “pensando en la historia y en la vida, cuando era pequeño, si hubiera tenido conciencia, habría podido decir: ‘la historia me absorberá’. Fui arrastrado por el huracán de la historia”, vuelve a explicar Chávez, citando a Bolívar y atrayendo al lector con su lenguaje poético e incisivo; como un huracán.

El huracán Chávez absorbió la gran historia para traerla de vuelta al presente, aún después de la caída de la Unión Soviética, cuando parecía que la bandera del socialismo debía ser enterrada para siempre. En el concepto de “socialismo del siglo XXI”, reunió, en la práctica y experimentación del «laboratorio bolivariano», un corpus de ideas innovadoras, sustentadas por la historia del movimiento obrero internacional, y acrecentadas por una renovada conciencia anticolonial.

En los años en los que proliferaba la filosofía posmoderna, que reducía la objetividad a un cuento y la verdad histórica a la opinión, Chávez narraba la historia como un cuento, pero donde el narrador era sólo una voz colectiva, al servicio de los intereses generales. De esta forma, con humor y poesía «la revolución es amor y humor«, dijo, reconstruyó una nueva mitología popular, en la que identificarse, alejada de los héroes burgueses y de la destrucción de la memoria histórica que se estaba imponiendo.

Fue un gran comunicador y pedagogo, vehículo de símbolos que unían y animaban a esas masas con las que se sentía profundamente identificado, en una visión de la vanguardia que pretendía conjugar al Cristo de los orígenes, a Bolívar, al Che Guevara y hasta un poco de Lenin: “Como siempre” —decía— “está la masa del pueblo, y yo me echo encima de la masa, me abrazo con ella, sudo con ella, lloro con ella, y me consigo. Porque allí está el drama, allí está el dolor, y yo quiero sentir ese dolor, porque sólo ese dolor, unido con el amor que uno siente, nos dará fuerzas para luchar mil años si hubiera que luchar«.

Fue un gran lector desde muy joven. De su primera enciclopedia extrajo una exhortación que lo acompañará a lo largo de su vida y que ha sabido transmitir a su pueblo, constantemente: «¡Piensa!«, decían aquellas páginas. “¡Piensa!”, decía siempre el Comandante, “no te quedes ahí como un árbol, que no piensa. El pensamiento es fundamental para comprender lo que se vive, para no pasar por este mundo como una nube pasajera«.

Por eso, en sus relatos, el hallazgo de libros fue la clave para destrabar el pasado y entender el presente: libros que llenan los cofres de los autos dejados en las montañas por guerrilleros asesinados, o morrales heredados de padre a hijo, de hermano a hermano. Para hablar de la importancia de Ezequiel Zamora, quien pasó por Sabaneta en mayo de 1859, gritando: «Tierra y hombres libres», Chávez habla del hallazgo del libro «Tiempo de Ezequiel Zamora», del revolucionario Federico Brito Figueroa, encontrado en el cofre de un viejo Mercedes Benz, abandonado en las montañas de La Marqueseña. Una zona de enfrentamientos entre el ejército y la guerrilla, donde todavía hay muchas fosas desconocidas de revolucionarios torturados y asesinados; caídos luchando contra las democracias disfrazadas de la Cuarta República.

Chávez, a mediados de los años 70 había tenido contacto con Bandera Roja a través de su hermano Adán, queriendo aceptar la invitación del Che para construir “uno, dos, mil Vietnam”, pero luego optó por continuar su batalla bolivariana dentro del ejército, sin por ello ser nunca represor. Al contrario, se convirtió en un referente para aquellos campesinos pobres e indígenas sin derechos, quienes lo apoyaron de todo corazón en las elecciones de diciembre de 1998, y luego en el lanzamiento de la Constitución Bolivariana, que acogió sus pedidos de liberación.

En una de las primeras entrevistas concedidas a José Vicente Rangel, a su salida de la cárcel de Yare tras la rebelión del 4 de febrero de 1992; contará cómo escondió durante años el Librito Rojo de Mao. Una enseñanza que, junto a la de Ho Chi Minh y la “guerra de todo el pueblo”, será renovada en el estatuto del Partido Socialista Unido de Venezuela (Psuv), fundado en 2007.

“Si alguno de los dos, en algún momento, por alguna circunstancia, cae a la orilla del camino, es deber del otro tomar el morral y echárselo a cuestas y seguir andando”. Durante los días del funeral, Adán, el hermano mayor que había guiado el camino del Comandante, relató el episodio, la carta que le envió Hugo y, emocionado, aseguró: “Lo tomé, Hugo. Aquí voy con tu morral, no joda, ¡Viva Chávez, carajo!”.

Chávez, el cimarrón, trajo a este siglo la valentía de Petión, quien le entregó a Bolívar la espada libertadora de Haití, dándole armas y apoyo en su lucha por la independencia. Chávez, el indio rebelde, despertó las gestas del cacique Guaicaipuro para llenar de historia los rincones más recónditos de Venezuela. Chávez, el feminista, el 8 de marzo de 2002, realizó la ceremonia simbólica de incorporación de la heroína de la independencia, Josefa Camejo, al Panteón Nacional.

El 5 de julio de 2010, 199 años después de la declaración de Independencia en 1811, llevó al Panteón los restos simbólicos de Manuelita Sáenz, política y militar ecuatoriana, conocida como la “Libertadora del Libertador”. Cinco cadetas cargaron el féretro de “Manuelita” y se lo entregaron al presidente Chávez y a su homólogo ecuatoriano en ese momento; Rafael Correa.

Los dos presidentes lo colocaron en un estante repleto de rosas rojas donde una placa con los nombres de Chávez y Correa y la fecha del 5 de julio acompaña los versos de Pablo Neruda dedicados a Manuela Sáenz: “Y el amante en su cripta temblará como un río”. Correa destacó cómo Manuelita era “una activista política mucho antes de conocer a Bolívar y mucho después de su muerte”. Recordó su capacidad para desafiar las convenciones de la época, «vistiendo de hombre y cabalgando con mayor destreza que los hombres, rebelde y luchadora«.

Y Chávez declaró: “Si a Bolívar le decimos padre de la patria, a ti, generala, te decimos madre de la patria, madre de la revolución. Gracias Manuela, gracias por regresar, te recibimos en esta época Bicentenaria en que hemos retomado nuestro camino, haciendo la revolución en nuestra América: en Venezuela, en Ecuador, en Bolivia…”

Una política que continuó con el presidente Nicolás Maduro, quien acompañado del entonces presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello, en 2015 llevaría al Panteón los restos simbólicos de la revolucionaria independentista Juana La Avanzadora, la primera heroína afrodescendiente en ser enterrada en el templo de los precursores.

Chávez, el internacionalista, el antiimperialista; capaz de hacerse oír incluso por esos movimientos «altermundialistas» que no querían tener nada que ver con el «poder«. Su discurso en Porto Alegre, en enero de 2003, hizo historia; inaugurando la costumbre de que los grandes encuentros oficiales fueran precedidos por los de los movimientos, por las propuestas elaboradas durante las luchas del continente. “Aquí se está construyendo una alternativa al modelo neoliberal y salvaje que amenaza con destruir nuestro planeta” —dijo Chávez en Porto Alegre—. “Si no acabamos con el neoliberalismo, el neoliberalismo acabará con nosotros y con el futuro del mundo”.

En realidad, lo que representaba el Comandante no era un poder militar y autoritario, como pretendía la propaganda mediática, ni el de la democracia representativa burguesa, sino el poder popular, el de la democracia “participativa y protagónica”, iniciado y plasmado por la constitución bolivariana. Una Carta magna muy avanzada, que aún es tomada como ejemplo por las clases populares que, en América Latina, buscan socavar las viejas estructuras de poder, o es presentada como espantapájaros por las clases dominantes que temen la palabra del pueblo.

Y fue precisamente la apelación al poder originario, el poder del pueblo, el recurso a una Asamblea Nacional Constituyente, lo que permitió al presidente Maduro restaurar la paz en el país el 30 de julio de 2017. Gracias a esa elección, hecha en el signo de Chávez, terminó la violencia de la oligarquía a sueldo de Washington: esos mismos títeres que intentaron eliminar al Comandante, pero que fracasaron, como fracasaron con el obrero Maduro, señalado por Chávez como su sucesor. Y seguirán fracasando, por voluntad del pueblo que “multiplicó” a Chávez.

Con motivo de un 26 de julio, recordando el asalto al Cuartel Moncada en Cuba, y las palabras de Fidel («La historia me absolverá«), Chávez, humilde como siempre, dijo: «Fidel Castro tenía razón, y la historia ya lo absolvió, ¡pero a mí no! Ojalá este humilde soldado, campesino que soy, algún día pueda ser absuelto por la historia, por los pueblos, ser digno de la esperanza y del amor de un pueblo”.

La respuesta ya la han dado los pueblos, ya la ha dado la historia de la revolución bolivariana, que resiste desde hace 25 años. Por eso, recordar a Chávez no es perpetrar el culto a un hombre, el «culto a la personalidad» del que huyen los revolucionarios y revolucionarias, sino celebrar y multiplicar las huellas que su acción ha dejado en el mundo. Chávez está presente. Chávez es el presente.

Por: Geraldina Colotti

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