Mi amigo el profesor Régulo Hernández diría que el título es un oxímoron, Dios me ampare. En Venezuela, todo el mundo quiere votar. La ultraderecha abstencionista acaba de montar un observatorio electoral para no quedarse bailando afuera en la “fiesta de la democracia”, como llamaban los adecos su sarao quinquenal de “acta mata voto”. En 2005, Borges llamó a la abstención y fue a votar. Ramos Allup pregona que los adecos también tenían unas ganas enormes de sufragar, pero los dueños de los medios se lo prohibieron. Santa palabra.
La ultraderecha creó la ONG “Súmate”. Esta empresa, antes de desquiciarse, en cada elección montaba un CNE paralelo y hasta llegó a realizar su propio referéndum, con sus observadores, sus máquinas y sus propios resultados, una vaina increíble. Era un CNE privado, que funcionaba en medio de lo que denunciaba como una “atroz dictadura”. La oposición, a todo aquel que quería ser candidato, le cobraba la inscripción. Para serlo, la trayectoria no importaba, sino la cuenta bancaria. Solo Pastor Heydra tumbó a los organizadores: le fiaron la inscripción y todavía no ha pagado.
Estos abstencionistas electoreros inventaron una cosa que llamaremos auditoría del fuego: después de cada elección, le pegaban candela a las urnas, las actas y los votos. Los observadores y veedores lo que veían era ceniza, donde ni la recordada cantora María Rodríguez podía leer nada, menos nuestro declamador Víctor Morillo, médium de aquel brujo gozón que se inventó el maestro Billo, exitoso ensamble de guaracha con brujería.
Por los años 70, los abstencionistas de izquierda marchábamos reclamando una tecla nula que nos permitiera votar nulo. Queríamos sufragar y abstenernos. Pura dialéctica. El teórico electoral Juan Luna, mi admirado Julio Escalona, se disparó todo un libro sobre el voto nulo, en el que nos enseñaba a votar sin votar. Yo andaba con Domingo Alberto Rangel y mi paisano guanipense y jefe político, Carlos Urrieta, fundando los Grupos de Acción Revolucionaria (GAR) para convencer a las masas de que votando nulo, podíamos tomar el cielo sin asalto. Un día entrevistaban a Domingo Alberto por televisión y él confesó que desde los 60, nunca más había votado. Un jefe adeco que lo miraba desde el CEN, sonrió y dijo:
-Eso cree él.
EARLE HERRERA
Periodista.
Publicado en ÚN.