Hace pocos días el mundo económico recogió la opinión de uno de sus «pesos pesados» quien reflexiona sobre la pandemia del covid-19 y su impacto a nivel mundial. Se trata del premio nobel de economía Josphet Stiglitz. El economista aboga por abandonar el PIB por un mejor indicador de la salud económica de un país.
La pandemia dejó al descubierto las injusticias de un sistema que coloca la plusvalía capitalista por encima de la condición humana. Por ejemplo, en EE.UU., el país centro de la pandemia, aproximadamente 60 millones de personas están fuera de toda posibilidad de acceder al sistema de salud.
Stiglitz propone que la econometría neoliberal actual sustituya el índice macroeconómico central a la hora de medir y comparar el desarrollo económico de los países. «El PIB no es una buena medida, no tiene en cuenta las desigualdades», señalaba el profesor estadounidense.
El PIB da tabla rasa a economías con distintas características y disfuncionalidades estructurales. En el caso de Venezuela es una economía de periferia, producto de un proceso histórico colonizador, que comienza como una economía de enclave proveedora de productos marginales al sistema mercantilista en formación (siglos XVl al XlV), monoexportadora con dos ciclos históricos de mercancías: cacao / café.
En su desarrollo histórico y alcanzada la autonomía política, Venezuela se incorpora al sistema capitalista mundo (Siglo XX) igualmente mono productora, pero esta vez con una mercancía neurálgica al sistema: el petróleo.
En la actualidad el rentismo petrolero no solo es una realidad económica no superada, es por así decirlo, un condicionamiento sociocultural con implicaciones políticas. Ha sido un freno para el desarrollo de otros sectores económicos, lo que impacta directamente en el aumento o la disminución del PIB.
Se depende de un factor externo que la economía venezolana no controla: los precios del petróleo. Vemos un descenso desde 2018 de 61, 41 $/B, a 9,98 $/B en 2020 (precios similares a los de 1998)
Con respecto al PIB en 2011, Venezuela tuvo su máximo histórico con 334 MM$. Pero en 2019 solo se produjo el 18% de lo que el país produjo en 2011. En 2015 tuvo su segundo pico histórico con 328.164 MMS, llegando a caer a un poco más de 70.000 MM$ en 2019.
Estas cifras no reflejan dos factores que fueron determinantes para la caída de la productividad en Venezuela. En primer lugar, EE.UU. inundó el mercado, una sobreproducción mediante el método de «fracking» supuso una baja de los precios del petróleo a nivel mundial. En segundo lugar, las sanciones coercitivas y unilaterales adoptadas por los EEUU contra nuestra economía, nuestra industria petrolera y el sistema financiero nacional.
EEUU había comprado en 2018 el 35,6% de las exportaciones de petróleo a Venezuela. Un promedio de 586.000 B/D. En marzo de 2019 por primera vez en la historia las exportaciones de petróleo venezolano a EE.UU. llegaron a 0 B/D.
¿Conclusión? No solo los indicadores económicos deben pasar a revisión, es el sistema en su totalidad quien debe ser cambiado. Estamos ante una etapa donde el gran capital está reconfigurándose para la avanzada más salvaje que se conoce en la historia del capitalismo.
Tal vez, pronto veremos como una nueva biblia, un nuevo Corán y nuevos mandamientos serán publicados por Wall Street, Dow Jones y NASDAQ.