Centros logísticos y de control de operaciones, en eso convirtieron a las universidades, los rectores que claman por una democracia pero que se negaron por años a someterse a procesos electorales justos y cuyo único logro ha sido, retrasar la consecución educativa de cientos de estudiantes, sin importar su color político.
Pretendiendo emular las hazañas de OTPOR y las revoluciones de colores, el cese de la concesión de la televisora RCTV en el año 2007, fue la excusa perfecta para que los partidos y movimientos de derecha, entraran a las denominadas universidades autónomas, a sentar las bases de un movimiento estudiantil que protagonizaría la nueva fase de violencia de la agenda opositora.
Los objetivos parecían claros, renovar el liderazgo desgastado y acumular fuerzas para imponer candidaturas “jóvenes” en las elecciones regionales de 2008 y las parlamentarias de 2010.
La violencia no pareció suficiente y la auto flagelación a través de falsas huelgas de hambre, fueron caldo de cultivo para la propagación de nuevas organizaciones con ideas fascistas que desembocaron en una ola de protestas en el 2014, con replicas aún más violentas en el 2016, cuyos líderes encabezan y protagonizan el actual intento de desestabilización.