La tierra del Twitter tiene 70 mil perfiles menos. Se trata de una purga unilateral de la red social hacia cuentas de seguidores del presidente Donald Trump.
Pero la compañía del pajarito no solo silenció a los partidarios del mandatario, sino que también dejó sin su cuenta al mismo Trump, quien ya en Twitter no es “Real”.
De acuerdo a las buenas intenciones de la compañía, ésta razia silenciadora sin complejos de sentirse que vulneran el derecho a la libre expresión la justificaron diciendo que “Estas cuentas compartían contenido nocivo asociado a QAnon de manera masiva y se dedicaban principalmente a la propagación de esta teoría de la conspiración”.
La teoría que Twitter busca impedir que se propague es la del supuesto fraude denunciado por Trump. Esta versión ha enrarecido el panorama interno de EE.UU., y lo cual condujo a que miles de personas asaltaran el Capitolio el 6 de enero.
El cierre de las 70 mil cuentas de los “pro-Trump” no es temporal sino definitiva. Según Twitter el número es alto, pero los afectados pudieran ser menos, ya que “muchos individuos tenían más de una”.
Una situación para el debate
Para los defensores de la libertad de expresión y de información, este precedente es preocupante. Sin cuestionar el carácter violento de Trump y sus partidarios, este bloqueo masivo posiciona el debate de si las compañías digitales, que son entes privados y poderes fácticos, tienen el derecho de determinar quién se expresa y quién no.
Al mismo tiempo esta situación plantea para Trump un drama político y personal patético. Él, que se encargó de defender los intereses de las compañías estadounidenses persiguiendo a sus competidores chinos por supuestamente ser un peligro para los valores de su país, le han terminado bloqueando.
Dirían en términos contundentes de sabiduría popular: así paga el Diablo a quien bien le sirve. Y Trump está comprobando en carne propia, que si bien jugó a ser el Diablo, la verdad es que son otros.