Sobre por qué el 2021 no fue ningún jardín de rosas | Por: Clodovaldo Hernández

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El año 2021 concluyó con un intenso debate económico y político –con implicaciones filosóficas y hasta psiquiátricas– acerca de si quienes nos quedamos en Venezuela somos o no felices, si tenemos o no motivos para serlo y si es verdad que “el país se arregló” o es pura propaganda oficial.

Ha sido otro de nuestros grandes debates con toques de realismo mágico. Por un lado aparecieron los defensores de la tesis de la reactivación, mostrando fotos y videos de gente requetecontenta haciendo cola para comprar toda clase de artefactos, ropa, calzado, comida, licores y demás objetos del deseo, o para entrar al cine o a los restaurantes de moda (todo ello comerciado en dólares imperiales); y por el otro aparecían los cuestionadores de la recuperación, que atribuyeron tal conducta dilapidadora y consumista a una parranda de enchufados y remeseros (nuevo término para nuestra nomenclatura del siglo XXI).

Un rol protagónico tuvieron en ese debate final del 21 los venezolanos y las venezolanas que se marcharon en los años anteriores, impulsados por las situaciones extremadamente dramáticas que sufrimos y por una descomunal campaña mediática que presentó al país como el peor del planeta y a los vecinos como paraísos terrenales donde se les esperaba con los brazos abiertos.

Duele decirlo, pero quedó claro que una parte de esos connacionales desea que Venezuela vaya de mal en peor, tal vez para mantenerse convencidos de que su decisión fue acertada. Sufren el síndrome del divorciado al que no le basta con rehacer su vida en soledad o junto a una nueva pareja, sino que necesita que su ex sufra, se arrepienta y la pase horrible.

Muy emblemático de estas delirantes controversias fue el asunto del café Starbucks abierto en Las Mercedes, que luego resultó ser una copia pirata o un extraño globo de ensayo, vaya uno a saber. En ese episodio, los optimistas empedernidos dijeron que esa era la señal definitiva de nuestro redespegue hacia un futuro rutilante; los negativos ripostaron con su cantinela de que es un negocio de boliburgueses y alacranes. Los humoristas, por su lado, acotaron que si en Venezuela hay un tipo que se autoproclamó presidente en una plaza, qué tiene de inmoral que una cafetería se autoproclame Starbucks, cadena que, por cierto, vende un café bastante malo, comparado con cualquier panadería de Caracas.

Este final vivaz y anecdótico tal vez haya dejado la impresión de que 2021 fue un tiempo fácil, una manguangua. Nada más lejos de la realidad, pues recordemos que buena parte del año se nos fue batallando no solo contra la pandemia (lo que hicieron todos los otros países), sino también contra un imperio y sus secuaces empeñados en impedir que nos llegaran las vacunas y decididos a hacer realidad su profecía de que Venezuela experimentaría una horrible mortandad por covid-19. El hecho de que el Gobierno y el pueblo consciente hayan logrado alcanzar metas de vacunación superiores a las de países sin problemas de bloqueo ni medidas coercitivas unilaterales es, objetivamente hablando, uno de los grandes éxitos del 2021 y –ese sí– un motivo real de felicidad.

Otro rasgo que demuestra lo lejos que estuvo 2021 de ser un jardín de rosas es lo ocurrido con la gasolina. Durante la mayor parte del año hubo escasez, largas colas y mucha gente aprovechándose de esto para lucrarse. Al parecer, el cuadro mejoró en las últimas semanas, como parte de otra de las muy auspiciosas noticias del período analizado: la recuperación de la producción y exportación de petróleo.

Un año de alto riesgo

Si nos sobreponemos al debate decembrino sobre la felicidad consumista, veremos que 2021 fue otro año en el que vivimos peligrosamente, por obra y gracia de una oposición que –más allá de cualquier panfleto– merece los apellidos de violenta y apátrida.

No debemos olvidar –a riesgo de morir, literalmente hablando– que en 2021 ocurrieron dos muy graves y peligrosos episodios de guerra real: la incursión de irregulares armados colombianos en Apure (en marzo); y el preludio de lo que debía ser “la Fiesta de Caracas” a cargo de las bandas criminales de la Cota 905, La Vega y Petare (en julio).

Esas operaciones, con una clara impronta del paramilitarismo colombiano y de las organizaciones mercenarias financiadas por Estados Unidos, comprometieron severamente la paz nacional. Y está demostrado que en tales acciones estuvieron hermanados los pranes de las megabandas (como “el Koki”), y los de los partidos políticos de ultraderecha Voluntad Popular y Primero Justicia.

2021 fue también un año en el que, nuevamente, los gestos de buena voluntad del Gobierno para favorecer el diálogo nacional fueron no correspondidos por la oposición y sus jefes del norte. Un ejemplo evidente de esto es que se haya puesto en libertad al impresentable Freddy Guevara (uno de los compinches de “el Koki” en la abortada Fiesta de Caracas) y que el sujeto haya podido incluso ser parte de la Mesa de diálogo, sin que el lado del Gobierno constitucional recibiera compensación alguna por tal gesto magnánimo.

Y, para que nadie lo deje olvidado entre los vapores del falso café Starbucks, 2021 fue el año de la írrita extradición a EEUU del funcionario diplomático de Venezuela Álex Saab, perseguido político del imperio gringo por el “delito” de haber desafiado el bloqueo y las represalias ilegales de Washington.

Las risas y la catarsis de diciembre fue el colofón de un tiempo durísimo en el que los enemigos internos y externos nos tiraron a matar. Tremenda razón para seguir luchando, tomando precauciones y –por lo pronto– para continuar dando el ¡feliz año!
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El año de la nueva AN

Justo esta semana se cumple el primer aniversario de uno de los grandes logros de 2021: la instalación de la nueva Asamblea Nacional, la que fue electa en diciembre de 2020.

Con ese acto político constitucional se puso fin a uno de los períodos más oscuros y vergonzosos de la historia parlamentaria del país, el de la AN electa en 2015 y que entró en funciones en enero de 2016, cuya obra de destrucción masiva contra el propio país tardará décadas en resarcirse.

La nueva AN comenzó su labor con un gesto político fundamental para lo que vino después, es decir, para el reinicio del diálogo con las oposiciones y para las elecciones regionales y municipales de noviembre. Ese gesto fue la renovación de la directiva del Consejo Nacional Electoral, a la que se incorporaron dos rectores palmariamente identificados con partidos opositores.

Como detalle significativo, el impune “gobierno encargado” sigue reivindicando la vigencia de la AN de 2015, la misma que fue cómplice de los grandes robos de Citgo, Monómeros, el oro depositado en Inglaterra y hasta del queso que había en la mesa.

Esa AN espuria y sinvergüenza ha ratificado en el poder de manera indefinida, al falso presidente de ella misma y del fulano gobierno interino. En eso seguimos en el naciente 2022. ¿Hasta cuándo?, es una pregunta que flota en el ambiente.

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