por: Roberto Hernández Montoya
Es infinita y embrutece. Ejemplo: Hitler. No me gusta comparar a nadie con Hitler porque es incomparable, pero por eso mismo es una referencia que sería irresponsable ignorar. Hitler es útil para poner límites a lo concebible. En abril de 1945 tenía meses con la guerra perdida y seguía y no se rendía, incapaz de concebir que lo habían derrotado las que llamó “razas inferiores”: como la eslava, entonces soviética, que ya cañoneaba su búnker.
Cuando por fin comprendió que había perdido, reaccionó acusando histérico a sus generales de cobardes y traidores y al pueblo alemán de no haber estado a su altura. Más soberbio y se muere, como en efecto murió por suicidio en esas horas de tragedia shakespeareana.
El ego es concepto resbaladizo pero podemos al menos decir que es autorreferencial. Y que de tanto autosustentarse puede hipertrofiarse y un individuo con el ego lo suficientemente inflamado puede concebir que tiene derecho a arrasar la Unión Soviética, Europa y su propio país: Alemania. Ordenó incendiar a París, por ejemplo. Envió un telegrama: “¿Arde París?”. Hay un libro y una película con ese título.
Trump no lo ha igualado. Por ahora, porque en su histeria tiene amenazado de bloqueo y holocausto el planeta entero. Ha exigido a cuatro parlamentarias no blancas que se vayan a sus países, sin importarle que son tan inmigrantes y estadounidenses como él. Conminó a Pedro Sánchez a sentarse, porque así se trata a los arrastrados. El rey de España mandó histérico a callar a otro jefe de Estado.
Los ejemplos de soberbia sobran porque son demasiado humanos, como las pirámides, dignas de egos faraónicos. Tenemos tres diseños defectuosos: el espinazo, hecho para andar en cuatro patas y que al erguirnos basta cualquier defecto para causar calamidades; el apéndice, cuya única función es matar cuando se inflama. Y el ego. Los dos primeros tienen tratamientos; no así el ego, que cuando se hincha no hay pomada, ampolleta o cirugía que lo corrija.
La soberbia, es decir, el ego hinchado y henchido, conduce a la tragedia, como la causada por un supremacista blanco en El Paso, Texas. Entre eso y bloquear y amenazar con una cuarentena genocida a un país, solo hay una diferencia de escala, porque la soberbia supremacista es la misma.