Soberanía o nada | Por: María Alejandra Díaz

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SOBERANÍA O NADA

Nuestro modelo constitucional es nuestra  alternativa de superación del capitalismo para la realización humana y su forma de explotación superior, fetichismo del trabajo inmaterial: plusvalía cognitiva. Con un modelo económico mixto basado en la distribución del ingreso justo y equitativo, neutralizando las pulsiones monopólicas y oligopólicas, garantizando un salario digno que permita la autovaloración de los trabajadores y su familia, cuya medida de fijación es la inflación.

La guerra económica, las medidas coercitivas y los ataques económico, social, político y territorial (tangible e intangible), inmisericordes, continuados y de amplio espectro, buscan demoler la base material de la Constitución, como anomalía subversiva que se levantó contra el neoliberalismo y permitió sacar a millones de venezolanos del abismo de la pobreza.

Los necios “izquierdosos”, defendemos el artículo 91: salario justo y digno que permita calidad de vida a los venezolanos, más allá de los ataques y a la aludida falta de ingresos. Chávez encontró un  país demolido  a 7$ el barril, sin ingresos ni para pagar los sueldos y aun así, puso por delante el interés del pueblo y los trabajadores: el interés nacional.

Antes de la irrupción del covid19 el plan de prosperidad económica no mostraba el impacto beneficioso esperado sobre la economía, al menos no que favoreciera a los trabajadores, eso revelan las cifras del BCV que sirven de base a la investigación de Pasqualina Curcio. Crece la desigualdad y se desarrolla un proceso regresivo del ingreso, mientras aumentan las ganancias del sector privado y sobre todo de los monopolios y oligopolios, no consiguiendo detener el proceso inflacionario, aún y cuando se liberaron las restricciones para circulación de divisas, los precios de facto y el fin de los controles como exigían los ortodoxos nacionales e internacionales (Steve Hanke y otros postmodernos de la pragmática actual).

Leyendo a los post keynesianos, entendemos que la inflación en un mercado oligopólico como el nuestro, termina redistribuyendo los ingresos hacia aquel que fija los precios, es lo que Aglietta llama “inflación raptante”. Así, el fenómeno de la distribución no se explica como un asunto de “autoregulación” (mito del mercado y su Pareto eficiente) sino que se explica por la fuerza que tengan las subjetividades económicas en pugna y en este momento la subjetividad trabajo está siendo explotada y vencida impunemente.

La inflación en Venezuela es la expresión del conflicto de clase, entre el capital nacional e internacional y los trabajadores venezolanos que asumieron la lucha por su dignificación expresada en la Constitución. Curcio y otros, demuestran que no responde a la tesis monetarista el comportamiento de los precios y la inflación, sino a la reestructuración que hace ese capital (ley del valor: valorización del valor) por destruir la soberanía social de nuestra República y la Constitución. La explicación, el fundamento y el asiento político, no económico de la guerra económica se manifiesta en el comportamiento volátil de los precios y el ataque a nuestra moneda por un sistema complejo que va, desde la bicicleta cambiaria al contrabando.

Nosotros a diferencia de los neoclásicos y neo keynesianos y economistas de la “autorregulación”, pensamos que lo que determina la distribución del ingreso no son las leyes del mercado, con su mano invisible, sino algo que los post keynesianos de la escuela de Cambridge llaman factor K. Ese factor K, en nuestro caso, no es otra cosa que la instancia institucional: el Estado soberano, que interviene en la economía y la Constitución que es su marco de actuación.

Kalecki lo llama la tensión entre monopolio y la fuerza subjetiva sindical sobre el reparto del ingreso. Negri en dominio y sabotaje, lo ilustra como la contradicción de clase por el reparto de este ingreso o como lucha entre la autovaloración del trabajo y la ley del valor como reestructuración.

Siendo así, desde nuestra posición de jurista apelamos a la recuperación de la soberanía política, frente a la distribución regresiva del ingreso. Ello supone no sólo una decisión política en favor no solo de una clase social o subjetividad económica, sino una decisión geoestratégica que anule, las alianzas inadecuadas con factores, programas y modelos contrarios a nuestro proyecto nacional como sustracción o excepción política y económica ante la geopolítica del pánico y del hambre que desde la ONU, OMS,  FMI, BM y sus buitres, desatan contra las Repúblicas.

No es posible asumir los dogmas de tu enemigo: asumir los dogmas ortodoxos que prescriben como receta y ver cómo la situación empeora, sin rectificación, es un error. Acusarnos porque hemos estado y estamos preocupados y ocupados ofreciendo alternativas distintas a la ortodoxia neoliberal en documentos públicos y llamarnos “izquierdosos infantiles” con falacias ad hominen, no es más que una muestra de soberbia y falta de lucidez estratégica política.

Perón decía que “las culpas de haber perdido altos grados de soberanía económica hay que buscarlas fronteras adentro: al haber negociado de forma irresponsable o débil en momentos clave de la reconfiguración de la institucionalidad global; al apostar en demasía por la inversión extranjera en sectores estratégicos, algunos de los cuales anteriormente tenían una fuerte presencia estatal; al favorecer con legislación ad-hoc los intereses de multinacionales que invierten poco y giran demasiadas utilidades de diferentes formas”: aprendamos con humildad de estos hechos históricos recursivos.

Solo a través de una mayor independencia económica se podrá multiplicar la riqueza, lo que derivará, en consecuencia, en poder distribuirla más y mejor, generando menos conflictos sociales, mayores grados de bienestar para el pueblo, eliminar la pobreza estructural que tanto nos duele y lacera el alma, brindar al Estado y a la Nación mayor poder político y económico en el concierto de las naciones, en esta nueva etapa de cambios que es la multipolaridad mundial.

La soberanía no es solo una consecuencia de nuestra lucha actual. Es el axioma fundamental de toda estrategia inteligente de defensa. Sin ella no hay nada. No debemos cederla para  obtener avances futuros imaginarios contra el enemigo neoimperial.  Debemos a partir de ella, avanzar con rumbo cierto de victoria. Ceder frente a pretensiones neoliberales nuestra soberanía económica, monetaria, salarial por causa del bloqueo y la guerra económica aceptando prescripciones de factores foráneos para paliar la merma de la calidad de vida y pulverización del salario e ingreso de la República, termina por acentuar y profundizar el deterioro.

Asumir entonces, una autarquía como sistema de autosuficiencia económica, autoabastecernos con nuestros propios recursos, produciendo en nuestro seno todo lo que necesitamos para disminuir la necesidad de intercambios comerciales con el exterior. Autarquía como sinónimo de autosuficiencia es el llamado permanente que hace el Presidente y coincidimos.

Eso hizo Perón y Chávez. Sin soberanía, no hay crecimiento ni distribución equitativa.  La soberanía es un acto político, una impronta de diferenciación del sistema nacional, que redunda en poder real. Abrirse en estos momentos de debilidad de la economía global, es autodestructivo.
Nuestra premisa patriota debe ser a mayor soberanía mayor salario y más dignidad. Sin soberanía política, fuerza de la subjetividad del trabajo no habrá soberanía económica.

Sin independencia económica, no habrá justicia social (Perón)

Por eso decimos: Soberanía o nada.

 

MARÍA ALEJANDRA DÍAZ

@mariaespueblo

 


 

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