El 28 de febrero de 1854 se eleva a la inmortalidad Simón Rodríguez, el hombre más extraordinario del mundo, como lo llama el Libertador. Remontémonos al 6 de abril de 1805, cuando Rodríguez (de 35 años) parte con Bolívar (de 21 años) a París. Descansan algunos días en Lyon, pasan por Chambery, Turín y llegan a Milán. En la catedral de esta ciudad lombarda, Napoleón es coronado rey de Italia por el papa Pío VII. Bolívar y Rodríguez se detienen en la ciudad un tiempo, y luego presencian la revista militar que preside el emperador en Montechiaro. Hablan de Toussaint-Louverture y de la derrota que les infligió un ejército de negros haitianos el 1° de enero de 1804 a las tropas napoleónicas. Pasan por Venecia, y luego por Ferrara, Bolonia, Florencia y Perugia, y de ahí se dirigen a Roma, donde permanecen una temporada.
Allí, Rodríguez y Bolívar ascienden al Monte Sacro, donde éste jura luchar por la libertad de América el 15 de agosto en una pieza de oratoria de alto vuelo geopolítico que declama ante su maestro como examen final del programa de formación académico-política y en el que tienen plena conciencia de que, en relación a la libertad, “el despejo de esa misteriosa incógnita no ha de verificarse sino en el Nuevo Mundo”.
En 1828, Rodríguez escribe El Libertador del mediodía de América y sus Compañeros de Armas defendido por un amigo de la causa social, donde expone una máxima de sapientísima vigencia: “El hombre de la América del Sur es Bolívar. Se empeñan sus enemigos en hacerlo odioso o despreciable, y arrastran la opinión de los que no lo conocen. Si se les permite desacreditar el modelo, no habrá quien quiera imitarlo; y si los Directores de las nuevas Repúblicas no imitan a Bolívar, la causa de la libertad es perdida”.
Hoy su obra, su utopía, su sueño, está por concretarse por el bien de la humanidad. “Ni el bien ni el mal pueden ser efectivos, sin el concurso de alguien o de algo que sea el sujeto de la acción. ¿Cómo se hará un bien a los hombres, sin que los hombres cooperen recibiéndolo? y, ¿cómo lo recibirán si no saben recibirlo?”.
La calificación de aquel examen que presentó Simón Bolívar ante su formador político se supo el 28 de febrero de 1854, cuando el cura Santiago Sánchez de Amotape, Perú, le da los santos óleos al anciano Simón Rodríguez, quien confiesa no tener más religión que la que juró en el Monte Sacro el Libertador del Mediodía de América. ¡Rodríguez vive!
ALÍ RAMÓN ROJAS OLAYA