La vida del fundador de WikiLeaks y de la verdad, Julian Assange, penden de un hilo. Los días 27 y 28 son cruciales pues enfrenta su próxima audiencia en el Tribunal Superior de Londres, ya que Estados Unidos apela la decisión anterior de no extraditarle. El periodismo libre peligra. Individuos y grupos expresan su solidaridad con alguien a quien algunos gobiernos quieren o muerto o desaparecido o confinado al ostracismo.
Varias acciones, antes o después, han sido programadas porque el miedo (y hasta la rabia) que embarga a Assange es de miles.
Razones le sobran. Lleva una década, o más, desafiando a quienes han urdido trampas para acorralarle, encerrarle, silenciarle y hasta asesinarle.
Por defender creencias políticas democráticas y de libertad, por revelar secretos oscuros de gobiernos y gobernantes, Assange ha sido criminalizado, espiado, difamado, denostado, torturado, arrestado, encarcelado, procesado. Y su más hostil enemigo es Estados Unidos que lo acusa de violar la Ley de Espionaje al publicar información clasificada.
Hoy su salud tambalea, toda compasión debida a cualquier prisionero a él le ha sido vedada, y si hay un caso en la historia de la humanidad donde la justicia haya sido ignorada, ha sido este. Revelar crímenes de guerra es algo que Estados Unidos no le perdonará nunca y cuenta con el Reino Unido para cazarlo.
Para ello lo ha intentado o aceptado todo, desde testigos falsos hasta un plan de la CIA para secuestrarle y asesinarle, según las últimas revelaciones. Hoy, esa parte del mundo que no entiende que la libertad de expresión es un derecho, le mira como si fuera un criminal internacional.
La violenta represión y persecución contra Assange, y es el anuncio de poder ser ejercida a otros medios y editores, necesita ser juzgada. Y todo parece indicar que podría hacerlo el Tribunal de Belmarsh que sesionó el pasado 22 de octubre y que busca juzgar “al gobierno de Estados Unidos por sus crímenes del siglo XXI: desde las atrocidades en Irak hasta la tortura en Guantánamo, pasando por el programa de vigilancia”. Y el caso Assange está sobre la mesa.
Persecución política
En 12 de julio de 2007, dos helicópteros Apache perseguían insurgentes en Bagdad. Eran helicópteros estadounidenses cuyos tripulantes reportaban un tiroteo en el área.
Sin embargo, lo que realmente estaba sucediendo era que ellos mismos estaban disparando contra una docena de inocentes.
Mientras lo hacían, se burlaban, reían y grababan. Era una especie de videojuego. Reportaban gente armada y disparando, pero abajo, en la calle, todo estaba tranquilo.
La escena final es de doce personas asesinadas, dos niños heridos y una tripulación estadounidense culpando del tiroteo a los iraquíes y a las víctimas de ser insurgentes.
La verdad hubiera quedado sepultada allí si tres años después, el 5 de abril de 2010, WikiLeaks no hubiera revelado aquellas imágenes en su página, bajo el título de “Collateral murder”… 39 minutos de horror.
La verdad estremeció a millones, sobre todo al gobierno de Estados Unidos que tuvo que exponer públicamente su desnudez y, posteriormente, observar con miedo cómo WikiLeaks hacia públicos informes clasificados del ejército estadounidense, su participación en las guerras de Irak y Afganistán y todos los horrores cotidianos que terminaron con la vida de cientos de miles de personas.
De allí en adelante Wikileaks y, principalmente, su fundador Julian Assange, se convirtieron en el enemigo público número uno de Estados Unidos por “poner en riesgo” la seguridad nacional. La persecución, bajo todas las formas y con todas las argucias, fue conduciendo poco a poco al periodista australiano a su actual destino: la prisión de Belmarsh.
Assange, fundador de WikiLeaks en 2006 y quien tiene hoy 50 años, es un periodista comprometido con la verdad. Y en ello su organización juega un papel importante pues permite trasmitir enormes volúmenes de datos y facilita las filtraciones de los informantes.
Ha denunciado con datos la vigilancia cibernética, los horrores de las guerras, el papel de Estados Unidos y de otros gobiernos en el mapa geopolítico de las mismas, y ha filtrado cables diplomáticos con contenido confidencial y/o secreto, así como las mentiras de los medios de comunicación y los políticos.
Assange ha defendido a ultranza la libertad de expresión y el derecho a informar y estar informado, y ha sido un crítico acérrimo de las mentiras como motor de engaños y de los medios como herramientas para justificar las guerras.
Tiene millones de defensores, pero también un buen número que no considera su trabajo periodístico y más bien lo ve como un riesgo.
Requerido por el gobierno de Suecia por acusaciones de presuntas agresiones y abusos sexuales, empezó a quedar claro que sus denuncias no iban a ser toleradas y que comenzaba a tejerse una red de mentiras, de acuerdos políticos y de montajes, cuyo fin último era y es extraditarle a Estados Unidos.
A sabiendas de su inocencia y de que en el país del Norte le esperaría Guantánamo o la pena de muerte, Assange abandonó la casa campestre de su amigo Vaughan Smith, a donde se había refugiado tras la libertad bajo fianza que le había concedido un tribunal británico en 2011. Se asiló, entonces, en la Embajada de Ecuador en 2012 donde permaneció sin salir un solo día, hasta abril de 2019 cuando la policía británica lo sacó a la fuerza de su lugar de exilio.
Para ellos fue un trabajo fácil porque tenerlo como inquilino era algo que ya no le gustaba al cuestionado Lenin Moreno, entonces presidente de Ecuador, al punto de quitare la ciudadanía ecuatoriana que le había otorgado el expresidente Rafael Correa y de hacer una campaña de desprestigio contra Assange para justificar el quitarle después el asilo. Para muchos fue evidente que Lenin lo entregó a las autoridades del Reino Unido.
Al poco tiempo un tribunal londinense lo condenó a 50 semanas de cárcel por haber violado en 2012 las condiciones de libertad condicional impuestas por la Justicia británica sobre una orden de extradición a Suecia.
Belmarsh
Hoy está en la prisión de alta seguridad de Belmarsh y allí todos sus derechos han sido violados sistemáticamente. Esto lo explicó muy bien Nils Melzer, relator sobre la tortura de la ONU, quien dijo: “El procedimiento viola claramente las normas fundamentales de derechos humanos y el Estado de derecho. Incluso la motivación tras de la solicitud de extradición contradice los estándares legales fundamentales. Julian Assange está siendo perseguido por Estados Unidos por espionaje solo por ejercer periodismo de investigación.”
El gobierno del Reino Unido no solo está empecinado en extraditarlo, también ha ignorado el respeto a su dignidad y sus derechos. Su estancia en la prisión ha sido humillante y busca reducir todas sus fortalezas.
No queda duda que durante casi dos años den este nuevo encierro Assange ha sufrido tortura psicológica, aislamiento y ausencia de las garantías que cualquier detenido debe tener. Todo lo empeora su temor –muy sustentado- de ser extraditado a Estados Unidos, pues sabe “qué tipo de proceso político y castigo inhumano le podría esperar en Estados Unidos”.
Su vida y la libertad penden de un hilo. Assange vuelve a los tribunales y con él todos nosotros, los periodistas, los que no lo son, lo que creemos en su lucha y para luchar por su vida. En lo que se decida no solo está en juego la libertad y liberación de Assange. También lo está el periodismo y los medios que quieran informar con hechos, trasparencia y verdad.
MÓNICA DEL PILAR URIBE MARÍN
Fundadora y Directora del periódico The Prisma – The Multicultural Newspaper
Fuente: Rebelion.org