Por: Psic. Gerardo Sánchez Ramírez
Se cumplen dos meses del decreto de cuarentena y su consecuente aislamiento social en Venezuela; medida que a nivel mundial ha generado una transformación abrupta de todas las áreas de la vida humana. Desde las actividades más pequeñas, individuales y cotidianas, hasta los entramados macroeconómicos, políticos y sociales, se han visto sometidos a contingencias inesperadas, que hacen presagiar que el mundo tal y como lo conocíamos, ya no podrá ser el mismo a partir de esta primera pandemia del siglo XXI.
Uno de los aspectos a los que la coyuntura actual nos ha llevado a mirar con particular atención, ha sido el fenómeno de cómo esta ruptura de la cotidianidad y expectativas de un futuro predecible, inciden en el mundo afectivo de los seres humanos y sus consecuentes efectos en la salud mental individual y colectiva.
Todo inició, por una parte, con contradictorios llamados a la calma ante un nuevo y lejano virus que por razones diversas nunca nos alcanzaría, y su contraparte apocalíptica que nos alertaba del inminente fin de la humanidad; luego pasamos al consumo frenético de noticias y análisis científicos, escépticos, críticos, alarmistas y conspiranoicos.
Y finalmente, casi sin darnos cuenta, nos encontramos inmersos en la movilidad limitada y el confinamiento, con temor al contagio frente a cualquier contacto físico, la incertidumbre sobre el futuro y la angustia general sobre un presente que hasta hacía pocos días no habíamos sido capaces de imaginar.
Si a este escenario común para gran parte de la población mundial, agregamos las dificultades materiales que ha padecido la población venezolana en torno al acceso a servicios públicos, alimentación y salud, no es de extrañar que aquella circunstancia que en un principio se vivió con una mezcla de juguetona negación (chistes, memes, etc.), a medida que el tiempo pasaba, derivara en una mezcla de angustia, desasosiego y tristeza, para la cual los sistemas públicos y privados abocados a brindar salud mental a las personas, no tenían respuesta alguna, tal y como los médicos e investigadores no contaban con respuestas eficaces que evitaran la propagación del virus o para la curación de los ya afectados.
Esta situación aparentemente inesperada, hizo proliferar intentos de dar respuesta a la afectación emocional de la población; el pánico, la angustia y la incertidumbre se hicieron más virales que el virus mismo. Algunos de esos intentos apelaron con modestia a experiencias similares del pasado reciente o remoto; psicólogos, sociólogos, antropólogos, filósofos y científicos sociales en general, se debatìan entre el cuestionamiento crítico al confinamiento y sus consecuencias, y el apego estricto a los lineamientos de la OMS.
Por otro lado, a ritmo de pandemia, las redes sociales e internet se convirtieron en hervidero de consejos, recomendaciones y recetas para afrontar “la crisis emocional de la población”; que iban desde cuestionables referencias pseudocientíficas en cápsulas de autoayuda, a ejercicios físicos y de meditación con toques místicos o religiosos.
Respuestas a preguntas fundamentales para afrontar el momento actual que le ha tocado vivir a la humanidad y a la sociedad venezolana, han quedado en manos de una telaraña de opiniones que “contagian” directamente a las personas (a través de los teléfonos celulares y las redes sociales) con argumentos varios, que en su mayoría, no son más que eslóganes, más o menos camuflados, de un estilo de vida que promueve el individualismo liberal, el consumo y la productividad, como forma de alcanzar el bienestar psicológico.
La madeja cuasi infinita de “remedios” para afrontar la angustia, la tristeza, los conflictos intrafamiliares y el aislamiento, nos proponen suprimir de diversas formas, síntomas que se han exacerbado en el presente pero que no son ajenos a un estilo de vida que privilegia la competencia frente a la cooperación, el individuo frente a la colectividad, el consumo desenfrenado ante el consumo racional, la productividad perenne ante el tiempo de ocio y recreación, la explotación de la naturaleza frente a la coexistencia ecológica.
La coyuntura actual ha hecho nuevamente evidente, como es propio de las sociedades capitalistas, mantener ocultas las causas reales de los problemas que aquejan a la humanidad, desplazando nuestra atención a la curación-eliminación de los síntomas generados por su propia estructura desigual y explotadora, sea este síntoma un nuevo virus o su efecto sobre la salud mental de la población.
La subjetividad humana y sus padecimientos, no son para nada desestimables, y estas circunstancias lo hacen cada vez más evidente. Cuando estos sufrimientos son desestimados por los movimientos sociales y políticos, por las instituciones y sistemas de salud pública, toda clase de “remedios” surgen para ocupar ese lugar, quedando en manos de intereses particulares y comerciales un aspecto fundamental de la vida de la gente: sus procesos afectivos, sus comportamientos y motivaciones. Procesos insoslayables para construir alternativas de vida sustentable y saludable, frente a esta nueva coyuntura que llegó para quedarse y para hacer frente al viejo capitalismo que se ha quedado más allá de todos los pronósticos
Psic. Gerardo Sánchez Ramírez
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