Por: Gabriela Molina Galindo y María Alejandra Portillo García*
Uno de los elementos que nos permite aproximarnos a la comprensión del siglo XXI como un escenario pleno de contradicciones y antagonismos; son las dimensiones relativas a las migraciones y movilizaciones de poblaciones humanas. Nunca antes se había registrado un crecimiento exponencial de esta magnitud y de tan diversas rutas en los flujos del movimiento.
Escenarios como las grandes guerras europeas incentivaron a mediados del siglo XX las migraciones hacia América y el Caribe; hoy por hoy, se genera una inversión de esta lógica y grandes contingentes de ciudadanos nuestroamericanos se mueven hacia todos los ámbitos geográficos del mundo, al igual que millones de habitantes del Sur Global.
De acuerdo con el informe del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR); durante 2017 se había llegado al récord de 68,5 millones de personas que habían sido expulsadas de sus hogares producto de las guerras, la violencia y la persecución (ACNUR, 2018).
En el impacto de estas cifras aparecen las imágenes de las muertes en el Mediterráneo o en Europa; de quienes intentan salvarse huyendo de Medio Oriente o África como flashes mediáticos de padecimientos humanos.
Es innegable, que las causas fundamentales de las migraciones son consecuencias de los efectos del sistema de explotación capitalista; efectos asociados a las guerras por el control de recursos y materias primas bajo la figura de democracias tuteladas en búsqueda de la paz, el desempleo, la fragmentación de las nociones de familias, búsqueda de mano de obra explotable con cada vez más grados de formación técnica y profesional, narcotráfico, terrorismo y prostitución, para mencionar algunas.
En el caso latinoamericano desde el punto de vista histórico, conflictos como las dictaduras del Cono Sur, las guerras en Centro América, la lucha armada en Colombia o los regímenes dictatoriales andinos, se ven traducidos en la actualidad por grandes migraciones multidireccionales que nos hablan de necesidad de profundizar en las nuevas narrativas desde las experiencias asociadas a la explotación, el desarraigo y la imposibilidad del retorno.
Asimismo, esto pasa necesariamente por poner en tensión las nociones de fronteras y Estado. El Estado neoliberal de finales del siglo XX configurado como producto de las transformaciones del sistema capitalista tecnocratizado y la contracción sustantiva de sus competencias; da paso al surgimiento de nuevos actores como las trasnacionales, que se manifiestan como grandes corporaciones contextualizadas por la globalización, hacen que las fronteras sean vistas como elementos desdibujados, periféricos y marginales.
En este sentido, hacen lo propio con la existencia y las realidades de sus habitantes y ciudadanos en tránsito, los cuales son despojados incluso de su condición humana, desde este paradigma son explotables e invisibilizados.
Migraciones en el contexto de la pandemia
En este orden de ideas, el advenimiento del siglo XXI trae como consecuencia algunas trasformaciones en estas lógicas, la crisis del capitalismo y la pandemia del covid-19 han resituado al Estado como un actor necesario para la mediación, administración y resolución de conflicto; ejemplo de esto es el acatamiento masivo del aislamiento social propuesto como la dimensión de lo público dentro del sistema de salud de las naciones, medida para salvaguardar la vida de millones de personas, así como también, las contradicciones generadas en relación a las millones de personas que deben salir a las calles como única vía para subsistir.
En este contexto, es donde se devela con más claridad la realidad de distintos grupos humanos que son invisibilizados bajo la lógica occidental en la cual su modo de ser y existir en el mundo; no tiene cabida.
La pandemia y sus consecuencias han afectado a toda la sociedad, ciertamente. Sin embargo, las desigualdades se afincan con mayor fuerza hacia aquellos grupos humanos que no entran dentro de esta lógica del sistema de explotación capitalista: afrodescendientes, sexo diversidad, mujeres y por supuesto, migrantes; quienes en su mayoría se han dedicado a la economía informal para subsistir fuera de sus países de origen.
A la fecha, más de 2 mil centroamericanos permanecen entre la frontera entre México y EE.UU. bajo condiciones de hacinamiento e insalubridad extremas poniendo en riesgo la vida frente a la posibilidad de contagio por covid-19.
El gobierno de Donald Trump ha silenciado esta situación. Estas miles de personas se encuentran entonces a la espera de volver a ser visibilizadas por el sistema que las niega.
Suerte similar corren las migraciones en el mediterráneo. La salida de seres humanos desde las costas de Libia producto de la guerra se ha intensificado, pero también el cierre de fronteras por lo que las personas migrantes se encuentran en la encrucijada de vivir en condiciones de guerra en el escenario de una pandemia, o morir en el intento de llegar a otra realidad que suponen distinta.
Pero la realidad es que se atraviesa la frontera que les saca de su condición humana para llevarlos al sub mundo, donde las personas migrantes son condenadas a la negación de su existencia. Para el año 2016, miles de personas murieron ahogadas en el mar Mediterráneo y es una realidad que a partir de la pandemia se ha recrudecido.
Según cifras de la ONU, más de 300 mil niños y niñas están detenidas en centros para inmigrantes en el mundo. De estos, más de 100 mil en la tierra de la libertad: Estados Unidos, 3 mil de ellos condenados a cadena perpetua.
Frente a esta realidad, el portavoz de la Oficina de Derechos Humanos de la ONU, Rupert Colville, expresaba en días recientes:
«Nos preocupan profundamente las informaciones sobre la falta de asistencia y el rechazo de los botes con migrantes en el Mediterráneo central, que se mantiene como una de las rutas migratorias más letales del mundo».
Las personas migrantes se enfrentan no sólo a las condiciones económicas marcadas por el desempleo, el sub empleo o la economía informal, sino además de esto, con la realidad de no contar con vínculos sociales y comunitarios en el país desconocido.
Los retos que enmarcan para el Estado estas realidades suponen una necesaria transformación en la visión que hasta ahora ha definido su accionar hacia la política social y que evidentemente lo colocan sobre nuevas perspectivas de acción, ante el fracaso del modelo neoliberal que sigue condenando a millones de personas a la miseria y al ámbito de la no-existencia frente a una realidad que disminuye y opaca el sentido de vida propio y colectivo.
(*) Licenciada en Ciencia Política, Magister Scientiarum en Ciencia Política, Doctora en el Programa Ciencias para el Desarrollo Estratégico de la UBV, Ph.D. Ciencias Estratégicas para la Seguridad de la Nación. Coordinadora nacional del Programa de Formación de Relaciones Internacionales. Investigadora adscrita al Centro de Estudios Sociales y Culturales UBV.