Estados Unidos ha tenido que lidiar en Nuestra América, durante 23 años, con una izquierda que le ha desplazado paulatinamente de la hegemonía que presumía al mundo hasta finales del siglo XX. Excepto Cuba, todo el continente cantaba al unísono el coro de la Casa Blanca hasta la aparición del comandante Chávez y el inicio de la Revolución Bolivariana. El surgimiento del Movimiento Bolivariano significó el inicio de una era de victorias populares y democratizantes del continente y, por supuesto, la elevación del antiimperialismo como bandera principal para el rescate de la soberanía de cada país y de la región en su conjunto.
A ese primer tiempo, signado por la aparición del ALBA y la CELAC, la derrota de la ALCA y el decaimiento los proyectos hegemónicos gringos, la respuesta norteamericana fueron golpes de estado y derrocamientos en su mayoría infructuosos ante las respuestas electorales de la población liderada por las izquierdas bolivarianas y victoriosas. EEUU contaba con apenas dos o tres gobiernos serviles, entre ellos Colombia, a sus intereses. Sus posibilidades de maniobras políticas, militares y económicas mermaron significativamente ante la aparición de nuevas alianzas fundamentalmente con China y Rusia.
Posterior a la muerte del Comandante Chávez la arremetida imperialista consistió en la elevación de su discurso y sus acciones contra Venezuela, Cuba y Nicaragua, así como la financiación de golpes directos como en el caso del sangriento golpe contra Bolivia y el golpe “institucional” contra Brasil. La política de la casa blanca por una retoma rápida del control de Nuestra América dejo ver todas las costuras del Departamento de Estado y la crueldad con la cual se alzó el aparataje terrorista y corrupto del imperio gringo. Casos como el escandaloso autoproclamamiento en Venezuela, la financiación de campañas de narcotraficantes para presidentes en Centroamérica y el mantenimiento del gobierno genocida de Colombia, así como el aupaje de represiones brutales de sus aliados de derechas a los movimientos sociales que se alzaron contra los gobiernos privatizadores y cercenadores de derechos, son muestra de la verdadera política que emana del imperio del norte.
Ante una arremetida imperial constante de nueve años de persecución e intensificación de las sanciones y mentiras contra la izquierda socialista de Venezuela, Cuba y Nicaragua ahora la estrategia gringa es configurar una especie de izquierdas amigables y aceptables en su peligroso club de “no sancionados” Una organización no declarada que se ampara bajo el chantaje de una posible sanción contra el país de la región que se acerque a los gobiernos socialistas. La estrategia busca moderar los discursos y acciones gubernamentales así como los acercamientos de los gobiernos emergentes, de izquierdas presuntamente antiimperialistas, para que no caigan en “el error de Venezuela, Nicaragua y Cuba” y poder de esa manera “trabajar en conjunto por el progreso y el desarrollo”. Un programa que esconde en el fondo la pretensión eterna de privatizar toda la región y poner los recursos naturales de Nuestra América a favor de las trasnacionales gringas, un asunto ampliamente denunciado por Bolivia y sus movimientos sociales, como alma de su proceso de cambios.
La nueva estrategia yankee es posicionar una izquierda cobarde, como ha denunciado el presidente Nicolás Maduro, incapaz de cuestionar el fondo del sistema de dependencia capitalista con los norteamericanos. Son izquierdas delicadamente alineadas a los caprichos gringos que se vuelven incapaces de generar transformaciones auténticas en los países de Nuestra América. Izquierdas blandas, amarradas a causas etéreas de cambio climático, cuestiones de género, aborto, causas raciales, que no entran de lleno en los problemas de desigualdad que generan el mediocre capitalismo feudal que sostenemos en la región.
Lo peligroso de este asunto es que puede quedar en el consiente e inconsciente nuestroamericano que estas izquierdas, que suman ciudadanos descontentos con el capitalismo, sean auténticas alternativas para que los países salgamos de la exclusión que ha provocado la política de privatizaciones de Nuestra América y nos encontremos ante una etapa en la que el resurgir de la causa antiimperialista deba esperar un nuevo ciclo de conciencia popular, que nos haga perder tiempo, ante el fraude programado impulsado desde la Casa Blanca.
La alternativa al pensamiento dependiente y colonial que impulsa EEUU para sus izquierdas amigables es seguir construyendo un pensamiento antiimperialista en las bases de los movimientos sociales emergentes en el continente. Fortalecer la correlación de fuerzas de los sectores auténticamente bolivarianos, socialistas y antiimperialistas, desmarcar a las vanguardias de izquierda de la agenda light impuesta por la casa blanca. Al mismo tiempo es tarea incrementar la capacidad de comunicación de los movimientos sociales, la incidencia en las nuevas formas tecnológicas de comunicación de masas (las redes sociales) y fomentar la construcción de aparatos políticos eficientes y eficaces para la toma, sostenimiento e incremento del poder popular en la región. Siempre debemos recordar que los experimentos yankees tienen la debilidad de contar solo con dinero y a la vuelta de la esquina con muy poco pueblo que esté dispuesto a alzar sus banderas de egoísmo y hegemonía para Nuestra América.
CÉSAR TRÓMPIZ