De aquella escena del distribuidor de Altamira, el guacal de cambures verdes y bandas azules en el brazo, la mirada perdida en el horizonte, ya no queda mucho. Las sonrisas y muecas de triunfalismo de la derecha, abrazos con palmadas en la espalda y militares engañados, tampoco. Juan Guaidó realizó un salto sin precedentes y sin paracaídas desde que comenzó este año, con su popularidad por los suelos y la desconfianza de sus financistas cada vez más marcada. Sus patrocinantes, compinches y seguidores, la derecha lo noquea sin piedad al pedirle que rinda cuentas de los millones de dólares.
La derecha lleva al autoproclamado al cuadrilátero y uno tras otro de los personajes de la política nacional e internacional, coloca su puño en la cara brotada de alguien a quien ellos mismos subieron a las nubes. Noquea, desarma, expone a esta figura, la oposición al gobierno de Maduro, ya no escatima en la venganza en contra de su «presi».
Cualquier parecido con la realidad actual con una magistral pelea de boxeo, es mera coincidencia.