Seguramente por el avance tecnológico, todo marcha más deprisa. Antes la comprobación de algún paradigma podía demorar varias décadas o quizás siglos. Ahora las respuestas se van develando con mayor rapidez. Y lo que fue presentado como una verdad sacrosanta hoy aparece desvirtuado por la fuerza incontestable de los hechos, en cuestión de pocos años. Caen los ídolos rotos.
Tras el desplome de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y el derrumbe del Muro de Berlín, el mundo dejó ser bipolar. Los EE.UU. se erigieron como principal potencia mundial en el plano político, militar y económico.
En el campo de las ideas y los símbolos, una suerte de nueva religión nacía: el neoliberalismo. Tal como describía el lúcido sociólogo francés, Pierre Bordieu, los medios de comunicación, los tanques pensantes y los organismos de poder mundial se dieron a la tarea de crear una nueva «vulgata planetaria».
Se universalizó el paradigma del neoliberalismo y de la globalización. Como explica el comunicólogo, Ignacio Ramonet, las ideas fundamentales de progreso y tiempo, fueron suplantadas por la comunicación y el mercado.
¿Fin de la historia?
La receta predominante hasta el hartazgo incluía, entre otros, ingredientes clave: flexibilización, desregulación, privatización, Estado mínimo y libre competencia. Ese ha sido el discurso hegemónico. De hecho se acuñó también aquella idea del “Fin de la historia”, para hacernos creer que la lucha de clases había desaparecido, junto con las contradicciones inherentes al Capital y el Trabajo.
En la era globalizada no hay espacios para los sindicatos, los movimientos sociales, las agrupaciones de intelectuales, las universidades combativas, las federaciones estudiantiles. Todo se pliega al gran capital y sus nuevos ídolos. Por ello, solo cuenta el valor de cambio en todas las relaciones y actividades humanas. Desde el arte y la cultura, pasando por la salud, la educación, el deporte y por supuesto la alimentación.
Todo, absolutamente todo, está mercantilizado, bajo la promesa de que la “competencia perfecta”, hará que prevalezca la mejor calidad. Lo que no nos dijeron es que esa calidad está reservada celosamente para un escaso 1% de la población mundial.
Estafa colosal
Tampoco nos dijo nadie que la fulana desregulación sólo serviría para edificar verdaderos emporios financieros de la estafa. Estos bandidos despojaron a miles de millones alrededor del mundo, los traicionaron en su confianza. Y luego para colmo de males fueron “rescatados” por el Estado, porque eran bancos «demasiado grandes para caer». Como resumió alguien genialmente: socializaron las pérdidas, pero privatizaron las ganancias.
La larga noche neoliberal como la definió el Comandante Chávez, ha sido una estafa colosal. Un despojo a los pueblos del Tercer Mundo. Pero también a los del Primero, con el desmontaje progresivo del Estado de Bienestar, la privatización de la salud y la educación, entre otros.
El capitalismo y su fase salvaje, el neoliberalismo, están desnudos. Son ídolos rotos. La humanidad tiene frente a sí el enorme desafío de –como apuntaba el también brillante sociólogo norteamericano Immanuel Wallarstein- desmercantilizar los aspectos esenciales de la vida, a saber: alimentación, educación y salud. Y nosotros agregamos cultura, arte, deporte y espiritualidad. Todo no puede estar mediado por un valor de cambio. Lo más importante de la vida no se puede tasar en dinero. O comprendemos eso. Y nos unimos y luchamos globalmente, o seguiremos chocando con la misma pared de exclusión, miseria y desesperanza. ¿Qué más pruebas hacen falta?
DANIEL CÓRDOVA ZERPA
@dcordovaster