Henry López Sisco: un asesino al servicio de la CIA | A 34 años de la masacre de Yumare

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Jordan Goudreau tiene en Venezuela un “homólogo criollo” formado en EE.UU., de letal registro. Pero hablemos primero de una de sus más espantosas operaciones, Yumare.

9 dirigentes sociales fueron capturados y posteriormente asesinados por un comando de la Disip (antigua policía política) a las órdenes del entonces comisario Henry López Sisco. Asesinados sin piedad. Era 8 de mayo de 1986, jueves para ser más exactos. Hasta este momento, la CIDH (Corte Interamericana de Derechos Humanos) no ha dicho una sola palabra y vaya que han tenido tiempo.

Luis Rafael Guzmán Green (40), José Rosendo Silva Medina (33), Ronald José Morao Salgado (31), Dilia Antonia Rojas (42), Simón José Romero Madrid (28), Pedro Pablo Jiménez García (40), Rafael Ramón Quevedo Infante (31), Nelson Martín Castellano Díaz (31) y Alfredo Caicedo Castillo (31) fueron las víctimas de este sangriento crimen.

Yumare, es la capital del Municipio Manuel Monge, del estado Yaracuy. La población de Yumare se ha dedicado por años a la producción de naranjas, caña de azúcar y pasto para la alimentación del ganado, principalmente bovino. Destacada en la producción de quesos blancos y sueros. Un pueblo de gente sencilla y pacífica.

Tras realizar la ejecución, los efectivos de la Disip manifestaron que estas 9 personas “formaban parte de la guerrilla”. Sin embargo, los estudios criminalísticos y las evidencias ayudaron a demostrar lo contrario, y dejaron ver que lo de Yumare fue un ajusticiamiento, una masacre contra dirigentes sociales. Las incongruencias en las declaraciones, de los ejecutores de aquella masacre, permitieron detectar las mentiras y la confabulación para realizar la matanza.

Como justificación, los funcionarios alegaron un supuesto enfrentamiento armado, el cual se habría producido cuando se desplazaban por un lugar boscoso y fueron objeto de una emboscada por parte de los ciudadanos fallecidos. En el estudio criminalístico, no obstante, las evidencias revelaron que la zona donde todos los ciudadanos murieron estaba poblada de “vegetación baja, tipo pasto, grama y/o maleza, todos de muy corta altura, característicos de terrenos despejados, de gran iluminación”.

Además, de acuerdo con las experticias practicadas en los morrales que portaban quienes murieron en la acción, estos objetos “no presentaban perforaciones ni daños por proyectiles ni esquirlas”, a pesar de que varias de las víctimas habían presentado orificios en la región dorsal. Tras los falsos testimonios dados por los responsables de la masacre, muchos testigos de ese lamentable incidente declararon que las nueves personas asesinadas por el comando de la Disip habían sido primero detenidas, luego torturadas y, por último, ejecutadas. Posteriormente, los propios funcionarios les colocaron ropa militar encima de su ropa civil, con el propósito de presentarlos como guerrilleros.

Hacía apenas 4 años la masacre de Cantaura había tenido lugar. Todavía estaba fresca la sangre derramada en Anzoátegui. Las prácticas genocidas tuvieron en ese período un lamentable registro. No sería sino hasta 2011, 25 años después de la masacre, cuando se logró desmontar la versión sostenida por los funcionarios del Gobierno de Jaime Luisinchi, cuando fiscales del estado Yaracuy lograron condenar a 13 años de prisión al general retirado del Ejército, Alexis Sánchez Paz, quien admitió su responsabilidad en los hechos de Yumare. Para el momento de los hechos, Sánchez Paz era coronel y director de la Escuela del Comando de Operaciones del Ejército.

También fueron acusados los ex funcionarios de la extinta Disip, Oswaldo Ramos, Eugenio Creassola, Freddy Grangger, William Prado, Raúl Fernández, Adán Quero y Hernán Vega. En junio de 2009, el Ministerio Público acusó al comisario jubilado de la Disip, Henry Rafael López Sisco, al tiempo que se pidió iniciar el proceso de su extradición desde Costa Rica.

Lopez Sisco fue director de la Disip y asesor de seguridad de la Gobernación del Zulia. Fue imputado por los delitos de homicidio calificado, homicidio en grado de frustración, agavillamiento, simulación de hecho punible, uso indebido de armas de guerra y violación de domicilio. Lopez no solamente fue imputado por la matanza de Yumare. Está también en proceso de investigación su participación y responsabilidad en la masacre de Cantaura, ejecutada en octubre de 1984 contra de uno de los últimos destacamentos guerrilleros que operaron en Venezuela en el estado Anzoátegui. 23 combatientes en estado material de indefensión, ante la brutalidad de la acción militar emprendida por el gobierno de Jaime Lusinchi, fueron asesinados.

Pero ¿quién es realmente este asesino? El “Rambo” criollo recibió honores y condecoraciones por los gobiernos de la IV República. Nunca fue removido de su cargo en la Digepol ni en la Disip, a pesar de cambiar los gobiernos de AD a Copei. Era difícil sacar al hombre de la CIA en Venezuela.

Para EE.UU. era un problema de Estado mantenerlo en el sector de “inteligencia”. Después de pasar dos años en la antigua PTJ, entre los 60 y 70 López Sisco es llevado a Estados Unidos e ingresa a la Escuela de Fort Bragg, sede del “Centro de Entrenamiento en Guerra Psicológica”. De allí regresa e ingresa a la “nueva” Disip con la misión de destruir todo aquello que se relacione con el “comunismo maldito”. Crea los famosos Grupos Comando, aquel temible escuadrón que arrasaba todo a su paso, con balas pagadas por el Estado.

Henry Rafael López Sisco, C.I. V-3.150.542, nació un 24 de octubre de 1945 en el estado Sucre. Allegados lo han descrito como “macho hembrero, bebedor de whisky y conversador, charlatan”. Un ex compañero de la Disip le recuerda como un tipo hábil y resteado cuando iba a los cerros de Catia a “quebrar” malandros con un tiro de gracia en la frente.

Obsesionado por su lucha contra la guerrilla, este sujeto se formó en Inteligencia, contrainteligencia, operaciones de sabotaje y destrucción del enemigo (comunistas). Sin ser militar, llegó a “estudiar” en la Escuela de las Américas, aquel centro donde EE.UU. formaba a los mercenarios para defender la democracia. También hizo cursos en Israel cuando El Mossad se infiltró en la Disip.

José Carpio, quien conoció muy de cerca al asesino, escribe sobre el: “Me relata un confidente, un episodio poco conocido por la sociedad venezolana. El 29 de julio de 1984 dos secuestradores, un haitiano y un dominicano, secuestraron el avión de Avensa, siglas YV-21C con destino Maiquetía-Curazao. En esa operación Jaime Lusinchi ordenó a López Sisco rescatar a los rehenes que se encontraban ya en Curazao. Ambos secuestradores murieron. Después se supo que el “Rambo” los mató ya rendidos. Inmediatamente voló a Caracas y fue recibido con honores por el borracho de Lusinchi. Allí le entregó un fajo de dólares en efectivo, me cuenta quien fue jardinero de Miraflores para la época, que Blanca Ibáñez se hizo admiradora hasta tal punto que sus encuentros se hicieron seguidos en “La Guzmania” entre cantos de sirena, vasos de whisky y sexo sin rock and roll.”

Carpio relata de inmediato un episodio aún más interesante: “Henry persiguió hasta los hijos de los guerrilleros muertos de la época, Silva, Betancourt y Michinaux, entre otros. En Caracas se infiltró en un grupo de salsa conformado por los hijos de un famoso guerrillero caído en combate, haciéndose pasar por un seguidor de la música caribeña. Los muchachos eran asiduos invitados por Sisco a restaurantes y bares de Las Mercedes y Altamira. Una madrugada, muy borracho, el policía abrió la maleta del carro para meter unos instrumentos musicales y llevar a los chicos a casa. El mosqueo fue mayor cuando vieron ametralladoras, rifles, balas y granadas. El grupo fue disuelto por miedo. Era nada más y nada menos que Henry López Sisco. Hoy refugiado en Costa Rica con apoyo de EE.UU.: su antiguo agente de la CIA en Venezuela. Y compañero de Luis Posada Carriles”.

Por desgracia, Costa Rica otorgo a López Sisco asilo político en calidad de refugiado. Hasta la presente fecha, ha sido imposible obtener una extradición del ex funcionario, en una clara violación a los acuerdos internacionales suscritos entre ambas naciones (Venezuela y Costa Rica) y que el país centroamericano se resiste a cumplir.

 

 

 

 

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