Escrito por: María Alejandra Portillo* y Gabriela Molina Galindo
La imagen y la palabra han dado sentido a la modernidad-colonialidad, digieren el mensaje y lo convierten en “realidad”, traducen el discurso y llaman a la “normalidad” permanente. ¿Qué sucede entonces cuando la palabra y la imagen subvierten el orden?, cuando trasgreden los límites y esos límites tienen espejos infinitos y florecen desde la resistencia del sur global tambaleando el ficticio orden de las cosas.
La imagen de la muerte de George Floyd a manos de cuatro policías de la ciudad de Minneapolis, acompañada de las palabras «¡No puedo respirar!», siendo grabada por un transeúnte que varias veces le pide al oficial que libere al detenido, se han viralizado ante la indignación mundial y la multiplicación de fuertes protestas en diferentes ciudades de Estados Unidos bajo la consigna “sin justicia no hay paz”.
George Floyd ha sido el límite. A esta imagen se suma la de la abuela que hace un par de semanas se acostó sobre el cuerpo de su nieto para salvar su vida apuntada sin razón por la policía. Se suma también Michael Brown de 18 años que en 2014 fue asesinado al cometer el delito de caminar por las calles; así como Michael Lee, Anthony Hill, Latandra Ellington, Tiara Thomas, India Kager, Oliver Jarrod y más de 1.949 afroamericanos asesinados desde 2013 hasta 2019 en manos de la policía estadounidense.
Esto sin olvidar las más de 1.800 personas afroamericanas que murieron en Nueva Orleans al ser abandonadas luego del desastre del huracán Katrina, como el mismo George Bush lo afirmaría posteriormente: «Me enorgullezco de mi habilidad para tomar decisiones claras y efectivas. Aún así, tras el Katrina, eso no ocurrió. El problema no fue que yo tomara malas decisiones. Fue que me tomé mucho tiempo para decidir».
Estas demostraciones sistemáticas de violencia institucional ponen, en medio de un escenario pandémico, a esta nación que además es el epicentro del mundo de la covid-19 ante nuevas contradicciones, esta vez asociadas a la naturaleza de su democracia, sistema de justicia, construcción de subjetividades de los ciudadanos afroamericanos racializados y efectos del poder.
Estas reacciones de sectores del pueblo norteamericano han tensado además las relaciones entre los gobiernos locales, regionales y nacional por el tratamiento a los focos de manifestantes que han incendiado la estación de policía además de otros espacios y permanecen aún en las calles con tendencia al incremento de la escalada.
En este contexto, Donald Trump publicó en su cuenta en Twitter el siguiente mensaje: “Estos RUFIANES están deshonrando el recuerdo de George Floyd y no permitiré que eso suceda. Acabo de hablar con el gobernador Tim Walz y le dije que los militares están con él para lo que necesite. Cualquier dificultad asumiremos el control, pero, cuando comienza el saqueo, comienzan los disparos. ¡Gracias!”.
Ante esta publicación, Twitter señaló que el presidente Trump hizo una “glorificación de la violencia”. Volvemos al comentario inicial, se justifica el uso de la violencia institucional mediante la imagen y la palabra como imposición del poder blanco instituido que debe reestablecer el orden.
Se fetichiza la protesta convirtiéndola en sinónimo de ilegalidad y vandalismo transfigurándola en un elemento plano, obviando lo imposible, la conexión histórica con los movimientos sociales contra el racismo que le preceden, ejemplo de esto aquellos en manos de Luther King quien expresó “Lo que se obtiene con violencia, solamente se puede mantener con violencia” o Malcolm X quien afirma que “no puedes separar la paz de la libertad, porque nadie puede estar en paz, a no ser que tenga su libertad”, ambos líderes, sujetos racializados y expresión de condiciones históricas adversas para los afroamericanos en Estados Unidos, quienes hoy de nuevo se agolpan en las calles luchando por el derecho a la vida, a la libertad y construcción colectiva de identidades.
De este enjambre de contradicciones, surgió en 1966 el movimiento Panteras Negras, un resultado orgánico de la indignación que se acumulaba a partir de la violencia sistemática ejercida por el Estado contra los afroamericanos en Estados Unidos, violencia que no se ha detenido y que ha provocado el asesinato sistemático en nombre de la superioridad de unos cuerpos sobre otros, de un poder que debe legitimarse a través de la fuerza todos los días pues desde la fuerza ha construido su aparente “normalidad”.
Este movimiento, sustentado en las ideas de Malcolm X, se centró en la autodefensa y la creación de patrullas de vigilancia a la policía con el fin de evitar atropellos, en un país donde una bala policial se ha convertido en la primera causa de muerte de cualquier persona que nazca en un cuerpo distinto al de la “superioridad” blanca.
A decir de Franz Fanon: “Los seres del pueblo ofendido y humillado se enfrentan mente a mente, cuerpo a cuerpo, cara a cara, con la fuerza adversa dominante. Su lucha es humana y legítima; sus perspectivas, otras. La resistencia es la consigna para recuperar el valor de «sus vidas» y hacerlas verdaderamente propias, dislocando radicalmente el orden del sentido del discurso hegemónico, al que se atreven a enfrentar”.
Esta violencia racial e institucional, es esencialidad en la administración de justicia y la creación de políticas públicas focalizadas que sirven de entramado desde la perspectiva del poder constituido para configurar la vida cotidiana de los afroamericanos y otros grupos racializados y excluidos, en palabras de Grosfogel desde la zona del No Ser, una zona en donde la violencia, la marginalidad y la dominación vertebran la “existencia”.
Tenemos entonces al Estado como garante de la creación de dispositivos de control que garantiza la explotación y dominación de los grupos racializados que por su carácter histórico y estructural, ha multiplicado sus tentáculos dentro de la sociedad estadounidense que ha sido enceguecida desde el miedo que se transfigura en odio, de manera que el Estado difumina su acción en diversos movimientos de carácter fascista que actúan con más fuerza desde la llegada de Donald Trump a la presidencia: el Movimiento Nacional Socialista (uno de los más grandes grupos neonazis ubicado en 30 estados), el Consejo de Ciudadanos Conservadores (milita por el movimiento segregacionista en los estados del sur), el Partido Estados Unidos Libertad (tiene una agenda racista y contra los inmigrantes), Derecha Alternativa (se describen como «una organización de patriotas blancos cristianos y que tiene sus bases en el Ku Klux Klan de principios del siglo XX». Cuenta con más de 7 mil integrantes).
Estos dispositivos de control tienen concreción en las políticas públicas derivadas de la política actual de Estado en la que se destacan elementos segregacionistas y autoreferenciados manifestados en la lógica del “American First”, esto es, las dimensiones de la política y lo político, enmarcadas en el racismo tienen en el caso norteamericano múltiples ramificaciones que penetran cualquier espacio-tiempo vital, acompañando a los y las sujetos desde el nacimiento por el color de su piel, garantizando así, la distorsión del espacio público mediante dispositivos precarios de la salud pública asociados a la clase, color, género, segregación escolar, desigual política de viviendas, creación de guetos por comunidades racializadas, brutalidad policial acompañada de racismo judicial.
Es necesario aproximarse desde una perspectiva crítica a los acontecimientos, podemos correr el riesgo de quedarnos en lo aparencial y limitarnos a las consecuencias, debemos indagar en las causas, en las “múltiples determinaciones” que producen las realidades desde una perspectiva de totalidad. Lo que sucede en Minneapolis es expresión histórica del desasosiego que produce la violencia en los cuerpos, en el ser imposibilitado por el poder, que como dijera Malcolm X «si no es racista no puede ser capitalista”.
El día anterior al asesinato de George Floyd irónicamente se conmemoró el Día de África, símbolo de unión entre las naciones africanas y reconocimiento de sus múltiples realidades, se celebraba también que no tuviesen el repunte en la pandemia que se esperaba para las naciones del sur global, siendo esta una demostración de lo significa construir el yo en clave colectiva y no individualista. Debemos tender puentes para seguir profundizando en una historia orgánica, militante, que supere la visión tradicional de lo político electoral, lo político sólo mediático y liderazgos desconectados de lo social.
Las calles de EE.UU. hoy arden de indignación y la respuesta del Estado es la misma: toques de queda, militarización y disparos, como prometió Donald Trump. La Casa “Blanca” es núcleo de una exigencia legítima y más de 50 ciudades se han levantado. No sólo se exige justicia por George Floyd, se exige un modelo que garantice los derechos políticos y civiles de la comunidad afroamericana, se exige el desplome de CNN en Atlanta y su silencio. Se exige en consecuencia que la libertad no siga siendo verdugo en Estados Unidos.
Las contradicciones muestran un fuerte escenario para este país que ya acumula una debacle de grandes dimensiones en su dominio geopolítico mundial, su ineficacia en la atención a la pandemia y la indignación masiva que se ha puesto de manifiesto en la movilización popular como expresión de resistencia.
(*) Licenciada en Ciencia Política, Magister Scientiarum en Ciencia Política, Doctora en el Programa Ciencias para el Desarrollo Estratégico de la UBV, Ph.D. Ciencias Estratégicas para la Seguridad de la Nación. Coordinadora nacional del Programa de Formación de Relaciones Internacionales. Investigadora adscrita al Centro de Estudios Sociales y Culturales UBV.