Si Venezuela fuera un país de rasgos culturales y geopolíticos semejantes a los de las naciones de oriente medio, hace rato que la bandera de los EE.UU. ya ondearía en el palacio de Miraflores.
Pero no lo es. Tenemos una identidad profundamente marcada por la herencia histórica, por la lucha labrada al calor de una recurrente desventaja de fuerzas, que ha jugado, como ha de suponerse, siempre en contra nuestra. La particularidad en este caso, es que los venezolanos, si de algo saben, es de sortear tempestades y resistir tormentas.
Donald Trump, llega a la Casa Blanca en medio de enormes expectativas, causadas casi todas por la ventilación de un discurso enfermizo, supremacista y de ortodoxa intolerancia. Y desde su llegada a la presidencia, su manía de amenazar a todos los que se opongan a su voluntad, ha sido el eje central de la política exterior. Al menos en lo que a diplomacia se refiere, pues el matiz profundamente imperialista de la primera potencia del planeta, no solo se ha radicalizado, sino que se ejerce desde una política brutal, altisonante y arriesgada.
Hugo Chávez, trazó desde tempranas horas de su aparición en la vida del país, las líneas centrales de una tendencia irreversiblemente rebelde y progresista. Nicolás Maduro, ha dado muestras de ser un líder de altísimo nivel, que comprende y ejecuta como nadie las dinámicas de la política exterior de nuestro país, ha sido un consecuente defensor de la resistencia antiimperial y quien además, ha resistido la presión económico-política más fabulosa y demoledora que jamás, ningún país de las post-guerra ha tenido que enfrentar. La geometría del poder, como gustan llamarla los entendidos, hoy es otra realidad.
La magulladura en nuestra historia reciente, el desgaste moral y las grietas que se han producido a causa de este incesante bombardeo, efectivamente han tenido un enorme impacto sobre la población. Negativo, si se atiende a la injerencia comunicacional más invasiva y tenaz que el mundo ha visto pasar. Pero también es cierto que este punzante aguijón, también ha despertado a un pueblo, un pueblo ofendido que es ahora, soldado y militante ideológico de fuerza y convicción. Si la Casa Blanca piensa que entrar a Venezuela será un juego de niños, pues hacen gala de una torpeza de enormes proporciones. Pero no es así.
Trump sabe que el impacto de una intervención en Venezuela, desataría una tormenta incontrolable. De hecho, el mismo Juan Manuel Santos ha dejado saber que una invasión a Venezuela sería un terrible error, con réplicas diplomáticas ampliadas al espectro del planeta entero. Santos habló con Donald Trump sobre Venezuela. El expresidente de Colombia le dijo al presidente de EEUU que “la intervención militar es el peor de todos los caminos. El más contraproducente”, para Venezuela y para Latinoamérica y lo es porque “abriría cicatrices que durarán generaciones en sanarse”. Santos ha llegado mucho más allá, al decir que Guaidó debería negociar directamente con Maduro.
La mala noticia es, que a pesar de saberlo, nada garantiza que el inquilino de Washington no cometa una locura. Trump tiene el dedo sobre el botón rojo, pero Venezuela no lo ignora.
Washington insiste irracionalmente con Guaidó y la irracionalidad de la postura radica, en el hecho de que ante los ojos de todos, Guaidó es un actor de pobre accionar, minúsculo discurso y pediátrico talento. Ha fallado una y otra vez, ha llevado el tono del debate a terrenos poco menos que ridículos y ha banalizado sin límites los escenarios más delicados. ¿Por qué insistir con él? Por qué regresar derrotados al inicio del camino, sería una humillación que Trump no quiere transitar y porque después de todo, luego de cientos de millones de dólares invertidos en inciertos escenarios y del vergonzoso papel al Guaidó ha terminado por reducir la política exterior norteamericana, los EE.UU. no van a desistir de su ambición.
Presenta a Guaidó como presidente “legítimo” de Venezuela en el Congreso de los EE.UU. y lanzan al hombrecillo como una saeta, para provocar una ruptura del orden y del sentido normal de las cosas. Es simple, Trump no es un hombre racional, no es un hombre de método y lo peor, no tiene la más mínima idea de lo que hace. Solo lo hace al calor de una emoción visceral, en su condición de “macho alfa”, en su tardía llegada a las miserias de este siglo
El diputado Guaidó regresará en las próximas horas al país y trae una agenda no tan secreta. Un pueblo entero, que lo va visto tropezar sin aprender nada del error, sospecha que la receta que trae será amarga.
Maduro hace sus cálculos y el mundo espera por ver cómo se mueven las fichas en el tablero. Cada vez, el juego se hace más serio.