La magnitud de la pandemia en Brasil llegó a una nueva escala mortal. El país sudamericano supera ya los más de 400 mil fallecidos a causa de la covid-19.
La cifra es el saldo de uno de los peores manejos de la pandemia en el mundo, y al mismo tiempo el resultado de una indiferencia que compite con la premeditación de un genocidio.
El total de fallecidos vuelve a plantear en Brasil la pregunta de cuántos más tendrán que sufrir la misma suerte para que en el Congreso se digne al menos a investigar al presidente Bolsonaro.
Por menos de lo que está pasando ahora, el parlamento no perdonó a Dilma Rousseff en una conjura de la que cada vez van surgiendo evidencias de que su destitución fue un fraude a la verdad, la justicia y a la democracia.
Fila para ir al cielo
En el último mes la crisis sanitaria se ha cobrado la vida de unas 76 mil personas, una situación que tiene en jaque las morgues de los hospitales, en donde ya no hay espacios para almacenar los cuerpos que esperan sepultura.
Como si no fuera ya suficiente tragedia morir en pandemia, el padecimiento no termina con la muerte. Los cadáveres son almacenados en condiciones indignas y sometidos al bochorno de tener que hacer fila para ir al cielo.
Los distintos sectores de Brasil afectados por la enfermedad califican la situación como “épica”, pero no porque haya algo de heroísmo en todo esto, sino por el modo en que los responsables ignoran el desastre.
Una fórmula equivocada
Las autoridades van al revés de la situación; en vez de ingeniar soluciones para curar a los enfermos, ingenian el modo en deshacerse más rápido de los muertos.
En Brasil están enterrando a los fallecidos por covid-19 tanto de día como de noche, sin que hasta ahora se vea el fin de un panorama tan oscuro.
La nación sudamericana con 400 mil muertos es la segunda con más fallecidos por la enfermedad en el mundo; y el tercero con más contagios, superado por EE.UU. y la India.