Brasil tuvo que cruzar un camino pavimentado por más de 300 mil muertos por la covid-19, para que por fin Bolsonaro entendiera que la pandemia es un problema grave.
El presidente brasileño se reunió con los gobernadores y representantes de los demás poderes para conformar una comisión para monitorear y combatir el virus.
Una vez que Brasil se ha convertido en una literal amenaza sanitaria para la región y el planeta, el mandatario reconoció una verdad impensable durante su impenetrable posición negacionista: “la vida es lo primero”.
Sobre esta comisión novedosa durante un año devastador por la pandemia, Bolsonaro dijo: “Hemos resuelto, entre otras cosas, que se creará una coordinación con los gobernadores con el presidente del senado federal”.
Pero esta comisión, de acuerdo a los analistas, no es el resultado de un instante de lucidez, sino la consecuencia de una enorme operación de presión política y ciudadana que ha conseguido esta leve pero significativa concesión.
Lo cierto es que este acuerdo llega un año tarde y con un cuadro interno que revela un sistema sanitario colapsado.
Optimismo desubicado
El nuevo ministro de salud, Marcelo Queiroga, aprovechó la ocasión para expresar un optimismo abrumador al considerar que este es el punto de partida con el que se pueden crear protocolos “capaces de cambiar la historia natural de la enfermedad”.
Este propósito no luciría como una prueba inquietante de que vive en otra realidad, si el país no fuera una crisis por culpa del gobierno que integra. La inacción de Bolsonaro les ha costado más de 300 mil muertos.
Al mismo tiempo el nuevo jefe de salud añadió que “el sistema de sanitario en Brasil dará las respuestas que la población brasileña quiere. Sobre todo después de un encuentro como este, en el que toda la Nación se une, a través de los jefes de los poderes, para que cumplamos con nuestro deber como poder público”.