Ya van diez días del levantamiento plebeyo en Ecuador y la situación lejos de revertirse cobra nuevos bríos. La toma de edificios públicos se generaliza: masas movilizadas de indígenas, campesinos, capas medias empobrecidas y pobladores urbanos rodean el Palacio de Carondelet, sede del gobierno ecuatoriano. y el edificio de la Asamblea Nacional. Días pasados se tomaron la sede de la misión del FMI en Quito, ámbito donde reside “gobierno real” que tiene como su marioneta privilegiada a Moreno. El “estado de excepción” decretado por su gobierno, luego de su cobarde huída hacia Guayaquil, no logró desbaratar la ofensiva popular a la que se sumaron, en las últimas horas, indígenas amazónicos que nunca antes se habían incorporado activamente a las protestas que conmovieran al Ecuador en 1997, 2000 y 2005 y que culminaran con los derrocamientos de Abdalá Bucaram, Jamil Mahuad y Lucio Gutiérrez. La única respuesta del régimen, de la dictadura de Moreno, ha sido declarar el “toque de queda” desde las 15 horas de este sábado.
La situación, al caer la tarde de hoy ha sido descripta de este modo por un testigo muy calificado instalado en el teatro mismo de los acontecimientos: “es una verdadera lucha de clases … Quito paralizada con “toque de queda” desde las 15h, sin hora límite. Indígenas rodeados en las zonas de sede. Bombas y disparos. Ciudad militarizada. En otras ciudades del país empiezan movilizaciones. Violencia brutal contra los protestantes. Varios muertos, centenares de heridos, mil y más apresados. Cortaron señal de Telesur. Imposible información porque nadie puede circular. Algo se informa en redes y ahí circulan videos, fotos, documentos. Lenin Moreno dice estar abierto al diálogo. La posición indígena: no negociar sino públicamente, con presencia de la televisión, ONU, derechos humanos, iglesia. No es solo movilización indígena sino también estudiantes, trabajadores, pobladores. Los indígenas son el centro y la fuerza popular más grande. Llegaron a Quito desde distintas regiones del país. El pedido fundamental: dejar insubsistente decreto de liberación de precios de combustibles. Cuestión de fondo: reacción contra las medidas anunciadas y acordadas con el FMI. Situación incierta. Sin salida por el momento. Para nosotros, quiteños, un ambiente de guerra con focos de enfrentamientos. Situación terrible.”
En toda crisis, como en las guerras, el papel de la prensa al informar o desinformar es de enorme importancia. De hecho, el conflicto se presenta como si fuera una reacción de los indígenas ecuatorianos, segmentando y subestimando la confrontación. En realidad el rechazo al “paquetazo” de Moreno atraviesa –como lo dice más arriba nuestro informante- casi toda la estructura social: comenzó primero en las ciudades: los transportistas y, de inmediato, estudiantes, maestros, la militancia política opositora, ciudadanas y ciudadanos de Quito y (en menor medida al principio) de otras ciudades. Pero esta revuelta experimentó un “salto cualitativo” con la arrolladora incorporación de las comunidades indígenas y campesinas. Fueron éstas las que le otorgaron ese tono amenazantemente plebeyo a la insurgencia que el presidente fugitivo y sus compinches caracterizaron como la “revolución de los zánganos”, reflejando nítidamente el talante racista del bloque dominante. Antes, los paniaguados de Lucio Gutiérrez también habían denigrado a las masas que, en el 2005, acabarían con ese otro traidor y que fueran anatemizadas como una “revolución de forajidos”.
Hay cuatro rasgos que distinguen a la actual coyuntura pre-revolucionaria de las revueltas anteriores: esta es muchísimo más masiva y multitudinaria; tiene presencia en casi todo el país mientras que sus predecesoras tenían lugar casi exclusivamente en Quito; su duración es mucho más prolongada; y la brutalidad de la represión oficial es muchísimo mayor, incluyendo el “toque de queda”. Según cifras oficiales había cinco muertos a manos de las fuerzas de seguridad al anochecer del viernes. Pero las organizaciones sociales ya hablan de un número bastante mayor y hay centenares de heridos -varios de ellos en grave estado- y más de mil personas detenidas. Esto, antes del “toque de queda”. Además buena parte de los medios de comunicación están bajo control oficial y Telesur ha sido sacada del aire, al igual que un puñado de radios anatemizadas por el gobierno ecuatoriano como “correístas”. Además, los internautas están también siendo acosados y los que emiten noticias contrarias a los informes oficiales por las redes sociales están siendo bloqueados. Líderes y dirigentes opositores están detenidos o amenazados (por ejemplo, sobre Paola Pabón, prefecto de Pichincha, pesa una orden de captura por instigación a la violencia, sabotaje y terrorismo). Otros tuvieron que asilarse. Gabriela Rivadeneira buscó refugio en la embajada de México y a Ricardo Patiño se encuentra exiliado en ese país. Correa sigue en Bélgica y la persecución sobre otros dirigentes del correísmo es implacable. El presidente prófugo sólo produjo como gesto de pacificación un mensaje por cadena nacional de 44 segundos (¡Sic!) diciendo que está dispuesto a dialogar con los revoltosos.
Parece harto improbable que Moreno pueda volver a gobernar. Técnicamente Ecuador se encuentra acéfalo; el presidente sólo cuenta con la oportunista obediencia de las fuerzas represivas y tiene el apoyo de algunos gobiernos -Trump y sus lacayos regionales: Macri, Bolsonaro, Piñera, Duque, etcétera- y la obscena complicidad de los medios hegemónicos. A ellos hay que sumar el incondicional respaldo de las oligarquías económico-financieras, que aprueban la “mano dura” de la respuesta oficial y la mayoría de la Asamblea Nacional, hegemonizada por la derecha. No es un dato menor la gran difusión que se le ha dado al relato de la derecha de que la actual crisis ha sido promovida por Rafael Correa coludido para tales fines con el presidente Nicolás Maduro, como lo dejó entrever Mike Pompeo en recientes declaraciones. Pero esto no basta para normalizar a un país paralizado. Acéfalo también porque la Asamblea Nacional no se reúne –pese a la exigencia de los manifestantes- y su presidente declaró que si lo hace, mañana, será para “aplacar los ánimos” y no para votar por la salida institucional que contempla la Constitución del 2008 en casos como el actual: la “muerte cruzada” de la presidencia y la Asamblea Nacional, y un llamado para elegir presidente y asambleístas. Aparte de esto, la revuelta plebeya exige, taxativamente, la derogación de las medidas adoptadas por Moreno bajo consejo del FMI y tal cosa sería la campanada de la muerte para su gobierno. En los próximos días la dualidad de poderes propia de toda acefalía deberá resolverse. Lo más probable, a costa de Moreno. En otras palabras, la revuelta podría convertirse en insurrección y abrir una nueva página en la historia ecuatoriana.
Pero para que esto suceda hay algunas condiciones que alguien que sabía de revoluciones, V. I. Lenin, estableció muy claramente. Primero, apoyarse en “el auge revolucionario del pueblo” y esto significa, concretamente, no cesar en la ofensiva contra el gobierno en todos los frentes; y, segundo, hacerlo en un “momento de viraje de la historia”, cuando “los de abajo ya no quieren y los de arriba ya no pueden” seguir viviendo como antes. Da la impresión de que la coyuntura ecuatoriana estaría expresando, aún cuando de modo incipiente, la existencia de ese momento de viraje. Claro está que situaciones como éstas –una dualidad de poderes en donde el pueblo movilizado desafía el orden vigente y, por otra parte, el poder constituido sólo puede preservar su dominio apelando a la fuerza pero sin controlar al país- son inevitablemente transitorias y más pronto que tarde se resuelven para uno u otro lado. Si las fuerzas insurgentes representaran –por su conciencia y organización- una propuesta “avanzada” (y esta es otra de las condiciones a las que alude el revolucionario ruso) el desenlace de la crisis podría inclinarse a su favor y lograr la caída del gobierno de Moreno. En pocos días más sabremos si las masas populares ecuatorianas están en condiciones de lograr esa hazaña y luego trazar una ruta de reconstrucción nacional en un país destruido por la conjura entre el gobierno y el FMI, en medio de una corruptela rampante. Esto requeriría la conformación de una amplia alianza política en donde las masas indígenas y campesinas, los actores populares urbanos que también protagonizaron las protestas y las fuerzas políticas que se opusieron al gobierno -principalmente el correísmo, objetivo excluyente de los ataques de Moreno- coincidan en un programa común deponiendo viejas disputas y concentrándose en las inmensas tareas que les aguardan. De no ser así, si la ofensiva fuese demasiado débil y desarticulada las fuerzas de la reacción podrían reagruparse con gran rapidez en torno a una sola bandera y un único liderazgo (como observara Antonio Gramsci en los orígenes del fascismo italiano), resolver las contradicciones y vacilaciones existentes en sus filas y lanzar un contraataque que podría infligir a los insurgentes una derrota de la cual tardarían muchos años en reponerse. Pese a su combatividad y militancia éstos enfrentan no pocos problemas pues el desbordante espontaneísmo y el heroísmo de su lucha no oculta el hecho de que no pareciera haber una dirección política firmemente establecida y en condiciones de conducir el complejo tránsito que va desde la revuelta a la insurrección. Más bien, la impresión que se proyecta es que hay una muy heterogénea base social que se lanzó a las calles rebasando a sus liderazgos tradicionales. Libradas a los avatares del combate callejero y sin una dirección política clara estas masas en rebelión podrían desmoralizarse, dispersarse y, por último, sucumbir ante el salvajismo de la represión, el chantaje del imperio y de la derecha y el terrorismo mediático que pondría a buena parte de la población ecuatoriana en contra de los insurgentes. Sería deplorable que tal cosa suceda, y por eso es bueno advertirlo a tiempo. De todos modos, se trata de cuestiones que no se resuelven desde un escrito o una teoría. Una vez más será la práctica concreta de las luchas de clases -y en especial la lucidez del liderazgo contestatario, el entusiasmo revolucionario de las fuerzas plebeyas y, también, los errores del enemigo- los que determinarán el resultado final de la insurrección de octubre.