Donde duerme el indio

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por: Juanita Roja.

Circula un video tomado por hordas violentas que le rompieron toda la casa a Evo, y que se sorprenden de que el indio tenga un «gimnasio» (una cinta caminadora y una bicicleta fija) inodoro, y más de dos habitaciones.

Una casa que es como la de cualquier clasemediero. Una casa normal. No hay jacuzzi, ni pileta, ni oro, ni un parque enorme, ni nada. Una casa común y silvestre. Pero no es la casa de un indio. El indio debe dormir en la tierra, comer mierda, agachar la cabeza y humillarse hasta morir de rabia contenida. Una horda de desclasados con rasgos originarios, vanagloriándose de ingresar a romper la casa del tipo que visibilizó al 80% de la población boliviana, condenada al olvido desde hace más de 500 años.

Un tipo que mejoró todos los índices económicos y sociales de su país, llevando adelante el mejor gobierno de la historia de Bolivia. Un tipo que enarboló la dignidad de los pueblos arrasados desde la conquista.

Pero ellos, lejos de ver todo eso, sienten que descubrieron algo inaceptable: un indio con una casa digna. Mientras tanto, hojean la revista Caras donde les enrostran la vulgaridad del lujo y el exceso y sueñan con ser parte de esa casta de nobles posmodernos, que jamás pero jamás les dejaría pisar su casa a menos que sea para limpiarla. El mundo es una cloaca. El lumpenaje, tal como advertía Marx, es el sujeto contrarrevolucionario por excelencia. Le hemos prestado poca atención a esa categoria.

Deberíamos traerla de nuevo y analizarla. Sobre todo la parte que dice que no se puede pactar ni conceder nada a esa casta maldita de malinches, que defienden a su opresor con el mismo ahínco con el que participan del escarnio de sus hermanos.

El asco más profundo me lo provocan los lúmpenes desclasados, sin conciencia alguna, violentos, resentidos, idiotas útiles, y llenos de odio. Ese odio producto del pie que los pisotea desde los siglos de los siglos y que ellos direccionan siempre hacia los que intentan sacarle el zapato de encima Horas tristes. Tiempos negros. Son millones de hijos de puta en todo el planeta felices de saberse parte de la barbarie aunque esa barbarie sea el camino más corto hacia su propia extinción.»

Juanita Roja.

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